LOS SIETE PASOS HACIA EL REPOSO DE DIOS

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Texto bíblico tomado de la Santa Biblia, Nueva Versión Internacional © 1999 por la Sociedad Bíblica Internacional.

Traducción de Carmen Alvarez


La salvación Cristiana es un proceso, un programa definido. El programa de salvación comienza cuando recibimos por fe la expiación hecha por el Señor Cristo Jesús en la cruz del Calvario. El programa de salvación llega a su conclusión cuando entramos en el reposo de la tierra prometida de Dios. Las siete fiestas solemnes del Señor son una de las principales representaciones bíblicas del proceso de la salvación. Las siete fiestas solemnes ejemplifican los pasos que debemos tomar conforme entramos en el reposo de Dios.


Tabla de Contenido

La Pascua
La Fiesta de los Panes sin Levadura
La Fiesta de las Primicias
La Fiesta de Pentecostés
El Son de Trompetas
El Día del Perdón
La Fiesta de los Tabernáculos


LOS SIETE PASOS HACIA EL REPOSO DE DIOS

Cuidémonos, por tanto, no sea que, aunque la promesa de entrar en su reposo sigue vigente, alguno de ustedes parezca quedarse atrás. (Hebreos 4:1—NVI)

La salvación Cristiana, o redención, es un proceso. Es un programa definido. El programa de salvación comienza cuando recibimos por fe la expiación hecha por el Señor Cristo Jesús en la cruz del Calvario. El programa de salvación llega a su conclusión cuando entramos en el reposo de la tierra prometida de Dios.

Porque el que entra en el reposo de Dios descansa también de sus obras, así como Dios descansó de las suyas. Esforcémonos, pues, por entrar en ese reposo, para que nadie caiga al seguir aquel ejemplo de desobediencia. (Hebreos 4:10,11—NVI) El Señor Jesús es el que comenzó nuestra salvación. Jesús es el que terminará nuestra salvación. Él nos va guiando paso a paso a lo largo del camino siempre y cuando nosotros sigamos adelante día con día en la oración y en la fe.

Las siete fiestas solemnes del Señor, como son presentadas en el Capítulo Veintitrés del Libro de Levítico, constituyen una de las principales representaciones bíblicas del proceso de la salvación.

Observa que cada una de las siete fiestas solemnes es convocada en las fechas señaladas para ellas, queriendo decir con esto que hay un tiempo Divino que opera en nuestro crecimiento hacia la madurez espiritual y hacia la madurez de todo el Cuerpo de Cristo.

Éstas son las fiestas que el Señor ha establecido, las fiestas solemnes en su honor que ustedes deberán convocar en las fechas señaladas para ellas. (Levítico 23:4—NVI)

Observa también que cuando es el momento de que cada uno de nosotros entre en una de las fiestas el Espíritu Santo quizá nos incite a dejar a un lado nuestros propios esfuerzos para que prestemos mucha atención a lo que Él nos tiene que decir. Nosotros debemos “no hacer ningún trabajo” cuando Dios nos está moviendo hacia adelante (Levítico 23:7, 8, 21, 25).

El primer día celebrarán una fiesta solemne en su honor; ese día no harán ningún trabajo. (Levítico 23:7—NVI)

Las siete fiestas solemnes que representan los siete pasos hacia el reposo de Dios son las siguientes:

  1. La Pascua (Levítico 23:5)
  2. Los Panes Sin Levadura (Levítico 23:6)
  3. Las Primicias (Levítico 23:10)
  4. Pentecostés (Levítico 23:15-17)
  5. El Son de Trompetas (Levítico 23:24)
  6. El Día del Perdón (Levítico 23:27)
  7. Los Tabernáculos (Levítico 23:34)

Las siete fiestas solemnes representan los siete aspectos de la redención Divina que hay en Cristo. Cada una de las fiestas tiene un cumplimiento histórico y además un cumplimiento espiritual. Para que podamos beneficiarnos del cumplimiento histórico debemos participar del cumplimiento espiritual.

Los cumplimientos históricos de las siete fiestas revelan los pasos que el Señor Dios está tomando conforme Él establece Su Reino sobre la tierra:

  • La Pascua—la muerte de Cristo sobre la cruz.
  • Los Panes Sin Levadura—el descenso de Cristo al Infierno.
  • Las Primicias—la resurrección de Cristo de entre los muertos.
  • Pentecostés—el envío del Espíritu Santo desde el Cielo.
  • El Son de Trompetas—el toque de las siete trompetas del Libro de Apocalipsis. Cristo vendrá y resucitará a Sus santos de entre los muertos al son de la séptima trompeta y tomará posesión de las naciones de la tierra.
  • El Día del Perdón—el reinado de los mil años de Cristo sobre la tierra.
  • Tabernáculos—el reinado de Cristo sobre la tierra nueva y el cielo nuevo.

Los anteriores son actos poderosos del Señor Dios del Cielo. Son los siete cimientos sobre los que el Reino eterno de Dios está siendo construido.

Cada uno de los siete aspectos debe de ser forjado en cada creyente individualmente. De otra manera, estos actos universales de Dios le serán externos a él y no lo llevarán al reposo de Dios, a la Presencia y al gozo de Dios.

A continuación presentamos los cumplimientos espirituales:

  • La Pascua—la protección del creyente y de su hogar del juicio Divino; la obra del cuerpo y de la sangre de Cristo en nuestra personalidad.
  • El Pan sin Levadura—la muerte al mundo y la resurrección con Cristo representado por nuestro arrepentimiento sincero y nuestra participación en el bautismo de agua.
  • Las Primicias—el nacimiento de Cristo en nosotros; el comienzo de la redención de toda nuestra personalidad.
  • Pentecostés—la venida del Espíritu Santo de Dios a nuestra personalidad para guiarnos hacia la santidad, y además para darnos sabiduría y poder para dar testimonio.
  • El Son de Trompetas—la venida de Cristo el Rey, el Señor de los Ejércitos, por medio del Espíritu, para declarar la guerra en contra de los enemigos que hay en nuestra personalidad y para disciplinarnos como miembros de Su ejército.
  • El Día del Perdón—nuestra reconciliación con Dios; la preparación de la Novia.
  • Tabernáculos—Dios y Cristo establecen su reposo en nosotros; las bodas del Cordero.

Solamente conforme experimentamos los cumplimientos espirituales de las siete fiestas Levíticas es que el cumplimiento histórico y de todo el reino se vuelven de beneficio para nosotros.

Ahora, veamos más de cerca los cumplimientos personales de las siete fiestas solemnes.

La Pascua

La fiesta de la Pascua (Éxodo, Capítulo 12) representa la obra del cuerpo y de la sangre del Cordero de Dios, de Cristo, en nuestras personalidades. La sangre de Cristo nos ayuda a vencer al acusador.

Ellos lo han vencido por medio de la sangre del Cordero y por el mensaje del cual dieron testimonio; no valoraron tanto su vida como para evitar la muerte. (Apocalipsis 12:11—NVI)

La sangre de Cristo nos protege de la ira de Dios (Éxodo 12:13; Romanos 5:9; 1 Tesalonicenses 1:10; Apocalipsis 19:13)

La sangre de Cristo perdona nuestros pecados (Mateo 26:28; Romanos 3:25).

La sangre de Cristo quita nuestros pecados (Hebreos 10:4, 11-14: 1 Juan 1:9; 3:5-8).

El cuerpo y la sangre de Cristo son nuestra vida eterna de resurrección (Juan 6:54).

A la Iglesia se le llama la Esposa del Cordero porque los santos se vuelven uno con el Cordero al comer y beber del Cordero (Éxodo 12:8; Juan 6:56,57; Apocalipsis 21:9).

Para que nosotros podamos beneficiarnos de la muerte sobre la cruz del Calvario de Cristo, del Cordero de Dios, debemos, mediante la fe, hacer uso personal de las Virtudes Divinas que se encuentran en el cuerpo y en la sangre de Cristo, asimismo con el resto de las fiestas solemnes del Señor.

La Fiesta de los Panes sin Levadura

Durante la semana de los Panes sin Levadura los Judíos deben de quitar toda levadura de sus hogares.

Para que podamos ser salvos debemos quitar la “levadura que es la malicia y la perversidad” del mundo (1 Corintios 5:8).

Las Escrituras nos ordenan arrepentirnos y bautizarnos (Hechos 2:38). Debemos lavarnos de nuestros pecados (Hechos 22:16).

Cuando somos bautizados en agua entramos en la muerte de Cristo (Romanos 6:3). Ya que Cristo descendió al Infierno (Hechos 2:31; Jonás 2:2) se nos ha preparado el camino para que pasemos por la muerte sin daño alguno (1 Corintios 15:55). Cuando Satanás intenta seguirnos por la muerte, el agua se le viene encima así como le pasó al ejército de Faraón.

Sin lugar a duda, el Capítulo Seis de Romanos representa el corazón del pacto nuevo. Se nos dice que como hemos sido bautizados en agua debemos considerarnos crucificados con Cristo y resucitados con Cristo para andar en una vida nueva.

Tiene que ver con “considerarse muerto”. Si consideramos nuestra crucifixión con Cristo como nuestra posición de curso anterior, y luego marcamos nuestro curso nuevo de acuerdo a los mandamientos dados por Cristo y por Sus Apóstoles, ciertamente arribaremos a nuestro destino, el cual es la transformación a la imagen moral de Cristo y reposo perfecto en el Padre a través de Cristo.

El Cristiano se evitaría muchos problemas en su peregrinaje por el desierto de este mundo si realmente se arrepintiera y se considerara a sí mismo crucificado al mundo y el mundo a él cuando es bautizado en agua.

La Fiesta de las Primicias

La fiesta solemne de las Primicias marcaba el comienzo de la cosecha de la cebada. Una de las primeras gavillas que se cosechaba era llevada al sacerdote quien lo mecía ante el Señor.

El principio de las Primicias es este: si las primicias de la cosecha son apartadas como santas al Señor, entonces, el resto de la cosecha también es considerada santa al Señor.

Así que cuando nosotros nacemos de nuevo una “primicia” de nuestra personalidad, de nuestra vida nueva espiritual en Cristo, es elevada a la derecha de Dios (Colosenses 3:1-4). Ya que Dios ha aceptado lo que ha nacido adentro de nosotros como algo santo hacia Él, entonces toda nuestra personalidad es aceptada como santa hacia el Señor (Romanos 8:1; 1 Corintios 7:14; Hebreos 10:14).

Es importante que los Cristianos comprendan el aspecto futuro de su redención. Lo que disfrutamos ahora en realidad es una primicia de la salvación que llegará durante los días cuando el Señor regrese del Cielo.

Observa que el Apóstol Pablo, cuando se dirigió a los santos en Roma, asoció la salvación con la venida del Día de Cristo:

Hagan todo esto estando conscientes del tiempo en que vivimos. Ya es hora de que despierten del sueño, pues nuestra salvación está ahora más cerca que cuando inicialmente creímos. (Romanos 13:11—NVI)

“Nuestra salvación está ahora más cerca.”

Nuestra salvación comienza instantáneamente, es un proceso que dura toda nuestra vida, y llegará en mucha más gloria cuando el Señor aparezca.

Nuestra fe está basada en la cruz y tiene la mirada puesta en la salvación que llegará cuando el Señor Jesús regrese.

Compara:

Cuando comiencen a suceder estas cosas, cobren ánimo y levanten la cabeza, porque se acerca su redención. (Lucas 21:28—NVI)

“Se acerca su redención.”

Nuevamente:

También Cristo fue ofrecido en sacrificio una sola vez para quitar los pecados de muchos; y aparecerá por segunda vez, ya no para cargar con pecado alguno, sino para traer salvación a quienes lo esperan. (Hebreos 9:28—NVI)

Las desgracias y las catástrofes que caerán sobre la humanidad al finalizar los días de esta época causarán mucho temor. Los elegidos de Dios deberán de levantar sus cabezas ya que su redención llegará del Cielo.

Pedro nos informa que el poder de Dios obrando mediante nuestra fe nos está protegiendo hasta que la salvación que será manifestada en el cumplimiento espiritual de las últimas tres fiestas solemnes suceda en nosotros:

A quienes el poder de Dios protege mediante la fe hasta que llegue la salvación que se ha de revelar en los últimos tiempos. (1 Pedro 1:5—NVI)

El Espíritu Santo, a quien tenemos ahora, es un depósito de garantía, un depósito sobre la redención que será manifestada en los últimos tiempos. Ya que ahora estamos en los últimos días, la obra anticipada de la redención ha comenzado con la liberación que el pueblo de Dios puede obtener de la esclavitud moral. El rompimiento de las cadenas que Satanás tiene sobre nosotros llegará a su clímax en la redención de nuestro cuerpo mortal. El último enemigo que será destruido será la muerte física.

La promesa que le hace Dios a los santos es que cuando Cristo regrese, los cuerpos mortales del sacerdocio real, de los jueces victoriosos del Señor, serán redimidos (Apocalipsis 20:4-6). Después de esto, la inmortalidad del cuerpo le llegará a todo aquel que sea salvo (Apocalipsis 21:4).

La redención específicamente del cuerpo es la “salvación” predicada por los Apóstoles del Cordero. La vida eterna tiene que ver especialmente con la vida en el cuerpo, ya que fue la inmortalidad del cuerpo la que le fue negada a Adán y a Eva cuando fueron echados del paraíso terrenal.

Todos los espíritus son eternos. Pero solamente a través de Cristo, de nuestro Árbol de Vida, es que tenemos la promesa de ser resucitados y luego de ser llenos con la Vida Divina de Dios. Los que somos salvos poseemos la “prenda” Divina, la garantía, la promesa, el depósito de garantía que nos asegura que nuestra personalidad será restaurada y llevada a la Presencia de Dios cuando el Señor Jesús regrese del Cielo.

El Espíritu Santo que mora en nosotros ahora es el que se extenderá en nuestra estructura corporal mortal, volviéndola inmortal cuando el Señor regrese.

Y si el Espíritu de aquel que levantó a Jesús de entre los muertos vive en ustedes, el mismo que levantó a Cristo de entre los muertos también dará vida a sus cuerpos mortales por medio de su Espíritu, que vive en ustedes. (Romanos 8:11—NVI)

Pablo siguió hacia adelante hacia la conquista del último enemigo, hacia la redención de su cuerpo mortal.

Y no sólo ella [toda la creación], sino también nosotros mismos, que tenemos las primicias del Espíritu, gemimos interiormente, mientras aguardamos nuestra adopción como hijos, es decir, la redención de nuestro cuerpo. (Romanos 8:23—NVI)

Nuevamente:

Así espero alcanzar la resurrección de entre los muertos. (Filipenses 3:11—NVI)

Dios nos ha sellado para ese día, para el día de la redención.

Nos selló como propiedad suya y puso su Espíritu en nuestro corazón, como garantía de sus promesas. (2 Corintios 1:22—NVI)

Hoy, Dios nos está amoldando de cierta manera para que estemos preparados para que nuestro cuerpo mortal sea revestido con una “morada” celestial—un cuerpo de gloria que será formado como resultado directo de nuestras respuestas a los sufrimientos (2 Corintios 4:17; 5:2). Dios nos ha dado Su Espíritu Santo como garantía de esta redención prometida.

Es Dios quien nos ha hecho para este fin y nos ha dado su Espíritu como garantía de sus promesas. (2 Corintios 5:5—NVI)

Después de que creímos en Cristo, Dios nos selló con Su Espíritu. El sello de Dios indica que seremos liberados de toda atadura moral, resucitados de entre los muertos, y llevados a Su Presencia.

En él también ustedes, cuando oyeron el mensaje de la verdad, el evangelio que les trajo la salvación, y lo creyeron, fueron marcados con el sello que es el Espíritu Santo prometido. Éste garantiza nuestra herencia hasta que llegue la redención final del pueblo adquirido por Dios, para alabanza de su gloria. (Efesios 1:13,14—NVI)

Nosotros debemos andar humildemente y obedientemente en la Presencia del Espíritu Santo de Dios.

No agravien al Espíritu Santo de Dios, con el cual fueron sellados para el día de la redención. (Efesios 4:30—NVI)

El Señor Jesús es el Alfa y el Omega. Él ha comenzado una obra poderosa en nosotros. Él, al igual que Josué del Antiguo Testamento, nos está llevando al reposo de Dios, a la obra terminada, a la visión eterna, a la sabiduría y al poder detrás de toda la historia del hombre, que fue alcanzado perfectamente en la mente de Dios antes de que Él creara el cielo y la tierra.

Dios nos considera como santos consagrados a Él en Cristo porque lo que Él ha comenzado en nosotros es santo.

Si se consagra la parte de la masa que se ofrece como primicias, también se consagra toda la masa; si la raíz es santa, también lo son las ramas. (Romanos 11:16—NVI)
Porque con un solo sacrificio ha hecho perfectos para siempre a los que está santificando. (Hebreos 10:14—NVI)

Sin embargo, debemos darnos cuenta de que esta perfección, esta “ciudad santa”, se nos atribuye debido a la perfección de Aquel que ha nacido en nosotros. Nosotros debemos seguir adelante día con día en la fe hasta que realmente experimentemos la siega total de la cosecha.

La Fiesta de Pentecostés

Durante la fiesta solemne de las Semanas (Pentecostés), que se celebraba al final de la cosecha del trigo, dos panes cocidos con levadura eran mecidos delante del Señor. Ya que la levadura (el pecado) era sacada del campamento durante la semana de los Panes sin Levadura, el autor prefiere pensar en la levadura de los panes Pentecosteses como la levadura nueva del Reino de Dios—aquello que obra en nosotros hasta que toda nuestra personalidad es llevada a una unión con Dios.

Otros autores, quizá la mayoría, consideran que la levadura en los dos panes de la fiesta de las Semanas simboliza el cuerpo del pecado que todavía es parte de nosotros aunque hayamos sido bautizados con el Espíritu Santo.

Esta última interpretación es especialmente útil hoy en día porque es evidente que el Señor ha venido para purificar a Su Iglesia de los yugos morales. Aquellos de nosotros que hemos andado en los movimientos Pentecosteses por varios años estamos conscientes de la mundanería, de la lujuria corporal, y del amor propio que son comunes en las iglesias evangélicas, incluyendo en aquellas que enfatizan el bautismo con el Espíritu Santo.

Algunos objetan diciendo que si somos salvos y llenos con el Espíritu Santo entonces no hay pecado morando en nosotros. Obviamente esto no es cierto si somos honestos con nosotros mismo y si echamos una mirada a nuestro alrededor.

Consideremos tres aspectos de los dos panes que eran mecidos durante la celebración Judía de la fiesta de las Semanas (Pentecostés):

  • Santidad y poder.
  • Los dos testigos.
  • La porción doble, el derramamiento del Espíritu Santo durante las lluvias tardías.

Los dos panes de la fiesta de Pentecostés (fiesta de las Semanas) representan la santidad y el poder del testigo verdadero de Dios. La santidad por sí sola no produce un testimonio completo de Dios. Milagros poderosos por sí solos no producen un testimonio completo de Dios. Para que el testimonio Divino sea completo debe de demostrarse tanto santidad como poder en aquellos que están siendo testigos.

Un testigo que es santo pero que no es acompañado por algún tipo de revelación o poder sobrenatural no está viniendo de Dios. Donde está Jesús, los enfermos son sanados, los demonios son echados fuera, los muertos son resucitados, las fuerzas de la naturaleza obedecen las órdenes dadas.

Un testigo que manifiesta poder sobrenatural pero que no es moralmente puro es del espíritu de este mundo y es impuro. Ninguna cantidad de poder o de éxito espiritual es aceptada por el Señor Jesús si algún tipo de impureza o de falta de rectitud se encuentra presente. Aquellos que obran en iniquidad siempre serán echados de la Presencia de Cristo sin importar cuanto han logrado, aparentemente, en el Reino de Dios (Mateo 7:22-23)

Sólo del Espíritu Santo de Dios puede salir tanto la santidad como el poder necesario para ser un testigo verdadero de Dios. El Espíritu Santo es el que asigna los dones y los ministerios. El Espíritu Santo es el que produce el fruto de la santidad y de la rectitud en nuestras vidas. El poder del Espíritu es el que nos hace testigos verdaderos de la muerte expiatoria de Jesús y de Su resurrección triunfante.

Vencemos al acusador por medio del mensaje del cual damos testimonio (Apocalipsis 12:11), y sólo el Espíritu Santo puede permitirnos hablar la Palabra de Dios con poder y vivir por la Palabra de Dios. La carnalidad del hombre no puede producir el testigo eterno de Dios. La mente carnal siempre es el enemigo de Dios. En el Espíritu Santo de Dios hay suficiente poder para vencer las lujurias de la carne (Gálatas 5:16).

En el Espíritu Santo de Dios hay consuelo y ayuda conforme decidimos hacer de la Palabra escrita de Dios nuestra convicción y testimonio, confiando en todo lo que Dios ha dicho.

Tanto santidad como poder fueron manifestados en la vida del Señor Cristo Jesús, quien es el Testigo verdadero y fiel del Padre. Si Jesús no hubiera sido una persona santa y recta, ¿quién creería que Él es el Hijo de Dios? Si el Apóstol Pablo hubiera sido un adúltero, ¿quién tendría fe en sus palabras? Igualmente, nadie cree que una iglesia está hablando las palabras verdaderas del Dios viviente si esta no está mostrando santidad.

Si Jesús hubiera predicado y vivido una vida santa, pero no hubiera sanado a los enfermos ni echado fuera demonios, Él hubiera sido considerado sólo otro rabino dedicado. La autoridad de la Palabra de Jesús recibió validez por la manifestación del poder sobrenatural que acompañó a Sus mandamientos (Juan 10:37,38).

Las iglesias Cristianas no deben de ser sólo otro grupo de instituciones filosóficas o educativas. Más bien, las iglesias son los candelabros de oro, los profetas de Dios entre los hombres. Dios apoyará con poder las declaraciones de las iglesias si aprenden a morar en Cristo y a moverse sólo por Su Espíritu.

Moisés y Elías en el Monte de la Transfiguración representan la Ley y los Profetas, la santidad y el poder del Reino de Dios.

El pacto nuevo nos promete poder (Juan 14:12) y además nos ordena vivir vidas rectas, santas y obedientes en la Presencia del Señor Jesús (Filipenses 2:15).

Un segundo aspecto de los dos panes de la fiesta Judía de Pentecostés es el hecho que Dios utiliza dos testigos: Moisés y Aarón, Josué y Caleb, Elías y Eliseo, por decir algunos ejemplos. El númerodos, en la simbología de las Escrituras, habla sobre la autoridad y el poder para dar testimonio. Jesús mandó a sus discípulos de dos en dos.

Jesús no dio testimonio por Sí sólo, el Padre dio testimonio con Él:

En la ley de ustedes está escrito que el testimonio de dos personas es válido. Uno de mis testigos soy yo mismo, y el Padre que me envió también da testimonio de mí. (Juan 8:17, 18—NVI)

Los Apóstoles de Cristo no dieron testimonio por sí mismos, el Espíritu Santo dio testimonio con ellos:

Nosotros somos testigos de estos acontecimientos, y también lo es el Espíritu Santo que Dios ha dado a quienes le obedecen. (Hechos 5:32—NVI)

En la Gran Comisión el Señor Jesús nos ordenó que fuéramos y que hiciéramos discípulos de todas las naciones. En muchos casos hemos puesto nuestra atención en la predicación del perdón y de la construcción de iglesias en lugar de ponerla en hacer discípulos. Debido a que no estamos trabajando con el Señor ni el Señor con nosotros, hemos cambiado la Gran Comisión de hacer discípulos ha construir iglesias y denominaciones. No estamos enseñando a los creyentes a que guarden los mandamientos de Cristo sino que les estamos informando que como están bajo la “gracia” ya no tienen la obligación de guardar Sus mandamientos.

Por tanto, vayan y hagan discípulos de todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, enseñándoles a obedecer todo lo que les he mandado a ustedes. Y les aseguro que estaré con ustedes siempre, hasta el fin del mundo. (Mateo 28:19, 20—NVI)

Nosotros no vemos a muchos creyentes viviendo en la disciplina del Señor, obedeciendo Sus mandamientos. ¿Por que ha fracasado la Iglesia Cristiana en hacer discípulos de las personas de las naciones? ¿Por qué el perdón y la justificación han sido predicados a tal grado que la formación de una creación nueva sólo ha recibido mínima atención? ¿Por qué no estamos enseñando a los discípulos a guardar los numerosos mandamientos del Señor?

La razón es que las iglesias frecuentemente han ignorado el hecho de que se requiere de dos personas para dar testimonio Divino. Al dar la Gran Comisión, Jesús dijo: “Y les aseguro que estaré con ustedes siempre”. Nosotros estamos intentando cumplir la Gran Comisión con nuestra propia sabiduría, con nuestro propio poder, y de acuerdo a nuestro propio entendimiento de lo que pensamos que el Señor quiere.

Nunca fue la intención de Cristo que la gente Cristiana saliera por sí misma y trabajara “para” Él. Siempre ha sido el deseo de Cristo trabajar a un lado de cada individuo a quien Él ha llamado para la obra del Reino, de cada individuo que ha sido escogido para salir y discipular a las naciones. Los apóstoles y otros ministerios del Señor deben enseñar a los discípulos a obedecer las leyes del Reino de Dios.

Siempre debe de haber dos testigos—Cristo y Su siervo.

Cuando Cristo está trabajando con nosotros es como si un elefante estuviera trabajando con un ratón. Aunque quizá estén trabajando juntos, el elefante es el que hace el trabajo.

Cuando salimos por nuestra propia cuenta para hacer discípulos de las naciones es como si un ratón decidiera que le había sido asignada la tarea de ayudarle al elefante a sacar de raíz árboles gigantescos para moverlos a un lugar determinado. Si el ratón se adelantara para trabajar “para” el elefante entonces tendríamos una situación ineficaz. Cuando nosotros los santos salimos por nuestra propia cuenta para hacer discípulos de las naciones, intentando trabajar “para” Cristo, tenemos una situación ineficaz. Sólo que el Señor trabaje con nosotros podremos lograr el trabajo.

¿Por qué la iglesia Cristiana ha intentado por dos mil años cumplir la Gran Comisión fuera de la Presencia y del movimiento del Señor Jesús? Es porque somos orgullosos, somos ignorantes de la Palabra y de la voluntad de Dios, y comprendemos muy poco sobre la naturaleza y la manera en que opera el Reino de Dios, porque estamos llenos de pecado y de egoísmo, y estamos empeñados en lograr nuestra propia voluntad y construir nuestros propios reinos.

Ahora estamos en los últimos días de la Era de la Iglesia. Los poderes de Satanás están llenando la tierra. La oscuridad se está volviendo más intensa. Muy pronto, el miedo hará fallar los corazones de los hombres debido a la maldad y a las calamidades que abundarán por todos lados.

Los días en que las iglesias puedan trabajar sin Cristo están llegando rápidamente a su fin. Las iglesias que continúen caminando en su propia sabiduría y fuerza, en su voluntad propia y egocentrismo, estarán vacías del Espíritu de Dios. Ellas se volverán “Laodicea”. Ellas serán vomitadas de la boca de Cristo. La desnudez de “Babilonia” (el Cristianismo centrado en el hombre), la prostituta, aquella que vende las cosas de Dios al mundo para comprar el favor del mundo, quedará expuesta.

El creyente que prefiera hacer la voluntad de Dios debe permitirle al Señor Jesús que venga a él y lo purgue de la suciedad de la carne, de su voluntad propia, y de su egocentrismo. Debe aprender a estar en silencio en la Presencia del Señor Jesús. El clamor de su corazón debe de estar quieto.

Cristo está llegando a las iglesias en nuestro día. El Sumo Sacerdote de Dios está caminando entre los candelabros de oro. Él está tocando a las puertas de los corazones de los hombres en la Era de Laodicea. Debemos escuchar cuidadosamente porque Él está en el proceso de revelarse a Sí mismo a nosotros (Apocalipsis 3:20). ¡Escucha! ¡Escucha! ¡Escucha!

Nunca olvidemos que se necesitan dos testigos para que el testimonio sea válido. Cristo no dará testimonio Él solo. Nosotros no podemos dar testimonio por nosotros mismos. Cristo obrando en nosotros y con nosotros será el testimonio del fin de los tiempos de la pronta llegada del Reino de Dios a la tierra.

Un tercer aspecto de los dos panes que eran mecidos durante la celebración Judía de la fiesta de Pentecostés es el concepto de la doble porción. Las Escrituras hablan de una doble porción, de una “lluvia tardía”, un derramamiento del Espíritu Santo sin precedente que llevará a la madurez la cosecha de la tierra.

El simbolismo asociado con Elías y Eliseo se refiere a la unción y luego a la doble unción. Los eventos de la vida de Eliseo representan el ministerio de los dos testigos del Apocalipsis, Capítulo Once. Así como Elías (el Espíritu Santo obrando a través de Juan el Bautista) preparó el camino para Cristo, igualmente “Eliseo” (Jesús obrando a través de los santos) prepara el camino para el Rey, Cristo Jesús, conforme regresa para recibir Su herencia en la tierra.

Si un solo pan fuera mecido durante la fiesta de las Semanas, el Libro de Hechos sería la constancia del mayor avivamiento Cristiano. Pero ya que dos panes eran mecidos sabemos que el Pentecostés más grande de todos sucederá al cierre de la era—justamente antes de que regrese el Señor Jesús.

La lluvia tardía, y luego el sol incandescente de la tribulación, llevará a la madurez al trigo para prepararlo para la cosecha.

El avivamiento de la lluvia tardía está sobre nosotros ahora pero un derramamiento mucho mayor está por llegar.

¡Pídanle al Señor que llueva en primavera! ¡Él es quien hace los nubarrones y envía los aguaceros! ¡Él es quien da a todo hombre la hierba del campo! (Zacarías 10:1—NVI)
Conozcamos al Señor; vayamos tras su conocimiento. Tan cierto como que sale el sol, él habrá de manifestarse; vendrá a nosotros como la lluvia de invierno [la lluvia temprana], como la lluvia de primavera [la lluvia tardía] que riega la tierra. (Oseas 6:3—NVI)
Alégrense, hijos de Sión, regocíjense en el Señor su Dios, que a su tiempo les dará las lluvias de otoño. Les enviará la lluvia, la de otoño y la de primavera [la lluvia temprana y la tardía], como en tiempos pasados. (Joel 2:23—NVI)
Por tanto, hermanos, tengan paciencia hasta la venida del Señor. Miren cómo espera el agricultor a que la tierra dé su precioso fruto y con qué paciencia aguarda las temporadas de lluvia [la lluvia temprana y la tardía]. (Santiago 5:7—NVI)

El ministerio del fin de los tiempos de los dos panes de Pentecostés es representado por los dos testigos del Apocalipsis, Capítulo Once. Los dos testigos representan simbólicamente la Cabeza y el Cuerpo de Cristo dando el testimonio Divino, el testimonio “tardío” de los últimos días.

En los tiempos en que vivimos, Cristo aparecerá a los miembros de Su Cuerpo (Juan 14:18-23). Cristo hará con y en Su Cuerpo lo que las iglesias Cristianas no han podido lograr desde la época de los Apóstoles. En un período muy corto, Cristo, obrando por medio de y en conjunto con los miembros de Su Cuerpo, dará testimonio de la pronta llegada del Reino de Dios a toda nación de la tierra (Mateo 24).

Hemos estado discutiendo los cumplimientos personales de las primeras cuatro de las siete fiestas solemnes del Señor:

La Pascua—la obra en nuestra personalidad del cuerpo quebrantado y de la sangre derramada de Cristo.

Los Panes sin Levadura—la muerte al mundo y la resurrección con Cristo representado por nuestro sincero arrepentimiento y nuestra participación en el bautismo en agua.

Las Primicias—volver a nacer y ser sellados por el Espíritu para el día de la redención, para el cumplimiento espiritual de las últimas tres fiestas.

Pentecostés—el poder del Espíritu Santo que nos ayuda a llevar una vida santa, y para dar testimonio del Señor Jesús y de Su Reino.

Estas cuatro obras de redención son de preparación para nuestra entrada al Reino de Dios. De ellas recibimos la autoridad, el poder, la virtud, y la sabiduría que debemos tener si vamos a poder seguir adelante hacia el reposo de Dios, hacia la tierra prometida, hacia la plenitud de la realización y del dominio que Dios le ha prometido al hombre.

Los cumplimientos personales de las últimas tres fiestas están próximos. Debemos dedicarnos de lleno a seguir al Señor Jesús ya que por medio del Espíritu Santo Él nos lleva a la victoria en el Reino de Dios.

El Reino de Dios es Dios en Cristo en los santos haciendo la voluntad de Dios por toda la creación y llevando la Presencia de Dios a todas las criaturas de Dios.

Las últimas tres fiestas son las siguientes:

El Son de Trompetas—la llegada del Rey para echar fuera de nuestra personalidad a Sus enemigos y para disciplinarnos como miembros de Su ejército.

El Día del Perdón—quedar libres de los enemigos de Dios, nuestra reconciliación con Dios; la preparación de la Novia.

Los Tabernáculos—Dios y Cristo por medio del Espíritu Santo haciendo su morada eterna en nosotros; las bodas del Cordero.

Si no seguimos más allá de Pentecostés, seremos como quienes han sido preparados y equipados para una tarea y luego se la pasan divagando como si no tuvieran una meta.

Uno de los conocimientos más esenciales que se está impartiendo a las iglesias de nuestros días tiene que ver con la meta de la redención Cristiana. La meta de la redención Cristiana no es alcanzar el Cielo como el lugar donde debemos morar. Esto no está en las Escrituras, y en tanto tengamos la ida al Cielo como nuestra meta tendremos un impedimento en nuestra habilidad para entrar en el cumplimiento espiritual de las últimas tres fiestas.

La meta de la redención es el establecimiento del Reino, de la autoridad de Dios. La redención que llegará en los últimos días es la liberación de los elegidos de Dios, y, finalmente, de las naciones de la tierra de las cadenas de Satanás. El Reino llega cuando se destruyen las obras del diablo.

Dios ha prometido, en el Antiguo Testamento y en el Nuevo Testamento, venir a destruir las obras de Satanás sobre la tierra. Esta es la redención sobre la cual hablan las Escrituras. Esta es la venida del Reino de Dios a la tierra. Esta es la meta, la salvación, el reposo que es representado por las siete fiestas Levíticas.

El movimiento actual del Espíritu de Dios hacia los Judíos tiene un significado importante. Será a través de los Judíos y de la ciudad de Jerusalén que el Reino de Dios llegará a la tierra. En los últimos días, el reino espiritual de los Cristianos convergerá con la nación física de Israel que resultará en el renacimiento espiritual, por medio de Cristo, de los Judíos.

La convergencia del Israel espiritual con la nación física de Israel se puede apreciar en forma embriónica al ver la atracción que sienten las personas Cristianas hacia la tierra y el pueblo sufrido de Israel. El deseo actual de los Cristianos devotos de ayudar al pueblo de Israel, y de ser parte de la tierra y de la gente, nos da una idea de la venida del Reino de Dios a la tierra.

Ser cubiertos por la sangre de la Pascua, volver a nacer, y ser bautizados por el Espíritu Santo no constituye la totalidad de la redención Cristiana. Más bien, estos tres aspectos de la gracia Divina son la autoridad, el poder y la virtud que nos ayudan a entrar en el proceso de la salvación, esto es, a ser liberados de la persona y de las obras de Satanás, y a ser llevados a una unión completa con el Padre a través de Cristo.

Estar en el reposo de Dios (Hebreos 4:1) es estar libre de toda influencia de Satanás y de ser uno con Dios por medio de Cristo.

Hoy es el día para “tomar el Reino”, es decir, para entrar en el reposo preparado para Dios y para nosotros desde la fundación del mundo.

El Son de Trompetas

El Son de Trompetas marca el comienzo de nuestra entrada al Reino de Dios. Las primeras cuatro fiestas solemnes, como hemos dicho, nos dan la autoridad, el poder, y la virtud para entrar en el Reino. En la etapa del Son de Trompetas es cuando el Reino llega a nuestra alma y a nuestro cuerpo con poder práctico, marcando el inicio del cumplimiento de la voluntad de Dios en la tierra como en el Cielo.

El Reino de Dios es Dios en Cristo en los santos haciendo la voluntad de Dios sobre la tierra como se hace en el Cielo. El Reino de Dios es dominio Divino sobre el reino material—un dominio centrado en Cristo y rodeado por Cristo.

El Rey de Dios llega con el son de la trompeta.

Eleven, puertas, sus dinteles; levántense, puertas antiguas, que va a entrar el Rey de la gloria. ¿Quién es este Rey de la gloria? Es el Señor Todopoderoso; ¡él es el Rey de la gloria! (Salmo 24:8, 9—NVI)

El Salmo Veinticuatro habla sobre la tierra, sobre la justicia y la rectitud, y finalmente, sobre la venida del Rey a través de las puertas eternas de las almas de los hombres. Cuando llega el Rey, el tema siempre es la justicia sobre la tierra, ya que el Reino de Dios es justicia, paz, y gozo sobre la tierra hecho posible por la Presencia del Espíritu Santo.

Las trompetas no sonaron cuando el Bebé Jesús nació en Belén porque Cristo no se manifestó en toda Su majestuosidad en ese momento. (Sin embargo, una estrella apareció en honor al Rey, y antes de la crucifixión de Jesús el Gobernador Pilato reconoció que Él era el Rey de los Judíos).

Ahora nos estamos acercando al Día de días en que Cristo regresará a la tierra como Rey de reyes, y recibirá los reinos de este mundo. Las naciones y toda la tierra le pertenecen a Cristo.

En primer lugar, el Señor le llegará personalmente a cada miembro de Su Cuerpo. Después, cuando Su obra a sido completada en Su real sacerdocio, Cristo aparecerá en las nubes con Sus jueces y gobernantes. Todo ojo lo verá. Toda rodilla se hincará ante el Señor de señores. Toda boca confesará que Jesús es el Señor.

La venida de Cristo a Su Iglesia antes de que baje de las nubes del Cielo está anunciado en las Escrituras. La declaración más clara que el Señor se aparecerá en Sus santos fue dicho por Jesús mismo en Juan 14:18-23. Esta es una venida personal de Cristo el Rey al creyente. Es el cumplimiento personal del Son de Trompetas.

Observa cuidadosamente:

No los voy a dejar huérfanos; volveré a ustedes. (Juan 14:18—NVI)

“Volveré a ustedes.”

Obviamente esta es una venida del Señor antes de Su venida en las nubes del Cielo. Unos cuantos versículos antes de este (Juan 14:3) Jesús dijo, “Vendré para llevármelos conmigo”. Ya que el Capítulo Catorce del Evangelio de Juan hace énfasis en el cumplimiento espiritual de la fiesta Levítica de los Tabernáculos y no en el regreso de Cristo con Sus santos y Sus santos ángeles, nosotros creemos que tanto Juan 14:33 como 14:18 están hablando sobre la venida de Cristo a cada santo. Ninguno de los dos versículos está haciendo énfasis en la aparición mundial de Cristo cuando “todo ojo lo verá“.

Dentro de poco el mundo ya no me verá más, pero ustedes sí me verán. Y porque yo vivo, también ustedes vivirán. (Juan 14:19—NVI)

El mundo no verá a Cristo antes de Su aparición en las nubes del Cielo. Pero ciertamente los santos lo verán. Conforme seguimos avanzando más allá de la fiesta de Pentecostés, el Señor Jesús se vuelve cada vez más real para nosotros. Ahora es el momento de que el Señor se aparezca a Sus santos con mucha más claridad de lo que ha sido nuestra experiencia hasta este momento.

Ahora es el momento de que Cristo se acerque a Su Iglesia y que esté con y en Sus santos en un mayor grado del que creímos posible en la Era de la Iglesia. Nosotros lo veremos. Esto no es en sentido figurado refiriéndose a los ojos de fe que hemos ejercitado hasta este momento en nuestro discipulado.

En aquel día ustedes se darán cuenta de que yo estoy en mi Padre, y ustedes en mí, y yo en ustedes. (Juan 14:20—NVI)

La expresión “en aquel día” se utiliza en repetidas ocasiones en el Libro de Isaías y frecuentemente se refiere al Día del Señor. El Día del Señor llegará primero a los miembros del Cuerpo de Cristo y después de forma visible y tangiblemente a las naciones de la tierra.

“Aquel día” es el día del cumplimiento total de la fiesta de los Tabernáculos. Es el punto en el que Dios y Cristo están reposando en nosotros y nosotros en Ellos. Son las bodas del Cordero. El Día del Señor, o del cumplimiento espiritual de la fiesta de los Tabernáculos, se describe poéticamente en el Capítulo Doce del Libro de Isaías.

¡Dios es mi salvación! Confiaré en él y no temeré. El Señor es mi fuerza, el Señor es mi canción, ¡él es mi salvación! (Isaías 12:2—NVI)

Ahora regresemos a las palabras de Jesús:

¿Quién es el que me ama? El que hace mis mandamientos y los obedece. Y al que me ama, mi Padre lo amará, y yo también lo amaré y me manifestaré a él. (Juan 14:21—NVI)

“Me manifestaré a él.”

¿No es esta una aparición personal del Señor a nosotros, sucediendo antes de la venida de Cristo en las nubes de gloria?

Judas (no el Iscariote) le dijo: _¿Por qué, Señor, estás dispuesto a manifestarte a nosotros, y no al mundo? (Juan 14:22—NVI)

La respuesta a esta pregunta revela el cumplimiento personal e individual de las últimas tres fiestas solemnes del Señor, principalmente de la fiesta de los Tabernáculos.

Le contestó Jesús: _El que me ama, obedecerá mi palabra, y mi Padre lo amará, y haremos nuestra vivienda en él. (Juan 14:23—NVI)

Es evidente, por los versículos anteriores, que hay una venida del Señor antes de Su venida en las nubes del Cielo. Esta es una venida personal a cada creyente que, mediante el Espíritu, guarde los mandamientos de Cristo.

Aquellos creyentes que estén viviendo en la naturaleza pecaminosa también experimentarán la venida del Señor. Ellos, sin darse cuenta, están aguardando un juicio terrible que consumirá su carne. Sus espíritus quizá sean o no salvados en el Día de Cristo, dependiendo del juicio del Señor.

El regreso de Cristo sucederá en etapas. La resurrección corporal y ascensión de los santos sucederá en la última etapa.

Por tanto, para que sean borrados sus pecados, arrepiéntanse y vuélvanse a Dios, a fin de que vengan tiempos de descanso de parte del Señor, enviándoles el Mesías que ya había sido preparado para ustedes, el cual es Jesús. Es necesario que él permanezca en el cielo hasta que llegue el tiempo de la restauración de todas las cosas, como Dios lo ha anunciado desde hace siglos por medio de sus santos profetas. (Hechos 3:19-21—NVI)

Oseas habla sobre la venida de Cristo que no es Su venida a todo el mundo:

Conozcamos al Señor; vayamos tras su conocimiento. Tan cierto como que sale el sol, él habrá de manifestarse; vendrá a nosotros como la lluvia de invierno, como la lluvia de primavera que riega la tierra. (Oseas 6:3—NVI)

“Vendrá a nosotros.”

Esta no es la aparición de Cristo en las nubes del cielo. Más bien, es la venida de Cristo a Sus santos en la gloria y el poder de la doble porción de unción, en el avivamiento de los últimos tiempos, en las lluvias de otoño (Joel 2:23).

Habrá una segunda venida histórica de Cristo a la tierra—la venida que es la base de la visión del Libro del Apocalipsis (1:7). Es la venida en la que todo ojo lo verá. Los santos victoriosos serán resucitados de entre los muertos, serán glorificados, y llevados a la Presencia de Cristo quien habrá aparecido en el aire inmediatamente arriba de la tierra. Esta es la reunión del ejército del Señor, el momento fatídico antes del ataque feroz de la caballería que marcará el comienzo de la Batalla de Armagedón.

El llamado del Rey y el sacudimiento del firmamento y de sus luminarias sucederán para que todos lo puedan ver. Entonces, Él vendrá.

Inmediatamente después de la tribulación de aquellos días, “se oscurecerá el sol y no brillará más la luna; las estrellas caerán del cielo y los cuerpos celestes serán sacudidos”. La señal del Hijo del hombre aparecerá en el cielo, y se angustiarán todas las razas de la tierra. Verán al Hijo del hombre venir sobre las nubes del cielo con poder y gran gloria. Y al sonido de la gran trompeta mandará a sus ángeles, y reunirán de los cuatro vientos a los elegidos, de un extremo al otro del cielo. (Mateo 24:29-31—NVI)

El sacudimiento de los cielos, que sucederá “inmediatamente después de la gran tribulación de aquellos días”, llegará de sorpresa al mundo; ya que hasta esa hora—aún a través de la tribulación, aparentemente—las naciones de la tierra seguirán con sus quehaceres de siempre (Mateo 24:37-39).

Durante este tiempo, los santos habrán “entrado al arca de seguridad”, esto es, habrán entrado al cumplimiento espiritual de la fiesta de los Tabernáculos. Ellos estarán morando en Cristo y Él en ellos. Cuando llegue le inundación de la destrucción sólo logrará acercarlos más a la Presencia de Dios.

Nosotros creemos, por lo que dicen las Escrituras, que el Señor Jesús vendrá a Su Iglesia por medio del Espíritu antes de Su aparición al mundo. Nosotros creemos que este aspecto espiritual de Su venida quizá ya haya comenzado. Es un tiempo de juicio, de preparación para nuestra entrada a Jesús en celebración de la fiesta de los Tabernáculos:

El día en que el siervo menos lo espere y a la hora menos pensada el señor volverá. Lo castigará severamente y le impondrá la condena que reciben los hipócritas. Y habrá llanto y rechinar de dientes. (Mateo 24:50, 51—NVI)

El pasaje anterior, junto con la parábola de las diez vírgenes (Mateo, Capítulo 25) quizá se esté refiriendo a la venida visible e histórica del Señor. Sin embargo, es posible que tenga un sentido espiritual en el que el Señor venga en el Espíritu y quienes no le estén sirviendo sean quitados del camino de los propósitos Divinos.

Como hemos dicho, el proceso de quitar la mala hierba que se encuentra entre el trigo quizá esté sucediendo ahora. Primeramente, los cardos del pecado están siendo quitados de las personalidades de los santos verdaderos. Después, aquellos entre los creyentes que se rehúsen a dejar atrás sus pecados serán eliminados. Primero, la eliminación del pecado. Después la eliminación de los pecadores.

La Iglesia por fin quedará sin mancha ni arruga—una novia perfecta y completa para el Cordero.

Que el lector ponga atención a lo que escucha. En nuestro día, el Señor está hablando a través del Espíritu, llamándonos a salir del mundo, del pecado, y del egocentrismo. La oscuridad espiritual en el mundo está aumentando rápidamente. Estamos acercándonos a la media noche. No es momento para ser descuidados.

Muchos pastores y maestros están adormeciendo a sus audiencias con palabras suaves, promesas de dinero, de poder, y de un “rapto” que los sacará de los problemas. Ellos están equivocados. Ellos no están oyendo del Señor. Ellos, y quienes los siguen, sufrirán mucho en los días que se aproximan. Sión será purificada mediante el fuego.

Con espíritu de juicio y espíritu abrasador, el Señor lavará la inmundicia de las hijas de Sión y limpiará la sangre que haya en Jerusalén. (Isaías 4:4—NVI)

Muchos pasajes de los Profetas hablan sobre la venida de Cristo para purificar a Sus santos con fuegos de juicio Divino.

Observa la siguiente descripción de la venida del Señor. Es una venida repentina, una intervención y visita que llegarán de sorpresa a los hipócritas en Sión. No es una venida al mundo sino al Templo de Dios, a la Iglesia, al pueblo de Dios:

El Señor Todopoderoso responde: Yo estoy por enviar a mi mensajero para que prepare el camino delante de mí. De pronto vendrá a su templo el Señor a quien ustedes buscan; vendrá el mensajero del pacto, en quien ustedes se complacen. (Malaquías 3:1—NVI)

“De pronto vendrá a su templo el Señor.”

Aparentemente, este no es el regreso de Cristo a la tierra en las nubes de gloria sino la venida de Cristo para juzgar a Su pueblo.

Pues conocemos al que dijo: “Mía es la venganza; yo pagaré”; y también: “El Señor juzgará a su pueblo.” (Hebreos 10:30—NVI)
Pero ¿quién podrá soportar el día de su venida? ¿Quién podrá mantenerse en pie cuando él aparezca? Porque será como fuego consumidor o lejía de lavandero. (Malaquías 3:2—NVI)

Esta es una verdadera descripción de la venida del Señor. Primero, el Señor vendrá para preparar a Su pueblo para su venida a la tierra. Segundo, el Señor vendrá en las nubes del cielo para hacer la guerra contra el Anticristo y para juzgar a las naciones de la tierra.

Nota la pregunta: “¿Quién podrá mantenerse en pie cuando Él aparezca?”

¿Será la respuesta, aquel que profese fe en Cristo? Claro que no. La única respuesta, la respuesta que fue verdad ayer, que es verdad hoy, y que será verdad por siempre, es la siguiente:

Sólo el que procede con justicia y habla con rectitud, el que rechaza la ganancia de la extorsión y se sacude las manos para no aceptar soborno, el que no presta oído a las conjuras de asesinato y cierra los ojos para no contemplar el mal. (Isaías 33:15—NVI)

Cuando el Señor Jesús venga, Él buscará este tipo de comportamiento en cada uno que profese fe en Él. Si esta conducta se encuentra en el individuo, éste será recompensado. Él heredará la vida eterna.

Si Cristo no encuentra estos comportamientos, el creyente será visitado con fuego. Si en su aflicción se vuelve a Dios, será salvado. Si no se arrepiente, escogiendo mejor seguir en su falta de rectitud, en su impureza, y en su desobediencia al Padre, será cortado de la Vid, cortado de Cristo. Será echado a las tinieblas de afuera.

Se sentará como fundido y purificador de plata; purificará a los levitas y los refinará como se refinan el oro y la plata. Entonces traerán al Señor ofrendas conforme a la justicia. (Malaquías 3:3—NVI)

Cristo viene para juzgar a Su real sacerdocio (1 Pedro 2:9). La “plata”, que es usada simbólicamente en las Escrituras, significa redención. Cristo viene para purificar a los redimidos, para probar con fuego su fe. Entonces, sus sacrificios espirituales serán presentados con manos limpias y corazones santificados.

Esto no es lo que sucede hoy en día. La profesión de fe en Cristo es acompañada de inmoralidad, de codicia, de todo tipo de conflicto y discordia, de celos, y de egocentrismo. Ya es hora de que la Novia se prepare a sí misma por medio del Espíritu Santo para la venida personal de su Señor. El Señor Jesús vendrá a la Iglesia primero para que la Iglesia no sea condenada cuando venga a juzgar al mundo.

Malaquías declara, “De pronto vendrá a Su templo el Señor a quien ustedes buscan”. ¿Cuándo sucederá esta venida? Definitivamente no después de que Jesús se aparezca al mundo en las nubes del cielo.

Sabemos por la Primera Carta a los Tesalonicenses, Capítulo Cuatro y por la Primera Carta a los Corintios, Capítulo Quince que el Señor Jesús descenderá del Cielo y vestirá de inmortalidad a los muertos y a los vivos. Después, los santos se elevarán de la superficie de la tierra para encontrarse con Cristo en el aire. No puede ser cierto que Cristo resucitará y glorificará a los miembros de Su Cuerpo y que después los purificará mediante el juicio, con el bautismo de fuego. Yo los bautizo a ustedes con agua para que se arrepientan. Pero el que viene después de mí es más poderoso que yo, y ni siquiera merezco llevarle las sandalias. Él los bautizará con el Espíritu Santo y con fuego. (Mateo 3:11—NVI)

El juicio de los santos, que se describe en el Capítulo Cuatro de la Primera Carta de Pedro, debe suceder antes de que el Señor regrese a resucitarnos y a glorificarnos.

Piensa en esto: las Escrituras enseñan que cuando Jesús aparezca desde el Cielo nosotros apareceremos con Él.

Cuanto Cristo, que es la vida de ustedes, se manifieste, entonces también ustedes serán manifestados con él en gloria. (Colosenses 3:4—NVI)

La aparición en gloria de los santos muertos y vivos se describe en la Primera Carta a los Tesalonicenses 4:4-17. Este es el momento en que Jesús desciende del Cielo con un trompetazo, llevando consigo aquellos que están dormidos en Él. Los santos muertos serán resucitados de sus tumbas. Los santos vivos serán cambiados y luego se encontrarán con los santos resucitados para encontrarse con el Señor en el aire.

Si pensamos esto detenidamente, podemos ver que no es posible que nosotros seamos resucitados de entre los muertos, que seamos revestidos de incorrupción (1 Corintios 15:53), que ascendamos a encontrarnos con Cristo en el aire, y después que seamos juzgados y luego purificados de todo pecado y egocentrismo.

Porque es tiempo de que el juicio comience por la familia de Dios; y si comienza por nosotros, ¡cuál no será el fin de los que se rebelan contra el evangelio de Dios! (1 Pedro 4:17—NVI)

Santiago nos advierte:

No se quejen unos de otros, hermanos, para que no sean juzgados. ¡El juez ya está a la puerta! (Santiago 5:9—NVI)

“El juez ya está a la puerta.”

El “juez”, y el único Juez de hombres, es el Señor Cristo Jesús.

Un aspecto de la venida del Señor Jesús para juzgar a Su pueblo está descrito en los primeros tres capítulos del Libro del Apocalipsis. El texto en ningún momento sugiere que Dios ignore las obras del creyente, que son salvos y recompensados por la gracia y no por una conducta intachable. Más bien, se presenta el concepto contrario.

Por eso lo voy a postrar en un lecho de dolor, y a los que cometen adulterio con ella los haré sufrir terriblemente, a menos que se arrepientan de lo que aprendieron de ella. A los hijos de esa mujer los heriré de muerte. Así sabrán todas las iglesias que yo soy el que escudriña la mente y el corazón; y a cada uno de ustedes lo trataré de acuerdo con sus obras. (Apocalipsis 2:22-23—NVI)

El pasaje anterior fue dirigido a uno de los siete “candelabros”, a una iglesia Cristiana. Aquí no se sugiere que los Cristianos tendrán comunión eterna con Dios basado en la justicia imputada (adscrita).

Los capítulos dos y tres del Libro del Apocalipsis señalan que Cristo está interesado en el fruto de su obra redentora en nosotros, no en que moremos en un estado legal de “gracia” que no se caracterice por una vida transformada, por una conducta santa, intachable, justa y llena de fe.

Adán y Eva fueron echados del Jardín del Edén para que no pudieran comer del árbol de la vida y así obtener inmortalidad mientras que el pecado tuviera dominio sobre ellos. Si ellos hubieran adquirido inmortalidad mientras estaban en su estado de rebelión en contra del Señor Dios, ellos hubieran sido arrojados al abismo más profundo junto con los ángeles caídos (2 Pedro 2:4).

De la misma manera, si Dios nos resucitara de entre los muertos y nos glorificara mientras que todavía estuviéramos atados por el pecado y el egocentrismo, Él estaría produciendo pecadores inmortales, rebeldes inmortales. Ya no seríamos candidatos para la redención. En ese caso, Dios estaría inmortalizado nuestra carne mientras que el pecado todavía estuviera en ella.

Primero debemos ser purificados. Con la ayuda del Señor Jesús, debemos vencer el pecado y la rebelión. Sólo entonces se nos permitirá comer del árbol de la vida (Apocalipsis 2:7).

El último enemigo que será destruido será la muerte. Todos los demás enemigos deberán de ser destruidos antes de que estemos listos para destruir al último enemigo. Nosotros debemos ser juzgados antes de recibir nuestros cuerpos inmortales.

Cristo ha venido a las iglesias de nuestros días para prepararnos para la venida del Reino de Dios y para la resurrección de entre los muertos.

Cuando Cristo regrese en las nubes existirá una Novia sin mancha ni arruga, un complemento santo e intachable del Señor Jesús. Cuando eso suceda, la Novia, habiendo sido guiada por el Espíritu de Dios, se habrá preparado. Ella habrá lavado su ropa y la habrá vuelto blanca en la sangre del Cordero.

Hoy es el día de la preparación, de la hora del arrepentimiento. Debemos alejarnos de hacer nuestra propia voluntad y buscar el rostro del Señor. Todo pecado debe de ser eliminado de nosotros. Nosotros debemos seguir al Señor Jesús en obediencia diligente y portadora de la cruz.

El camino del Señor debe de hacerse recto. La novia debe de ser separada de las iglesias carnales y luego purificarse y hacerse hermosa en santidad y fidelidad antes de que el Señor regrese del Cielo.

Que se levanten todos los valles, y se allanen todos los montes y colinas; que el terreno escabroso se nivele y se alisen las quebradas. (Isaías 40:4—NVI)

Todo se definirá y se volverá eterno. Lo santo permanecerá santo y lo malo permanecerá malo.

Deja que el malo siga haciendo el mal y que el vil siga envileciéndose; deja que el justo siga practicando la justicia y que el santo siga santificándose. (Apocalipsis 22:11—NVI)

Es un prospecto tenebroso ser juzgado y encontrado no merecedor del Reino de Dios, ser cegado a lo que Cristo está haciendo en y con Sus santos verdaderos, ser separado de Dios y de Sus propósitos.

Los principios del Reino que se ilustran en la parábola de las diez vírgenes y en la parábola de las monedas de oro (Mateo, Capítulo 25) están siendo aplicados hoy en día. Sabemos por las palabras del Apóstol Pedro que el Tribunal de Justicia de Cristo ha estado operando desde el primer siglo.

Las parábolas de las diez vírgenes y de las monedas de oro nos enseñan la atención, la preparación, y la diligencia que es necesaria si queremos entrar en el Reino de Dios.

Aún hoy, a las personas a quienes mucho se les ha dado quizá ellas estén perdiendo la gracia que les ha sido otorgada y _quizá sin darse cuenta—estén comenzando a entrar en el reino de las tinieblas espirituales. Estos tipos de cambios espirituales pueden suceder en las personas sin que ellas tengan un entendimiento claro de lo que les está pasando.

Nosotros pensamos que los Profetas Hebreos hablan sobre por lo menos tres venidas de Cristo:

Su primera venida como el Bebé de Belén:

Pero de ti, Belén Efrata, pequeña entre los clanes de Judá, saldrá el que gobernará a Israel; sus orígenes se remontan hasta la antigüedad, hasta tiempos inmemoriales. (Miqueas 5:2—NVI)

La segunda venida de Cristo para juzgar a Israel, que incluye a todos Sus santos ya sean Judíos o Gentiles de nacimiento:

Con espíritu de juicio y espíritu abrasador, el Señor lavará la inmundicia de las hijas de Sión y limpiará la sangre que haya en Jerusalén. Entonces el Señor creará una nube de humo durante el día y un resplandor de fuego llameante durante la noche, sobre el monte Sión y sobre los que allí se reúnan. Por sobre toda la gloria habrá un toldo. (Isaías 4:4-5—NVI)

La tercera venida de Cristo en las nubes del cielo para reinar en justicia sobre el mundo.

En esa visión nocturna, vi que alguien con aspecto humano venía entre las nubes del cielo. Se acercó al venerable Anciano y fue llevado a su presencia, y se le dio autoridad, poder y majestad. ¡Todos los pueblos, naciones y lenguas lo adoraron! ¡Su dominio es un dominio eterno, que no pasará, y su reino jamás será destruido! (Daniel 7:13-14—NVI)

Cristo nació de una virgen en Belén de Judea. Cristo está aquí hoy entre Sus iglesias, probando nuestros corazones. Cristo vendrá en las nubes del cielo para recibir Su herencia—las naciones y los confines de la tierra.

El concepto importante que debemos sacar de todo esto es que el Señor está aquí hoy entre nosotros. En este momento es la hora de nuestra salvación. Ahora es el momento cuando la Novia se está levantando para acompañar al Novio en santa unión. Si nos perdemos la visita de la hora actual, que es el cumplimiento espiritual del Son de Trompetas y de las últimas dos fiestas solemnes, no seremos manifestados en gloria cuando Cristo aparezca.

Muchas fuerzas están presionándonos. Hay muchas vallas y obstáculos delante de nosotros. ¿Nos alejaremos del mundo actual y buscaremos el rostro del Señor? ¿Renunciaremos a todo para seguir al Rey, al Señor Cristo Jesús? La cuestión está aquí ahora. Se decidirá ahora, no en el futuro. El Señor está aquí ahora. En cierto modo, por lo menos, las cinco vírgenes están respondiendo ahora.

Tú y yo estamos siendo pesados en la balanza. ¿Seremos encontrados carentes?

El Señor Jesús ha llegado repentinamente a Su templo, que es el corazón del creyente. ¿Podremos aguantar el escudriñamiento y el fuego del Espíritu de Dios? ¿Tenemos oídos para oír lo que el Espíritu les está diciendo a las iglesias?

Cristo nos está llamando para salir de Sodoma. ¿Acaso estamos mirando hacia atrás? “¡Recuerda a la esposa de Lot!”

Ahora es la designación Divina para la salvación. Ahora el Señor ha llegado a quienes lo están buscando, no como el sacrificio por el pecado que quita la culpa de nuestros pecados sino como el Señor de los Ejércitos que está listo para liberarnos del poder del enemigo.

Y así como está establecido que los seres humanos mueran una sola vez, y después venga el juicio, también Cristo fue ofrecido en sacrificio una sola vez para quitar los pecados de muchos; y aparecerá por segunda vez, ya no para cargar con pecado alguno, sino para traer salvación a quienes lo esperan. (Hebreos 9:27-28—NVI)

La liberación del pecado y de la rebelión está aquí ahora y debemos dar toda nuestra atención a seguir adelante en ella.

Ester no podía presentarse ante el rey hasta que fuera preparada:

Ahora bien, para poder presentarse ante el rey, una joven tenía que completar los doce meses de tratamiento de belleza prescritos: seis meses con aceite de mirra, y seis con perfumes y cosméticos. (Ester 2:12—NVI)

Seis meses de mirra y seis meses con perfumes. Así que es cierto que cada creyente debe de someterse a la “mirra”, a los sufrimientos de Cristo, y después recibirá los “perfumes”, la plenitud de las bendiciones del Cielo. Después de que hayamos recibido tanto la mirra como los perfumes estaremos listos para ser recibidos por el Padre y por el Señor Jesús.

Ningún santo puede ser hermoso en santidad ante el Señor hasta que él o ella haya recibido tanto la mirra como el perfume, lo amargo como lo dulce, lo doloroso como lo agradable.

Una gran tribulación está por caer sobre la tierra. Los Cristianos serán perseguidos con amargura. Al mismo tiempo, el Señor Jesús está listo para llegar y morar en los santos en una plenitud de gloria que aun no hemos experimentado.

Tanto la gran tribulación como la gloria son necesarias si vamos a ser aptos para la Presencia de Cristo. Debemos seguir la nube de bendición y el fuego del sufrimiento conforme marchemos hacia el reposo de la tierra prometida de Dios.

El creyente Cristiano que esté buscando un camino que evitará el sufrimiento, que lo guiará alrededor de la cruz del discípulo, se está haciendo vulnerable a la decepción. Hoy en día, una multitud de personas están viviendo en decepción. Muchos están predicando que los santos no deben de sufrir, y esto va en contra del Apóstol Pablo que nos aconsejó asumir una actitud de sufrimiento (1 Pedro 4:1).

Esos predicadores y maestros quizá pasen la eternidad con sus seguidores. Los predicadores mismos fueron engañados y sin darse cuenta llevaron un mensaje falso a sus oyentes.

Grandes tribulaciones y persecuciones se acercan. Conforme los creyentes pasen por los juicios de fuego, la mala hierba será separada del trigo. Los malvados serán quitados de la verdadera Iglesia de Cristo. Los valles serán exaltados y quienes estén caminando en orgullo caerán. Los lugares ásperos del pecado serán quemados con fuego y las áreas chuecas del egocentrismo serán clavadas a la cruz. El camino del Señor se volverá recto.

Si hoy el pueblo del Señor se arrepiente, se salvará a sí mismo y a sus seres queridos. Si el pueblo del Señor no se arrepiente y busca Su rostro, Jesús vendrá y lo castigará con tribulaciones de fuego. Esta es Su Palabra a nosotros en la hora en que estamos viviendo.

El Señor Jesús ha venido a nosotros en el Espíritu. Él se está paseando alrededor de los candelabros. Sus ojos son como una llama de fuego. Él se para ante la puerta del corazón de cada creyente. Él ha venido para lavar la impureza de las hijas de Sión.

¿Quién podrá permanecer parado en el día en que vivimos? Nosotros sabemos por las Escrituras que cuando el pecado abunde, como es el caso de nuestros días, el amor de la mayoría se enfriará (Mateo 24:12).

Muchos de los santos serán purificados durante la hora de la tribulación y de juicio que está en el horizonte.

Algunos de los sabios caerán, pero esa prueba los purificará y perfeccionará, para que cuando llegue la hora final no tengan mancha alguna. Todavía falta mucho para que llegue el momento preciso. (Daniel 11:35—NVI)

Si le abrimos a Jesús la puerta de nuestro corazón, Él entrará en nosotros. Él cenará con nosotros, dándonos de comer y de beber. El alimento que comeremos será Su carne. La bebida que tomaremos será Su santa sangre (Lucas 22:15-20).

Estar casado con el Cordero es comer de Su carne y beber de Su sangre. Estar casado con el Cordero es vivir por Él así como Él vive por el Padre. Cuando el Señor venga a nosotros y esté habitando en nosotros sabremos que Él está en el Padre y que estamos morando en Él y Él está morando en nosotros. Esta es la dimensión interna de las bodas del Cordero y el cumplimiento personal de la fiesta de los Tabernáculos.

Si estamos viviendo por el Cordero, entonces, cuando Él aparezca en las nubes, nosotros nos reuniremos para estar con Él para siempre. Las águilas se reunirán donde esté el Cadáver (Mateo 24:28). La vida de Cristo adentro de nosotros es nuestra resurrección de entre los muertos y esa resurrección será revelada cuando Él aparezca. Si nosotros, creyentes o no, no estamos viviendo por Su Vida adentro de nosotros, no nos reuniremos con Él cuando Él aparezca.

Nuestra doctrina no puede ayudarnos a elevarnos para encontrarnos con Cristo cuando Él aparezca. La justicia imputada (adscrita) no puede ayudarnos a elevarnos para encontrarnos con Cristo cuando Él aparezca. Su Vida adentro de nosotros es la que nos ayudará a elevarnos para encontrarnos con Cristo cuando Él aparezca. Si hoy no recibimos adentro de nosotros a Cristo el Rey tanto que Su Vida llene cada área de nuestra personalidad, no participaremos de la primera resurrección de entre los muertos. La primera resurrección de entre los muertos debe de ser alcanzada, conforme llegamos a conocer el poder de la resurrección de Cristo y de la comunión con Sus sufrimientos (Filipenses 3:10-11).

La trompeta de guerra está sonando hoy en las iglesias anunciando la venida del Rey, de nuestro Redentor. Conforme abrimos las puertas eternas de nuestro corazón el Rey de la Gloria entra adentro de nosotros y habita con nosotros. El Señor es un Hombre de guerra. Él ha venido para hacer la guerra contra toda fuerza en nuestra vida que no está en sumisión a Él.

Eleven, puertas, sus dinteles; levántense, puertas antiguas, que va a entrar el Rey de la gloria. ¿Quién es este Rey de la gloria? El Señor, el fuerte y valiente, el Señor, el valiente guerrero. (Salmo 24:7,8—NVI)

El Son de Trompetas (Rosh Hashanah) es el Día de Año Nuevo en el calendario Judío contemporáneo.

Las trompetas anuncian la fiesta solemne que seguirá pocos días después—el Día del Perdón (Yom Kippur). La venida del Rey nos lleva inmediatamente al Día del Perdón, a la obra de reconciliarnos con toda la Persona y voluntad de Dios. Solamente después de que nuestra batalla ha sido completada, después de que una reconciliación con Dios se haya logrado, que podemos entrar a la fiesta de los Tabernáculos (Succot), al reposo de la tierra prometida de Dios, donde Dios y Cristo están morando con nosotros y nosotros con Ellos.

El Día del Perdón

Ahora hemos llegado a la sexta fiesta solemne del Señor. El número seis representa el día en que el hombre fue creado a la imagen de Dios.

Los santos, los hermanos de Cristo, han sido predestinados a ser cambiados a la imagen de Cristo (Romanos 8:29). Por esto, las obras de la redención Divina no cesarán hasta que hayamos sido hechos perfectos en la imagen de Cristo y hayamos llegado al reposo en la unión con Él. El segundo Adán y Su esposa son la plenitud de la expresión: “hombre y mujer los creó.”

El término perdón o expiación tiene muchos significados. Quizá el término reconciliación sea el que mejor sume los diversos significados. El Día del Perdón puede ser pensado como el Día de la Reconciliación.

La expiación Divina consiste de mucho más que de una cobertura sobre el pecador, que del perdón de sus pecados, o que del apaciguamiento de la ira de Dios. La expiación Divina contiene todas las provisiones necesarias para llevar a un ser humano de estar bajo el yugo de Satanás hasta estar en unión con Dios por medio de Cristo.

La redención Divina no ha logrado su obra en nosotros hasta que nosotros estemos completamente en el reposo de Dios.

La salvación que hay en Cristo incluye el perdón de nuestros pecados. Sin embargo, el perdón de los pecados no es la característica que hace original al pacto nuevo ya que los pecados eran perdonados también bajo los sacrificios ofrecidos bajo el pacto antiguo. El aspecto característico del pacto nuevo es que nuestros pecados nos son quitados y nos volvemos una creación nueva en el Señor.

Cada ser humano tiene la necesidad de ser redimido de la culpabilidad, de la muerte espiritual, del poder del pecado, de la desobediencia, y de la corrupción y la muerte del cuerpo. Cada uno de estos cinco aspectos de la redención está incluido en la expiación Divina.

El Día del Perdón, de Reconciliación, se presenta en el Capítulo Dieciséis del Libro de Levítico. Dos machos cabríos figuran predominantemente en la ceremonia.

Un macho cabrío era sacrificado y su sangre era esparcida sobre y delante del Propiciatorio como sacrificio por el pecado para los hijos de Israel.

El macho cabrío vivo salía hacia el desierto llevando sobre sí mismo las iniquidades de Israel (Levíticos 16:7-22).

Aquí tenemos dos dimensiones de la redención Divina: (1) el perdón por la culpabilidad de nuestros pecados; y (2) la eliminación misma del pecado como parte de nosotros.

El macho cabrío sacrificado apaciguaba a Dios con respecto a la culpa del pecado. El macho cabrío vivo simbólicamente quitaba los pecados del pueblo.

El Señor Jesús sacrificado satisfizo la justicia de Dios con respecto a la culpa de nuestros pecados. El Señor Jesús vivo, el Rey, ha venido ahora a quitar el poder del pecado sobre nosotros. Esta eliminación es posible y legal debido a que la expiación hecha por Jesús autoriza tanto el perdón como la purificación.

El Señor Jesús ha venido a Su Iglesia en nuestro día con el propósito de quitarnos nuestros pecados. Él está listo para romper el poder del diablo en nuestras personalidades. El pecado que es parte de nosotros debe de ser eliminado antes de que podamos ser resucitados en inmortalidad corporal.

La obra doble del Señor, el perdón y la eliminación de nuestros pecados, está descrito en los Capítulos Nueve y Diez del Libro de Hebreos.

Observa cuidadosamente los siguientes dos versículos:

Y así como está establecido que los seres humanos mueran una sola vez, y después venga el juicio, también Cristo fue ofrecido en sacrificio una sola vez para quitar los pecados de muchos; y aparecerá por segunda vez, ya no para cargar con pecado alguno, sino para traer salvación a quienes lo esperan. (Hebreos 9:27,28—NVI)

Aquí hay dos grupos de paralelos.

“Y así como está establecido que los seres humanos mueran una sola vez” es paralelo con “también Cristo fue ofrecido en sacrificio una sola vez para quitar los pecados de muchos”.

“Y después venga el juicio” es paralelo con “y aparecerá por segunda vez, ya no para cargar con pecado alguno, sino para traer salvación a quienes lo esperan”. La aparición de Cristo que se discute en Hebreos 9:28 incluye más que Su venida en las nubes de gloria.

La liberación de las aflicciones de la vida y de las ataduras de nuestra carnalidad sucederá cuando Él aparezca, siempre y cuando estemos esperando alegremente Su gloriosa Presencia.

Pero antes de que la plenitud de la redención nos pueda ser otorgada debe haber una venida de Cristo en juicio—un juicio que lleva a la redención de las ataduras del pecado en nuestra personalidad. Esta primera venida de Cristo a quienes lo están esperando se muestra en Malaquías 3:1: “De pronto vendrá a su templo el Señor a quienes ustedes buscan”.

El primer paralelo asocia nuestra muerte física con el sacrificio de Cristo sobre la cruz como el portador del pecado.

El segundo paralelo asocia el “juicio” con la aparición de Cristo “ya no para cargar con pecado alguno, sino para traer salvación”.

Siguiendo el segundo paralelo, la segunda aparición de Cristo tiene el propósito de llevarnos a juicio de tal manera que nos llevará a la salvación.

Sión será redimida con justicia, y con rectitud, los que se arrepientan. (Isaías 1:27—NVI)

Esta interpretación de Hebreos 9:27,28 encaja con el contexto de los Capítulos Nueve y Diez, y además con la exhortación del Libro de Hebreos. La exhortación de Hebreos es que los santos no descuiden su salvación después de haber experimentado los rudimentos de la redención sino que deben seguir adelante a la posesión completa de la tierra prometida de reposo de Dios.

Los escritos de los Apóstoles no nos dejan duda que nosotros los Cristianos estamos pasando por fuerte sufrimientos y pruebas como parte de nuestro peregrinaje, y que el propósito de estas tribulaciones es que nuestros pecados puedan ser enjuiciados y eliminados de nosotros.

El Capítulo Cuatro de la Primera Carta de Pedro se explica el cumplimiento personal del Día del Perdón. El Día del Perdón significa el perdón de nuestros pecados y la eliminación de las impurezas que están adentro de nosotros.

Por tanto, ya que Cristo sufrió en el cuerpo, asuman también ustedes la misma actitud; porque el que ha sufrido en el cuerpo ha roto con el pecado, (1 Pedro 4:1—NVI)

Así como el Señor Cristo Jesús, nosotros debemos sufrir mientras estamos en el mundo. Debemos esperar el sufrimiento y mantener lo más posible una actitud alegre y obediente. Cristo sufrió con el propósito de perdonar y de quitar nuestros pecados. Nosotros sufrimos para que el pecado pueda ser eliminado de nosotros. El sufrimiento es un juicio sobre el pecado que está en nuestra carne.

Pero ellos tendrán que rendirle cuentas a aquel que está preparado para juzgar a los vivos y a los muertos. (1 Pedro 4:5—NVI)

La Era Cristiana es una de juicio sobre el pecado. Los vivos están recibiendo juicio ahora y los muertos también están siendo enjuiciados. Los muertos viven ante Dios en el mundo espiritual pero están siendo enjuiciados como si estuvieran vivos en la carne (compara 1 Pedro 4:6; con 3:19).

La hora de la redención mediante el juicio ha llegado. El cumplimiento espiritual del Día del Perdón está aquí.

Queridos hermanos, no se extrañen del fuego de la prueba que están soportando, como si fuera algo insólito. (1 Pedro 4:12—NVI)

Los sufrimientos que can sobre nosotros son juicio Divino. Estas tienen el propósito de purificarnos del pecado. Son parte del cumplimiento espiritual del Día del Perdón.

Cuando estamos buscando al Señor y caminando en la voluntad de Dios, los sufrimientos que experimentamos no son por casualidad; no ocurren al azar; no son derrotas en las manos de Satanás. Más bien, están diseñadas para perfeccionarnos en Cristo.

Nuestras tribulaciones son juicio Divino benéfico sobre nosotros. Antes de ser afligidos nos descarriamos. Cuando somos afligidos debemos de orar para que la voluntad de Dios pueda ser efectuada en cada detalle de nuestra existencia. Las soluciones a nuestros problemas vendrán inmediatamente o después de algún tiempo, si continuamos caminando en oración y obediencia ante el Señor. La liberación ciertamente que vendrá. Si nosotros nos mantenemos fielmente en la prisión del Señor Él, después de que Sus propósitos en nosotros se hayan logrado, nos llevará a un lugar amplio.

Los justos sufren muchas aflicciones y tribulaciones. Cristo nos libera de toda aflicción pero debemos de orar sin cesar.

Antes de sufrir anduve descarriado, pero ahora obedezco tu palabra. (Salmo 119:67—NVI)
Porque es tiempo de que el juicio comience por la familia de Dios; y si comienza por nosotros, ¡cuál no será el fin de los que se rebelan contra el evangelio de Dios! (1 Pedro 4:17—NVI)

El Tribunal de Justicia de Cristo comenzó en cuanto Él ascendió a la derecha del Padre. Las Escrituras dicen que la hora “ha llegado”. Nosotros entendemos que la Era Cristiana es un periodo de juicio comenzando con quienes están más cercanos al Señor.

Cuando el Señor aparezca, el juicio continuará, extendiéndose a los extremos del Reino de Dios. Por esto, el propósito del Reinado de los mil años de Cristo (que es el cumplimiento espiritual en todo el reino del Día del Perdón) es la reconciliación de los elegidos de Dios, y de las personas de las naciones salvas de la tierra, a Dios por medio del Señor Cristo Jesús.

Quienes experimenten el juicio Divino, haciendo en todo la voluntad de Dios, asintiendo y cooperando con toda su personalidad apasionada, serán resucitados y glorificados cuando Cristo aparezca, elevándose para encontrarse con Él en el aire a Su venida. Ellos son el real sacerdocio de Dios. El lago de fuego y la segunda muerte no tiene autoridad sobre ellos. Ellos son los santos victoriosos, las primicias de Dios y del Cordero.

El resto de los muertos será resucitado al final del periodo de los mil años. Ellos se presentarán ante Cristo en ese momento y darán cuentas de sus actos. Aquellos cuyos nombres no se encuentran en el Libro de Vida del Cordero serán arrojados al lago que quema con fuego y azufre.

Los que estamos sufriendo ahora debemos ser pacientes con Dios, dándonos cuenta que hasta el santo más justo y recto con dificultad se salva. Todo pecado, toda desobediencia, todo rastro de rebelión, de necedad, de voluntad propia—todo debe de pasar por el fuego. Nuestro destino es ver el rostro de Dios. Por esto, ningún pecado ni egocentrismo se le puede permitir permanecer en nosotros.

El Señor Jesús está aquí ahora, reconciliándose con Su pueblo. El Juez está aquí. El juicio ha comenzado con la familia de Dios y ha comenzado con nosotros.

Si el justo a duras penas [con dificultad] se salva, ¿qué será del impío y del pecador? (1 Pedro 4:18—NVI)

En nuestros días, los estándares Cristianos del comportamiento no son bíblicos. Son el producto de la decepción espiritual y del error teológico.

Si Cristo se apareciera hoy es muy probable que la mayoría de nosotros sería quemada por Su sola Presencia. Es necesario que tribulaciones de fuego y persecuciones caigan sobre nosotros. Ellas nos purgarán del pecado y del egocentrismo, y además separará al verdadero Cristiano de los “creyentes” que son parte de “Babilonia” (el Cristianismo centrado en el hombre).

La decepción prevalece sobre la tierra. Se requerirá de gran tribulación y de Gloria Divina para que estemos listos para el regreso del Señor.

¿Cuántos en realidad estarán listos? ¿Una multitud? ¿Un puñado?

Cuando regrese el Hijo del hombre, ¿encontrará fe sobre la tierra?

Así pues, los que sufren según la voluntad de Dios, entréguense a su fiel Creador y sigan practicando el bien. (1 Pedro 4:19—NVI)

Encontramos el mismo principio de preparación como quien pasa por el fuego en el primer capítulo de la Segunda Carta a los Tesalonicenses:

Así que nos sentimos orgullosos de ustedes ante las iglesias de Dios por la perseverancia y la fe que muestran al soportar toda clase de persecuciones y sufrimientos. (2 Tesalonicenses 1:4—NVI)

¿Cuál es el propósito de estas persecuciones y tribulaciones?

Todo esto prueba que el juicio de Dios es justo, y por tanto él los considera dignos de su reino, por el cual están sufriendo. (2 Tesalonicenses 1:5—NVI)

Las persecuciones y las tribulaciones son el juicio de Dios cayendo sobre los santos para que no sean condenados cuando el mundo pase por el juicio.

Todos tendremos que pararnos ante Cristo en un momento u otro. Es mejor pasar por el juicio ahora, conforme es la voluntad de Dios.

¿Si no recibimos el juicio ahora, como podremos ser resucitados y elevados a encontrarnos con Él cuando Él aparezca? ¿Podemos ser enjuiciados y purificados después de que hayamos sido resucitados, glorificados, y llevados a Su Presencia para estar por siempre con Él?

El Señor Jesús mismo aprendió la obediencia al Padre, siendo reconciliado a Dios más perfectamente por las cosas que Él sufrió.

En efecto, a fin de llevar a muchos hijos a la gloria, convenía que Dios, para quien y por medio de quien todo existe, perfeccionara mediante el sufrimiento al autor de la salvación de ellos. (Hebreos 2:10—NVI)
Aunque era Hijo, mediante el sufrimiento aprendió a obedecer; y consumada su perfección, llegó a ser autor de salvación eterna para todos los que le obedecen. (Hebreos 5:8,9—NVI)

Si la Vida Eterna misma aprendió la obediencia a Dios mediante el sufrimiento, ¿qué será cierto de nosotros que estamos totalmente atados a la muerte, a la corrupción, a la injusticia, y al amor propio?

Si el Alfarero fue perfeccionado mediante el sufrimiento, ¿qué será verdad del barro?

Dios nos hiere antes de sanarnos. Dios nos aplasta antes de vendarnos.

¡Vengan, volvámonos al Señor! Él nos ha despedazado, pero nos sanará; nos ha herido, pero nos vendará. (Oseas 6:1—NVI)

No siempre es agradable pasar por el proceso del juicio y de la reconciliación. Pero el final de este castigo es el fruto apacible de la justicia y la rectitud. Dios nos reprende y disciplina para que podamos compartir en Su santidad. A quien Jesús ama Él reprende y disciplina.

Hablen con cariño a Jerusalén, y anúncienle que ya ha cumplido su tiempo de servicio, que ya ha pagado por su iniquidad, que ya ha recibido de la mano del Señor el doble por todos sus pecados. (Isaías 40:1—NVI)

Cuando el Señor entra por las puertas eternas de nuestros corazones, lo hace como el Señor fuerte y poderoso en la batalla, como el General de las fuerzas inconquistables. Él se lanza a la guerra en nosotros. Cuando la guerra se ha terminado, nuestra anarquía es perdonada y quitada de nosotros. Pero hasta que todo enemigo haya sido sojuzgado no existe reposo en nosotros.

El juicio siempre comienza con aquellos que están más cercanos al Señor.

Se me dio una caña que servía para medir, y se me ordenó: “Levántate y mide el templo de Dios y el altar, y calcula cuántos pueden adorar allí. Pero no incluyas el atrio exterior del templo; no lo midas, porque ha sido entregado a las naciones paganas, las cuales pisotearán la ciudad santa durante cuarenta y dos meses. (Apocalipsis 11:1,2—NVI)

Notamos en el pasaje anterior el principio del juicio que comienza con quienes están más cercanos a la Presencia de Dios. El Altar de Incienso era el accesorio del Tabernáculo que estaba más cercano al Arca del Pacto y del Propiciatorio ya que estaba justo antes de la Cortina. El “atrio exterior del templo” indica un área más alejada de la Presencia de Dios.

Hablamos anteriormente del cumplimiento personal espiritual del Son de Trompetas, esto es, de la llegada del Rey a nosotros. Cuando el Señor Jesús entra en nosotros Él echa fuera lo que no le es agradable a Él.

Y en el templo halló a los que vendían bueyes, ovejas y palomas, e instalados en sus mesas a los que cambiaban dinero. Entonces, haciendo un látigo de cuerdas, echó a todos del templo, juntamente con sus ovejas y sus bueyes; regó por el suelo las monedas de los que cambiaban dinero y derribó sus mesas. A los que vendían las palomas les dijo:—¡Saquen esto de aquí! ¿Cómo se atreven a convertir la casa de mi Padre en un mercado? (Juan 2:14-16—NVI)

Uno de los dioses del mundo, y la raíz de toda maldad, es el amor al dinero. El amor al dinero abunda en los corazones del pueblo del Señor. Los predicadores del Evangelio en las naciones ricas se distinguen por sus súplicas por dinero y por sus estilos lujosos de vida. Hoy en día el testimonio de Dios ha sido grandemente destruido en algunos países por el comercio que existe en la obra del Evangelio.

El Rey está por llegar. Él entrará a las personalidades de Su pueblo. Cuando lo haga, el amor al dinero será echado fuera. Todo el énfasis que se pone en el dinero será echado fuera del Templo de Dios. En su lugar tendremos la oración y la alabanza verdadera a Dios. Ninguna persona puede servir tanto a Dios como al dinero. Cada uno de nosotros debe decidir si vamos a confiar en Dios o si vamos a confiar en el dinero para guardarnos de la hora de los problemas.

El cumplimiento personal del Día del Perdón es el “juicio eterno” mencionado en Hebreos 6:2. El juicio eterno cae sobre los demonios, sobre los que obran en las tinieblas y sobre sus acciones.

El miembro del Cuerpo de Cristo llegará a la libertad espiritual siempre y cuando confiese y rechace las ataduras del pecado que ocasionan que desobedezca las leyes morales de Dios. El Espíritu Santo nos guía para llevar a la muerte las acciones de nuestra carne (Romanos 8:13; 1 Juan 1:9).

Ningún pecado puede entrar en el Reino de Dios. Cristo ha venido para juzgar el pecado en Su Cuerpo. Todos los adulterios, las inmoralidades sexuales, las perversiones, los asesinatos, los odios, los conflictos, los celos, los rencores, las auto compasiones, los orgullos espirituales, las mentiras, los robos, las borracheras, las brujerías, las juergas, las flojeras deben de ser confesadas y eliminadas de nosotros.

El bautismo con fuego está aquí ahora. Los pecados del pueblo del Señor están siendo llevados a juicio. Nosotros debemos confesar nuestros pecados y permitirle al Señor que nos los quite. Debemos confesar nuestros pecados a otro Cristiano, o a nuestro esposo o esposa, o sólo al Señor según como el Espíritu Santo nos guíe.

Sin embargo, debemos tener cuidado al confesarnos con otra persona que no le causemos daño a ese individuo. A veces es mejor no confesar nuestros pecados a nuestro esposo o esposa por el daño que podría hacerle. No debemos desahogar nuestras ansiedades y nuestra culpa confesando a un ser querido cuando le ocasionará a él o ella mucha angustia.

El hacha se está apuntando hacia la raíz de los árboles. Los demonios están siendo nombrados y echados fuera de los miembros del Cuerpo de Cristo. Nada de misericordia se les debe mostrar a los demonios. Cada uno debe de ser confesado y echado fuera. Esta es una parte necesaria del cumplimiento espiritual del Día del Perdón.Los creyentes que le permitan al Espíritu de Dios que los purifique serán llevados a la libertad espiritual en preparación para la primera resurrección de entre los muertos. Aquellos que no le permitan al Espíritu que los purifique, ya sea que su objeción se base en un malentendido doctrinal, en orgullo espiritual, o amor a sus pecados, permanecerán atados y esperarán el juicio en una fecha posterior. Ellos no participarán en la resurrección del sacerdocio real cuando Cristo regrese.

Juan el Bautista nos informó que el Señor Jesús está listo para bautizar a Su familia con fuego. Cuando el Señor Jesús viene a nosotros, Él nos bautiza con fuego con el propósito de reconciliar a cada parte de nuestra personalidad a la Presencia y a la voluntad del Padre.

Es importante recordar, conforme estamos tratando con el Señor, que el gozo del Señor es nuestra fortaleza. Mientras estamos siendo juzgados es tentador caer en la tristeza y el pesimismo, en quejarnos, volvernos frustrados y desalentados.

Sin duda la razón por la que el cumplimiento espiritual del Día del Perdón está hacia el final del proceso de la redención es porque no sería posible soportar las tribulaciones, los tratos, las indagaciones, y las pruebas de fuego en una etapa anterior de nuestro desarrollo espiritual.

Debemos mantener en mente que nuestros sufrimientos y nuestras pruebas tienen el propósito de elevarnos al trono de Gloria. La Novia del Cordero debe de estar sin mancha, sin arruga, sin tacha, ni defecto de ningún tipo. No debe haber corrupción en ella. Ella ha sido llamada para ser el complemento del Señor Cristo Jesús.

Dios está llevando a cabo esa perfección en nosotros y debemos soportar pacientemente con el Señor hasta que Él esté satisfecho con la obra de Sus manos.

Hemos declarado que la meta de la redención Cristiana es la tierra prometida de reposo de Dios. Las siete fiestas solemnes del Señor ejemplifican siete aspectos de las obras Divinas que nos llevan de la condición caótica de quienes están sin Cristo hasta la unión perfecta y completa con Dios por medio de Cristo.

Permítenos presentar un breve repaso antes de seguir con los Tabernáculos—la fiesta que ejemplifica la plenitud de la salvación del Señor.

Las siete fiestas solemnes tienen cumplimientos históricos que abarcan todo el reino:

  1. La Pascua—la muerte de Cristo sobre la cruz del Calvario.
  2. Los Panes sin Levadura—el descenso de Cristo al Infierno, quitando el pecado del campamento.
  3. Las Primicias—la resurrección de Cristo de entre los muertos como el Comienzo del Reino de Dios.
  4. Pentecostés—enviar desde el Cielo al Espíritu Santo.
  5. El Son de Trompetas—las siete trompetas del Libro del Apocalipsis, concluyendo con la resurrección de los santos y tomando de los malvados el control de la tierra.
  6. El Día del Perdón—el reinado de mil años de Cristo sobre la tierra actual.
  7. Los Tabernáculos—el reino de Cristo sobre la tierra nueva y el cielo nuevo.

Los primeros tres cumplimientos sucedieron casi dos mil años atrás durante la importantísima semana de Panes sin Levadura. El cuarto, Pentecostés, comenzó diez días después de la ascensión de Cristo y está continuando hasta el día de hoy. La “lluvia” todavía está cayendo del Cielo.

Los últimos tres de los cumplimientos de todo el reino ocurrirán en el futuro.

Luego están los cumplimientos personales de las siete fiestas solemnes y son estas las que hemos estado estudiando. Los cumplimientos personales deben suceder en nuestras vidas hoy conforme seguimos avanzando hacia la tierra prometida de reposo de Dios. Sólo conforme experimentemos los cumplimientos personales es que los cumplimientos históricos nos serán de beneficio.

Ya hemos descrito los cumplimientos personales de las primeras seis fiestas solemnes:

La Pascua—la obra del cuerpo y la sangre de Cristo en nuestra personalidad.

Los Panes sin Levadura—nuestro arrepentimiento y bautismo con agua; nuestra entrada por fe en la muerte y en la resurrección de Cristo; nuestra crucifixión al mundo y nuestra ascensión en el Espíritu a la derecha de Dios en Cristo; todo seguido por una vida obediente portadora de la cruz a través del desierto del mundo actual.

Las Primicias—nuestro nacimiento nuevo y ser sellados por el Espíritu para el día de la redención, esto es, para el cumplimiento espiritual de las últimas tres fiestas solemnes.

Pentecostés—el poder del Espíritu Santo dado a nosotros para volvernos santos, y para dar testimonio del Señor Jesús, de Su expiación, y de Su Reino.

Las Trompetas—la venida del Rey a nosotros para establecer Su Reino adentro de nosotros y nuestra disciplina como soldados en Su ejército.

El Día del Perdón—nuestra reconciliación con Dios; la preparación de la Novia.

Estas seis experiencias nos dan las bases para entrar a la séptima y última fiesta solemne, la fiesta de los Tabernáculos. La fiesta de los Tabernáculos es la tierra prometida de reposo de Dios. Es el Omega, la meta de la redención Divina. Es la salvación en su sentido más pleno. Es entrar en el Reino en el sentido más pleno. No debemos quedar cortos de esta meta sino que debemos seguir adelante en Cristo hasta que entremos en el reposo de Dios.

La Fiesta de los Tabernáculos

La fiesta de los Tabernáculos representa el Omega, la plenitud de la redención Cristiana. Los Capítulos Catorce y Diecisiete del Evangelio según Juan describen los cumplimientos personales espirituales de la fiesta de los Tabernáculos.

Trata sobre nuestras bodas con el Cordero, sobre llevarnos a la unión perfecta, completa y reposada con Dios por medio de Cristo. Dios encuentra reposo en nosotros y nosotros encontramos reposo en Dios. Este es el reposo, la tierra prometida a los santos. Todo lo que es de beneficio a Dios y a nosotros fluye de nuestra unión con Cristo.

En el hogar de mi Padre hay muchas viviendas [moradas]; si no fuera así, ya se lo habría dicho a ustedes. Voy a prepararles un lugar. (Juan 14:2—NVI)

El Hogar de Dios es Cristo. Nosotros los Cristianos nos estamos volviendo viviendas en el Hogar de Dios, habitaciones en Cristo. Nosotros representamos un agrandamiento del Hogar de Dios. Si no nos fuéramos a convertir en vivienda de Dios, como Jesús lo es, Jesús nos lo hubiera dicho.

La construcción de la Casa de Dios, del Templo de Dios, es uno de los temas principales de las Escrituras. El Cielo es el trono de Dios y la tierra es Su pedestal. El Señor Dios, quien es un Espíritu, desea un hogar para Sí mismo.

Dios estuvo sobre la tierra en el principio. Dios no le habló a Adán desde el Cielo sino desde el jardín donde Él se estaba paseando.

Debido a la rebelión de Adán y de Eva, la Presencia de Dios se retiró de la tierra, dejando a toda la naturaleza en un estado de corrupción y de muerte.

No es la intención de Dios permanecer en el reino espiritual como un Espíritu invisible mientras que Sus hijos en la tierra andan como los ciegos a tientas buscando la luz y adorando a los demonios. Dios tiene el deseo de vivir sobre la tierra entre Sus criaturas, y, por esto, Él se está construyendo un hogar para Sí mismo.

El Señor Cristo Jesús es la Piedra Angular del Hogar de Dios. Dios apareció en el mundo en Su Hogar, esto es, en la Piedra Angular de Su Hogar. Ya Dios no era invisible, inalcanzable al hombre. Dios estaba aquí entre nosotros. Esta era una probadita del día en que Dios vendría a vivir en nosotros para siempre.

El Señor Jesús no debe ser la única piedra viviente en el Templo de Dios. Un gran número de piedras vivientes está siendo cortado y pulido. Algún día la estructura será terminada. Entonces, Dios y Cristo entrarán con toda Su Plenitud al templo terminado y el Templo de Dios vendrá del reino espiritual y será manifestado en el reino físico. Esta es la venida del Reino de Dios, de la nueva Jerusalén, de la Esposa del Cordero.

Jesús se estaba refiriendo al Templo de Dios cuando dijo, “En el hogar de mi Padre hay muchas viviendas”. Si no fuera haber más viviendas en la Casa de Dios, el Señor Jesús hubiera establecido Su Reino en aquel entonces; ya que el principal propósito de los siguientes dos mil años ha sido la creación de habitaciones adicionales en el Hogar de Dios. El Hogar de Dios, el reposo de Dios, es el que principalmente se está construyendo.

Jesús se fue a prepararnos un “lugar”. El Señor Jesús fue a la cruz. Él descendió al Infierno. Después de eso Él tomó nuevamente Su cuerpo de la cueva de José de Arimatea. Cuarenta días después Él ascendió al Cielo para interceder por nosotros. También, roció Su sangre sobre y delante del Propiciatorio en el Cielo. Además, mandó a la tierra al Espíritu Santo. Todas las acciones de Cristo tienen como finalidad la preparación de un lugar en el que Dios pueda encontrar reposo en nosotros y que nosotros podamos encontrar reposo en Dios.

A través de las diversas obras de redención, el Señor Jesús prepara un lugar para nosotros adentro de Sí mismo y un lugar para nosotros en nuestra propia personalidad. Aparte del Señor Jesús no podemos morar correctamente ni aun en nuestra personalidad. Aparte del Señor, nosotros pronto destruiríamos nuestro propio cuerpo y nuestra propia alma.

En efecto, Cristo no entró en un santuario hecho por manos humanas, simple copia del verdadero santuario, sino en el cielo mismo, para presentarse ahora ante Dios en favor nuestro. (Hebreos 9:24—NVI)

La Iglesia, el Cuerpo de Cristo, es la plenitud del Hogar de Dios.

En él también ustedes son edificados juntamente para ser morada de Dios por su Espíritu (Efesios 2:22—NVI)

Nosotros somos el medio por el cual el Dios invisible se hará a Sí mismo visible y alcanzable a las naciones de la tierra. Nosotros que somos parte de Cristo somos la “semilla” en la cual todas las naciones de la tierra serán bendecidas (Génesis 22:18).

Y si me voy y se lo preparo, vendré para llevármelos conmigo. Así ustedes estarán donde yo esté. (Juan 14:3—NVI)

El Señor Jesús aparecerá en las nubes del cielo, nos resucitará de entre los muertos, y luego nos atraerá a Sí mismo en el aire. Después de eso estaremos por siempre con el Señor.

Sin embargo, el contexto de Juan 14:3 no es una discusión de la segunda venida del Rey. Más bien, es la venida espiritual del Señor a Su templo, como mencionamos anteriormente (fíjate en Juan 14:18-23).

Cristo está llegando a nosotros hoy en día y nos está recibiendo a Sí mismo, y por esto estamos experimentando juicio ahora. Cristo siempre mora en el centro de la Presencia y de la voluntad de Dios. Aquí es donde Él nos está llevando. Esa cercanía al Padre resulta en la venida de juicio Divino sobre el pecado y el egocentrismo que todavía está en nosotros.

Cristo no está decidido a llevarnos al Cielo como a un lugar. Más bien, Sus esfuerzos están dirigidos hacia llevarnos al centro de la Presencia y la voluntad de Dios. Estar con Él donde Él está, es estar en el centro de la Presencia y de la voluntad de Dios.

Cristo no le ha dejado al hombre la responsabilidad de moldear los bloques del Templo eterno de Dios. Más bien, Cristo está aquí entre nosotros ahora, cortando y puliendo cada una de las piedras eternas del templo eterno. Él nos está recibiendo hoy, por medio del Espíritu, y nos está llevando a un reposo tranquilo en “el lugar secreto del Altísimo”.

¿Te estás “saliendo del mundo” en el Espíritu con Cristo? ¿Te está sacando de Sodoma, de “Babilonia” (el Cristianismo centrado en el hombre), de todo lo que corrompe y profana? Es un romance celestial. Cristo nos está atrayendo a Sí mismo para que donde Él esté, ahí también estemos nosotros.

No le estamos aconsejando a los creyentes que dejen sus iglesias. Dejar nuestras iglesias quizá puede crear otra Babilonia. Más bien es una salida en el corazón hasta que estemos casados con Jesús y no con nuestra iglesia o con la obra del Señor.

A veces parece que la Iglesia Católica, que es la denominación consumada, invita a la gente a que se case con la Iglesia. Esto no es satisfactorio en el Reino de Dios. Desde el Papa para abajo, cada creyente debe de estar casado con el Cordero de Dios, y con ningún otro. Cada uno de nosotros debe estar casado con el Señor. Permanecer en unión con una institución o con un personaje celestial que no sea el Señor Jesús es idolatría.

El que tenga oídos oirá lo que el Espíritu dice a las iglesias de nuestro día.

Cristo se está paseando como el Sumo Sacerdote entre los candelabros de oro, que son las iglesias en la tierra. Él nos está consolando y fortaleciendo, pero además, nos está reprimiendo y advirtiendo de las consecuencias de no seguir al Espíritu Santo a los altos niveles de santidad y de rectitud a los que hemos sido llamados.

Jesús se dirigió al ángel, al espíritu de cada iglesia. La promesa de las recompensas siempre es para cada santo, para el que salga vencedor. Jesús está llegando a nosotros personalmente. Jesús desea hacer de cada uno de nosotros una habitación en el hogar del Padre. Primero debemos pasar por los numerosos procesos de reconciliación. No existe un camino corto.

Yo soy el camino, la verdad y la vida—le contestó Jesús _. Nadie llega al Padre sino por mí. (Juan 14:6—NVI)

“Nadie llega al Padre”. Nuestra meta no es el Cielo, sino que es el Padre. El Cielo no es el Padre y el Padre no es el Cielo. El pecado comenzó en el Cielo pero no en el Padre. El Padre es una Persona.

El tema del Capítulo Catorce del Evangelio según Juan es el Hogar del Padre, que es Cristo—Cabeza y Cuerpo. Cada uno de nosotros ha sido llamado a ser una habitación en el Hogar del Padre, esto es, a participar en el cumplimiento espiritual de la fiesta Levítica de Tabernáculos.

El que alcancemos o no este llamado sumamente alto depende de si pasamos del rango de los muchos que son llamados al rango de los pocos que son elegidos. Podemos pasar al rango de los pocos que son elegidos sólo cuando decidimos que únicamente Cristo es la Meta de nuestra vida. Nuestra decisión debe ser por toda la eternidad. Mientras que no estemos completamente decididos a ser uno con Cristo no seremos escogidos para ser habitación en el Templo eterno de Dios (Hebreos 3:6).

Jesús nos informó claramente que Él es el Hogar, el Tabernáculo, de Dios, la morada eterna del Padre:

¿Acaso no crees que yo estoy en el Padre, y que el Padre está en mí? Las palabras que yo les comunico, no las hablo como cosa mía, sino que es el Padre, que está en mí, el que realiza sus obras. (Juan 14:10—NVI)

Conforme avanzamos en el Capítulo Catorce, Jesús procede a mostrarnos que Él no va a ser la única morada del Padre sino que Él hará que cada uno de nosotros, si se lo permitimos, sea una habitación en el Hogar del Padre.

No los voy a dejar huérfanos; volveré a ustedes. (Juan 14:18—NVI)

Este versículo es análogo a Juan 14:3. Es la venida del Señor a cada santo para prepararlo a ser una habitación en el Hogar del Padre.

Dentro de poco el mundo ya no me verá más, pero ustedes sí me verán. Y porque yo vivo, también ustedes vivirán. (Juan 14:19—NVI)

Como hemos dicho anteriormente, en este momento no podemos “ver” claramente a Jesús. Conforme lo recibamos a nuestra personalidad, y especialmente conforme lleguemos a vivir por Su Vida en lugar de por la vida de nuestra carnalidad y de nuestra alma, comenzaremos a verlo más y más claramente. Llegará la hora en que veremos a Cristo claramente, siempre y cuando sigamos avanzando en el programa de reconciliación y de morar en Él.

En aquel día ustedes se darán cuenta de que yo estoy en mi Padre, y ustedes en mí, y yo en ustedes. (Juan 14:20—NVI)

“En aquel día” se está refiriendo al día cuando seamos crucificados con Cristo y la vida que estemos viviendo en realidad sea la Vida de Jesús. Solamente el Señor Jesús será exaltado en aquel día. Entonces toda la confianza y el gozo de Isaías, Capítulo Doce será cierto de nosotros. Entonces nosotros estaremos en reposo en Cristo en Dios.

En aquel día tú dirás: “Señor, yo te alabaré aunque te hayas enojado conmigo. Tu ira se ha calmado, y me has dado consuelo. ¡Dios es mi salvación! Confiaré en él y no temeré. El Señor es mi fuerza, el Señor es mi canción; ¡él es mi salvación!” (Isaías 12:1-2—NVI)

Observa la expresión: “El Señor es mi fuerza, el Señor es mi canción; ¡él es mi salvación!” Esto es análogo con la promesa de Jesús, “y porque yo vivo, también ustedes vivirán”.

Hablando sobre “el agua de los pozos de la salvación”, el Señor Jesús, mientras observaba la celebración de la fiesta de los Tabernáculos en Jerusalén, dijo:

De aquel que cree en mí, como dice la Escritura, brotarán ríos de agua viva. (Juan 7:38—NVI)

La fiesta de Pentecostés (Semanas) está asociada con el derramamiento desde arriba del Espíritu Santo sobre nosotros. La fiesta de los Tabernáculos, en contraste, está asociada con el flujo de ríos de agua desde nuestra personalidad. Los ríos de agua viva no pueden fluir desde nuestra personalidad hasta que el Trono de Dios haya sido establecido adentro de nosotros ya que las aguas de vida eterna fluyen sólo del Trono de Dios.

El “mar” de la humanidad está muerta espiritualmente. Cuando los santos entran en la plenitud del cumplimiento espiritual de la fiesta de los Tabernáculos la Gloria de Dios fluirá desde los santos y cubrirá al mar muerto de la humanidad, logrando que las personas salvas de la tierra reciban vida eterna. De esta manera, la Gloria de Dios cubrirá la tierra como las aguas (de vida eterna) cubren el mar (de la humanidad).

La redención mundial que sucederá como resultado de que los santos entren a la fiesta de los Tabernáculos se describe como sigue:

Por donde corra este río, todo ser viviente que en él se mueva vivirá. Habrá peces en abundancia porque el agua de este río transformará el agua salada en agua dulce, y todo lo que se mueva en sus aguas vivirá. (Ezequiel 47:9—NVI)

Después de haber sufrido durante algún periodo nos damos cuenta de que hemos llegado a un lugar nuevo en Dios. Dios y Cristo están habitando en nosotros. Llegamos a saber por experiencia propia que Cristo está en Su Padre y nosotros estamos en Cristo y Cristo en nosotros.

Hoy en día comprendemos estos hechos por doctrina. Nos aferramos a ellos por fe. Si estamos dispuestos a seguir adelante en el Espíritu hacia la plenitud que Dios tiene para nosotros comenzaremos a experimentar la Presencia del Padre y del Hijo en nuestra personalidad a un grado mayor de lo que hemos conocido. El Señor Jesús vendrá a nosotros como Persona, como Amigo, como Novio, como Hermano mayor. Jesús se volverá mucho más real para nosotros.

¿Quién es el que me ama? El que hace suyos mis mandamientos y los obedece. Y al que me ama, mi Padre lo amará, y yo también lo amaré y me manifestaré a él. (Juan 14:21—NVI)

“El que hace suyos mis mandamientos y los obedece.”

Las predicaciones de Pablo acerca de la gracia pueden ser malentendidas fácilmente. La explicación de la transición de la Ley de Moisés a la gracia de Cristo puede ser fácilmente pervertida para querer decir que el comportamiento justo y santo no son parte de la redención Cristiana. Sin embargo, no existe la fe verdadera en Cristo sin la transformación de carácter que siempre procede de tal fe.

Millones de Cristianos han sido convencidos que bajo la gracia no estamos obligados a guardar los mandamientos de Cristo. “No es de mucha importancia qué es lo que hagamos, o como vivamos, ya que somos salvos por la gracia.” Un “estado de gracia” es presentado que parece estar separado de la personalidad y del comportamiento del creyente. Esta es una decepción de proporciones enormes. La salvación se ve como un boleto al Paraíso en lugar de lo que realmente es, la restauración de la personalidad humana por medio de Cristo.

Como resultado de este malentendido común de los primeros capítulos de Romanos, los creyentes no están guardando los mandamientos de Jesús. Ellos no están andando en los caminos de la rectitud, ni de la santidad, ni de la obediencia a Dios que el Espíritu Santo exige. El testimonio de las iglesias ha sido destruido. Cuando los creyentes son advertidos con respecto a las numerosas exhortaciones del Nuevo Testamento hacia la rectitud, la justicia, la santidad, y la obediencia a Dios, ellos protestan que son salvos por la gracia y no por las obras.

La verdad es que ningún Cristiano es candidato para participar en el cumplimiento espiritual de la fiesta de los Tabernáculos hasta que él o ella esté guardando los mandamientos de Cristo. Mostramos nuestro amor por Jesús cuando nosotros, por Su Virtud y asistencia, hacemos lo que Él nos dice que hagamos. Entonces el Padre está complacido con nosotros y nos ama porque hemos escuchado a Su Hijo amado.

El Señor nos ama cuando guardamos Sus mandamientos, y después se manifiesta a Sí mismo a nosotros.

Judas (no el Iscariote) le dijo: _¿Por qué, Señor, estás dispuesto a manifestarte a nosotros, y no al mundo? (Juan 14:22—NVI)

¿Cómo se podrá manifestar Cristo a los santos y aún así no permitir que el mundo lo vea? Esto lo logrará mediante el cumplimiento espiritual de la fiesta Judía de los Tabernáculos. Le contestó Jesús: _El que me ama, obedecerá mi palabra, y mi Padre lo amará, y haremos nuestra vivienda [morada] en él. (Juan 14:23—NVI) Así es como nos volvemos una habitación en el Hogar del Padre. Hebreos 14:233 y 14:2 hablan sobre “viviendas” o “moradas”. Así que obviamente todavía estamos hablando sobre el tema del Hogar del Padre.

Juan 14:2 está hablando sobre las “habitaciones” de la fiesta de los Tabernáculos. Cada uno de nosotros es una “habitación” en la que el Padre y el Hijo pueden establecerse para reposar. Aquí está el reposo eterno de Dios.

Pablo oró por los santos en Éfeso para que fueran fortalecidos por el Espíritu Santo hasta que pudieran ser “llenos de la plenitud de Dios” (Efesios 3:14-19).

Los últimos dos capítulos del Libro del Apocalipsis señalan la venida de la nueva Jerusalén a la tierra nueva, que es la Esposa del Cordero. La nueva Jerusalén es el Tabernáculo de Dios que ha bajado para morar entre las naciones de la gente salva de la tierra.

La nueva Jerusalén es el Cuerpo de Cristo, la Iglesia, el Reino de Dios, el Templo eterno del Dios viviente. Es el Trono de Dios y del Cordero. Es la expresión y la manifestación de lo que se está logrando hoy en los corazones de los santos sinceros que están dispuestos a seguir adelante en Dios hacia “el premio que Dios ofrece mediante su llamamiento celestial en Cristo Jesús” (Filipenses 3:14).

Y cuando mi santuario esté para siempre en medio de ellos, las naciones sabrán que yo, el Señor, he hecho de Israel un pueblo santo. (Ezequiel 37:28—NVI)

Nosotros los Cristianos debemos aprender que las intenciones de Dios siempre son para Israel. Nosotros los Gentiles no somos las ramas naturales. Nosotros fuimos cortados del olivo silvestre e injertados en el olivo de Dios, esto es, en Cristo.

La hora de los Gentiles ya casi ha terminado. El número completo de los Gentiles electos pronto será injertado al olivo. Después, las ramas naturales serán injertadas nuevamente en su propio olivo, en Cristo.

El Reino de Dios vendrá a los Judíos. Nosotros los Gentiles llevaremos la Vida eterna de Dios al Israel físico. Entonces, los Judíos serán injertados nuevamente en el olivo. Ellos volverán a nacer por el Espíritu de Dios. Habrá una convergencia de lo que es del Jerusalén celestial y lo que es del Jerusalén terrenal.

Cristo reinará sobre el trono de David en Jerusalén.

Tan pronto como los santos hayan entrado en la experiencia de los Tabernáculos, las naciones de la tierra percibirán que Dios ha enviado a Cristo, y que Dios ama a los santos como Él ama a Su Hijo unigénito.

Yo en ellos y tú en mí. Permite que alcancen la perfección en la unidad, y así el mundo reconozca que tú me enviaste y que los has amado a ellos tal como me has amado a mí. (Juan 17:23—NVI)

La Gloria invisible y espiritual de Dios que está siendo creada adentro de nosotros será llevada a una gloria visible en la tierra y al pueblo de Israel. Las promesas de Dios mediante los Profetas Hebreos serán cumplidas palabra por palabra. Dios todavía ama a Su pueblo a quien Él conoció tiempo atrás.

Entonces, a las naciones de la tierra se les exigirá que vengan a Jerusalén, trayendo consigo sus riquezas y reconociendo que Dios está en Cristo en los santos en Jerusalén.

Entonces los sobrevivientes de todas las naciones que atacaron a Jerusalén subirán año tras año para adorar al Rey, al Señor Todopoderoso, y para celebrar la fiesta de las Enramadas [Tabernáculos]. (Zacarías 14:16—NVI)
Las naciones o el reino que no te sirva, perecerá; quedarán arruinados por completo. (Isaías 60:12—NVI)
Las naciones caminarán a la luz de la ciudad, y los reyes de la tierra le entregarán sus espléndidas riquezas. (Apocalipsis 21:24—NVI)

Estamos siendo llevados a una unión con el Señor Cristo Jesús. Estas son las bodas del Cordero. Esta es la “experiencia de los Tabernáculos”.

Nota que la ciudad santa, la nueva Jerusalén, es la “morada de Dios”, y además la “novia, la esposa del Cordero”:

Oí una potente voz que provenía del trono y decía: “¡Aquí, entre los seres humanos, está la morada de Dios! Él acampará en medio de ellos, y ellos serán su pueblo; Dios mismo estará con ellos y será su Dios.” (Apocalipsis 21:3—NVI)
Se acercó uno de los siete ángeles que tenían las siete copas llenas con las últimas siete plagas. Me habló así: “Ven, que te voy a presentar a la novia, la esposa del Cordero.” (Apocalipsis 21:9—NVI)

La tierra prometida de reposo de Dios es Dios en Cristo en los santos. Este es el Reino de Dios. Esta es la meta de nuestra redención.

Todos los logros y los dominios que se le han asignado al hombre pueden llegar a serlo legalmente y en armonía sólo cuando Dios en Cristo esté reposando en el santo y el santo esté reposando en Cristo en Dios.

Todas las obras de la redención tienen el propósito de llevarnos al lugar donde Dios esté en reposo en nosotros por medio de Cristo.

Dios está buscando una casa en la que pueda vivir entre las naciones de la tierra, en la que Él pueda acercársele, y desde la que pueda gobernar y bendecir a Sus criaturas. El Dios invisible se está haciendo a Sí mismo visible: primero, mediante el Señor Cristo Jesús; segundo, mediante el Cuerpo de Cristo. Conforme Cristo, quien es el único Templo de Dios, el único Hogar de Dios, es formado en el Cuerpo, entonces el Padre y el Hijo morarán en el Cuerpo.

Luego entonces, los santos mediante Cristo están siendo creados parte de la encarnación del Dios del Cielo, quien es el Creador de todas las cosas.

Para entrar a la tierra prometida de reposo de Dios debemos experimentar las obras del cuerpo y de la sangre de Cristo en nuestra personalidad.

Debemos arrepentirnos y ser bautizados en agua, entrando por fe a la muerte y a la resurrección de Cristo.

Debemos volver a nacer del Espíritu de Dios. Cristo debe nacer en nosotros. Dios nos sella con Su Espíritu santo como garantía de que Él nos llevará a la redención completa, incluyendo la inmortalidad y glorificación de nuestro cuerpo mortal.

Cristo nos bautiza con el Espíritu Santo para que poseamos el poder de dar testimonio de Su muerte y resurrección, y el poder de vencer al mundo, a Satanás, y a nuestras lujurias y a nuestro egocentrismo.

Después de haber sido llevados hasta este punto en el programa de la salvación, el Rey nos llega personalmente para poner bajo Sus pies a Sus enemigos que están en nosotros y para llevarnos al lugar en Dios donde Él mismo habita.

Ahora pasamos por un periodo prolongado e irritante de perplejidad, de esperanza diferida, de frustración, y de cualquier otra manera de tribulación y de sufrimiento. Todas estas son parte del juicio Divino sobre nosotros para que todo elemento de nuestra personalidad pueda ser llevado a sujeción a Cristo.

Después de que toda nuestra personalidad ha sido llevada a sujeción a Jesús, todavía falta el rompimiento de nuestra resistencia a los deseos del Señor para que seamos uno con Él. Corazón es presionado contra corazón hasta que hay una nueva persona que es uno con Jesús. Esta unidad quizá implique un periodo de tinieblas y una pérdida aparente de todo lo que ha sido logrado.

Finalmente, entramos a la tierra prometida de reposo de Dios. La Plenitud de Dios mora en nosotros y nosotros moramos en la Plenitud de Dios. Dios está reposando en nosotros y nosotros estamos reposando en Dios. Nos hemos convertido en el carro de batalla de Dios.

Hemos sido creados los siervos y los hijos del Dios Altísimo. Veremos el Rostros del Padre y Su nombre estará sobre nuestras frentes. Seremos testigos verdaderos de Dios por los siglos de los siglos. Gobernaremos sobre las obras de las manos de Dios por siempre.

Al que salga vencedor heredará todas estas cosas y Dios será su Dios, y él será hijo de Dios.

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(“Los Siete Pasos Hacia El Reposo de Dios”, 4317-1)

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