LA SALVACION DE JURE Y LA SALVACION DE FACTO

Tomado de: Es hora de una Reformación al Pensamiento Cristiano

Copyright © 2006 Trumpet Ministries, Inc. Todos los Derechos Reservados

Texto bíblico tomado de la Santa Biblia, Nueva Versión Internacional. © 1999 por la Sociedad Bíblica Internacional

Traducción de Carmen Alvarez


La persona que cree en la sangre justificadora de Cristo ha sido perdonada de sus pecados anteriores y de su desobediencia a la voluntad de Dios. Esta es la salvación de jure—la salvación por la provisión legal que el Señor ha hecho para nosotros. Por medio de ella recibimos la autoridad para ser hijos de Dios. Pero la vida eterna la conservamos mediante la justicia y rectitud real (de facto). No puede existir Vida eterna y Divina donde el pecado y la voluntad propia estén presentes a excepción de que sea conforme Dios esté guiando al creyente hacia la liberación de tales comportamientos. La justicia imputada (adscrita) es una provisión temporal.

La justicia imputada o de jure no es el Reino de Dios sino que es una provisión que Dios ha hecho para que las personas puedan seguir adelante hacia la justicia y rectitud de comportamiento que sí es el Reino de Dios. La ignorancia sobre las funciones apropiadas de la justicia de jure y de la justicia de facto es la raíz del error actual.


Contenido

La Eliminación De La Condenación
La Dádiva De La Oportunidad Para Alcanzar La Vida
La Presencia Del Pecado En Nuestra Vida
Cómo Alcanzar La Resurrección Hacia La Vida


LA SALVACION DE JURE Y LA SALVACION DE FACTO

De jure significa por derecho o según la ley. De facto significa de hecho, en realidad. Nosotros estamos usando la justicia de jure para indicar aquello que ha sido adscrito a nosotros y la justicia de facto para referirnos a aquello que realmente es verdad de nosotros. La justicia de jure es la justicia imputada. La justicia de facto es justicia y rectitud real de comportamiento.

Dará a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus pecados. (Mateo 1:21—NVI)

¡“De sus pecados”!

Ser “salvado” es ser liberado de nuestros pecados y de nuestra voluntad propia, y poder vivir en la Presencia de Dios por medio del Señor Cristo Jesús. La salvación no sólo es el perdón del sentimiento de culpa que sentimos por nuestros pecados sino que es la liberación real de la presencia del pecado mismo.

Por lo general se cree que la salvación nos libera de recibir castigo o de ir al Infierno. La salvación es más que ser liberados de ir al Infierno. Entre otras cosas, la salvación nos libera de la necesidad de ser castigados en el Infierno.

Quizá nosotros deseemos una amnistía pero Dios desea un cambio en nuestro comportamiento. Hasta que nosotros, por medio de Cristo, venzamos al mundo y nuestras lujurias y voluntad propia permanecemos sujetos a la autoridad del Lago de Fuego (Apocalipsis 2:11; 20:6).

El pecado es el comportamiento que viola las leyes de Dios.

La voluntad propia es nuestro deseo de existir y actuar independientemente de Dios.

Todo ser humano nace con fuertes tendencias hacia el pecado y hacia hacer su propia voluntad. Nacimos espiritualmente muertos—separados de la Presencia de nuestro Creador.

Dios dio a Su Hijo único, a Cristo, para salvarnos de nuestros pecados—no a pesar de nuestros pecados sino de nuestros pecados. Cristo nos salva gracias a lo que Él es y lo que Él hace. Cristo nos libera de nuestros pecados y de nuestra voluntad propia. Cristo separa la luz de nuestra naturaleza interior que ha vuelto a nacer de las tinieblas que hay adentro de nosotros.

Cuando Cristo haya terminado nuestra salvación, cuando hayamos sido redimidos de las manos de Satanás y de la voluntad propia mortal que hace que nos destruyamos a nosotros mismos y a quienes nos rodean, experimentaremos la vida eterna y la libertad gloriosa de los hijos de Dios. Ya no sentiremos el impulso de pecar en contra de las leyes de Dios. Estaremos en reposo en la única Voluntad legal en el universo. Mediante Cristo somos salvados, rescatados y liberados de todas aquellas cosas adentro de nosotros que producen la muerte y la tortura.

En el Libro de Romanos, Pablo nos dice cómo ser salvos, cómo ser liberados de nuestros pecados, haciéndonos elegibles para recibir la vida eterna en nuestro cuerpo mortal cuando el Señor regrese.

Veamos ahora la explicación que el Apóstol Pablo nos da sobre la redención Divina como se presenta en la primera mitad del Libro de Romanos. Consideraremos la presentación de Pablo en cuatro partes:

Capítulos del Tres al Cinco: la eliminación de la condenación.

Capítulo Seis: la dádiva de la oportunidad para alcanzar la vida.

Capítulo Siete: la presencia del pecado en nuestra carne.

Capítulo Ocho: cómo alcanzar la resurrección hacia la vida.

La Eliminación De La Condenación

En los Capítulos del Tres al Cinco del Libro de Romanos el Apóstol Pablo nos dice de la provisión que Dios ha hecho para eliminar la condenación que reposa sobre todo ser humano.

Dios ha dado a Su Hijo para que sea el portador de pecados, el que hace posible que la condenación Divina, que cayó sobre la humanidad debido a la desobediencia de Adán y Eva, sea quitada de nosotros. Cuando ponemos nuestra fe en la autoridad expiatoria (reconciliadora) de la sangre de Cristo, Dios elimina de nosotros toda condenación. Entonces, ante los ojos de Dios ya no tenemos culpa.

Pero Dios demuestra su amor por nosotros en esto: en que cuando todavía éramos pecadores, Cristo murió por nosotros. Y ahora que hemos sido justificados por su sangre, ¡con cuánta más razón, por medio de él, seremos salvados del castigo de Dios! (Romanos 5: 8,9—NVI)

Este es el primer paso hacia la meta de ser hechos una creación nueva en Cristo, una creación que, cuando sea terminada, no tenga sobre sí misma el juicio de Dios debido a lo que es o lo que hace.

Es inútil para cualquier ser humano, después de que Dios le haya presentado al Cordero sacrificado, a Jesucristo, que busque ser justo ante Dios obedeciendo la Ley de Moisés (o los principios de cualquier otra religión o código moral), u obedeciendo su conciencia. Dios le ha dado al mundo a Su Hijo único para que sea el portador de pecados, y Dios no quiere que intentemos darle la vuelta a Su plan de salvación intentando hacernos aceptables ante Él por un plan nuestro.

Aquel que cree en la sangre justificadora de Cristo ha sido perdonado de sus pecados anteriores y de su desobediencia a la voluntad de Dios.

Esta es la salvación de jure—la salvación que nos da la provisión legal de Dios. Por medio de ella recibimos la autoridad para ser hijos de Dios por virtud de la dádiva gratuita de la justicia imputada (adscrita) que Dios nos ha dado. Ninguna liberación real de nuestros pecados ha ocurrido pero el paso importante de ser liberados de la condenación, de nuestra culpabilidad, se ha tomado.

Hemos sido liberados de la culpabilidad que sentimos por nuestro pecado pero no del pecado mismo.

Uno podría deducir de las declaraciones de Pablo en los Capítulos del Tres al Cinco del Libro de Romanos que ya no es necesario que vivamos una vida justa y recta. Podríamos asumir que ya que Dios ha decidido considerarnos sin culpa en base a la muerte de Jesús que lo sustituyó, y ya que Jesús vivió una vida perfecta y Su justicia ha sido imputada a nosotros los creyentes, que entonces no es sumamente importante cómo nos comportemos.

La Dádiva De La Oportunidad Para Alcanzar La Vida

Por esto, en el Capítulo Seis de Romanos, Pablo nos enseña que esta conclusión (que es permisible que pequemos, después de que Dios nos ha perdonado) es incorrecta. La vida eterna en el espíritu, el alma y el cuerpo, aquello que se perdió en el jardín del Edén, ahora se vuelve nuestra meta, y para lograr la vida debemos escoger servir la justicia.

Dios no nos da la plenitud de la vida eterna así nada más, como regalo en base a una posición de jure. Aunque es verdad que recibimos un toque inicial de vida eterna cuando recibimos a Cristo, la herencia completa de la vida eterna debe ser alcanzada, debe ser sembrada, debe ser lograda por nuestra interacción con el cuerpo y la sangre de Jesús, con el Espíritu Santo y con la Palabra de Dios. Debe existir un arrepentimiento verdadero por nuestra parte. Si queremos alcanzar la plenitud de la vida eterna, debemos seguir al Espíritu Santo durante toda nuestra trayectoria hacia la liberación completa de la maldad.

Por medio de Cristo, Dios nos da la oportunidad para alcanzar la plenitud de la vida eterna en nuestra personalidad, para así alcanzar la resurrección de entre los muertos.

Así espero alcanzar la resurrección de entre los muertos (Filipenses 3:11—NVI)

Dios nos da la autoridad y el poder necesarios para que podamos aferrarnos a la liberación completa de la causante de la muerte, que es la maldad.

No puede existir una vida eterna duradera sin una justicia real (de facto). No puede existir Vida eterna Divina donde siga existiendo pecado y voluntad propia, a excepción de que sea conforme Dios esté guiando al creyente hacia la liberación de tales comportamientos. La justicia imputada es una provisión temporal.

La justicia imputada no es el Reino de Dios sino una provisión que Dios ha hecho para que las personas que estén llenas de fe puedan seguir avanzando hacia la justicia y rectitud de comportamiento que es el Reino de Dios.

Aquí, en el concepto de la justicia temporal y provisional, es donde yace el núcleo del error en la teología actual.

El error es el siguiente: la justicia imputada crea una ceguera eterna en Dios, una negación eterna a la ley del Reino de cosechar lo que siembras, y que por siempre seremos pecadores cuyas rebeliones reales de personalidad están siendo ignoradas gracias a la misericordia de Dios. Nuestro pecado y nuestra rebelión están siendo ignorados para que podamos morar en el Paraíso, en la Presencia de Dios, aunque todavía seamos pecadores y rebeldes.

La verdad es que la meta de nuestra redención es una justicia de facto, una justicia que gobierna nuestras acciones, nuestras palabras, y nuestros pensamientos e imaginaciones. La justicia de jure (imputada) se mantiene fuerte sólo bajo la condición de que continuemos haciendo la voluntad de Dios. La voluntad de Dios siempre nos está llevando hacia una libertad completa del pecado y de la rebelión en el espíritu, el alma y el cuerpo. Sólo conforme vivimos a la luz de la voluntad de Dios es que la sangre del Señor Jesús nos purifica de todo pecado.

Los eruditos Cristianos quizá entiendan en teoría que la justicia de jure es una coraza que nos protege hasta que Dios nos libere del pecado. Pero la doctrina central de la redención, que es la santificación real y el cambio hacia la imagen de Cristo, no siempre se presenta en nuestro día con claridad, de forma práctica y con suficiente énfasis. Nuestra liberación del pecado y de nuestro egocentrismo está siendo relegado a un tiempo indefinido, a un lugar indefinido, y con un método indefinido. Aparentemente, no se entiende que el Reino de Dios existe en justicia de facto.

El resultado es que los creyentes no se mantienen vigorosamente avanzando hacia adelante hasta la justicia de facto. Se les enseña que Dios los ama tanto que Él está ansioso de llevarlos a Su Reino estén o no vestidos para la ocasión (Mateo 22:12).

Se pone demasiado estrés en ser revestidos con justicia imputada, con la justicia de Cristo. Se pone muy poco énfasis en que nosotros avancemos hasta Él para que Su poder y Su Naturaleza puedan liberarnos del pecado y del egocentrismo.

En los escritos del Nuevo Testamento Pablo nos presenta la doctrina de la salvación por la gracia mediante la fe. Pero el énfasis principal de sus escritos, y de los escritos de otros autores del Nuevo Testamento, está en nuestro comportamiento como Cristianos. Esto es verdad desde los Evangelios hasta el Libro del Apocalipsis. Cuando recibimos a Cristo, demostramos arrepentimiento por nuestra forma anterior de vida. Recibir a Cristo es el medio que Dios da a los seres humanos para producir comportamiento santo, no el medio que sustituye el comportamiento santo.

El comportamiento injusto, profano y desobediente hacen que la ira y la muerte caigan sobre nosotros. El comportamiento justo, la personalidad santa y la obediencia a Dios nos proporcionan la vida eterna. La relación entre nuestra conducta y la aceptación que recibimos de Dios se ha mantenido constante en todo lo registrado en las Escrituras. Si enseñamos lo contrario, nos estamos rebelamos en contra de Dios y estamos llevando a la destrucción a nuestros oyentes.

Salgan de en medio de ellos y apártense. No toquen nada impuro, y yo los recibiré. Yo seré un padre para ustedes, y ustedes serán mis hijos y mis hijas, dice el Señor Todopoderoso. (2 Corintios 6:17,17—NVI)

No existe ningún pacto bajo el cual Dios simplemente nos entregue la vida eterna. Dios, por medio de la Virtud viviente que es Cristo, crea la justicia adentro de nosotros. La creación nueva recibe la vida eterna como su bendición y herencia natural.

Existen numerosos malos entendidos en el pensamiento Cristiano. El mal entendido más grande, sin duda, tiene que ver con el punto que estamos haciendo. La salvación Cristiana no es la liberación de jure del pecado que resulta en la vida eterna de jure y en el reino de jure. La salvación Cristiana es liberación de facto que da como resultado la vida eterna de facto y el Reino de Dios de facto.

La liberación del pecado y la vida eterna son acciones y sustancias reales, eternas y Divinas. La Vida eterna no es lo mismo que la existencia eterna. La Vida eterna es el Señor Jesucristo. Él es la Resurrección y la Vida, y la Gracia de Dios.

Cristo, la vida eterna, es el que nos libera de la muerte eterna, del pecado y del egocentrismo. Entre mayor sea nuestra posesión de Cristo mayor justicia de facto (real) tendremos y mayor vida eterna.

Una redención que permanece de jure (un hecho legal pero no necesariamente real), desde el punto de vista del Reino de Dios, no vale nada si no se aprecia la transformación de carácter de facto.

¿Qué tipo de ciudad sería la nueva Jerusalén si los habitantes estuvieran pecando y procurando complacerse a sí mismos a costa de los demás? ¿Acaso ellos serían libres de la condenación a pesar de seguir atados por la lujuria y el egocentrismo?

Pablo, en el Capítulo Seis de Romanos, nos exhorta a poner toda nuestra diligencia en servir a la justicia. Nosotros debemos servir a la justicia. Servir a la justicia nos conduce a la santidad, y el resultado de la personalidad y del comportamiento santo y justo es la vida eterna. El resultado de servir al pecado, por parte del creyente, es la muerte espiritual.

¿Acaso no saben ustedes que, cuando se entregan a alguien para obedecerlo, son esclavos de aquel a quien obedecen? Claro que lo son, ya sea del pecado que lleva a la muerte, o de la obediencia que lleva a la justicia. (Romanos 6:16—NVI)

Nuestra respuesta a Pablo es, “No Pablo, en el siglo veinte no comprendemos a quien debemos servir los Cristianos, ni tampoco comprendemos que los que somos llamados a ser santos pero que practicamos el pecado moriremos espiritualmente. Tampoco comprendemos que la justicia verdadera y la vida eterna sólo llegan quienes viven en obediencia a Dios.”

“Hemos sido enseñados que la justicia y la vida eterna nos son dados sólo en base a una profesión de creer en Cristo y que nuestro comportamiento en la carne no tiene ninguna relación con la vida eterna. No podemos ver ninguna relación, o muy poca, entre la vida eterna y nuestro comportamiento.”

En esto estamos alterando la enseñanzas de Pablo para nuestra destrucción.

Nuevamente, Pablo nos muestra la relación entre nuestro comportamiento y la obtención de la vida eterna:

Pero ahora que han sido liberados del pecado y se han puesto al servicio de Dios, cosechan la santidad que conduce a la vida eterna. (Romanos 6:22—NVI)

“Cosechan la santidad que conduce a la vida eterna.” “Que conduce a la vida eterna.” La santidad, no una doctrina correcta, no la fe, no la creencia, no la confesión, sino la santidad es la vida eterna. ¡A esto conduce la santidad!

Compara:

Como tenemos estas promesas, queridos hermanos, purifiquémonos de todo lo que contamina el cuerpo y el espíritu, para completar en el temor de Dios la obra de nuestra santificación. (2 Corintios 7:1—NVI)

Si nosotros los Cristianos, después de haber sido encontrados sin condenación por medio de la fe en la sangre de la cruz, y después de haber sido bautizados en agua como testimonio de que hemos muerto al pecado y al mundo y que hemos resucitado con Cristo para vivir en vida nueva, seguimos sirviendo al pecado, moriremos espiritualmente. No alcanzaremos la resurrección hacia la vida eterna.

Porque la paga del pecado [por parte del creyente en Cristo, ya que esta es la persona a quien está dirigido el texto] es muerte, mientras que la dádiva de Dios es vida eterna en Cristo Jesús, nuestro Señor. (Romanos 6:23—NVI)

No es la dádiva de la vida, como una dádiva que no tiene ninguna exigencia, sino la dádiva de la oportunidad para alcanzar la vida, según el contexto de Romanos, Capítulo Seis. La dádiva de la autoridad y del poder para alcanzar la vida eterna no está en posesión del individuo que no es parte de Cristo, así que podemos concluir que el texto no está dirigido a los que no son creyentes. Por tal motivo, las advertencias con respecto a la paga del pecado está dirigido al creyente.

La vida eterna la perdieron Adán y Eva debido a su desobediencia. Dios le ha dado al hombre la oportunidad de volver a obtener la vida eterna por medio de Cristo obedeciendo a Cristo, no sólo por anunciar que Cristo es el Hijo de Dios, el portador de los pecados y el Señor que ha sido resucitado de entre los muertos. La obediencia a Cristo, conforme Cristo mismo nos aleja del pecado, es la que nos ayuda a cosechar vida eterna.

La salvación es la liberación del pecado—de su sentimiento de culpabilidad, de su poder y de sus efectos. Comenzamos el proceso de la salvación obteniendo, mediante la fe en la sangre expiatoria de Cristo, la libertad sobre la condenación, sobre el sentimiento de culpabilidad.

Después de que somos libres de la condenación, debemos avanzar hacia adelante en el programa de la redención. Si no lo hacemos, moriremos en nuestros pecados. En este caso, sería como obtener el perdón mediante la muerte expiatoria de Cristo y luego regresar a la esclavitud. Por ello, sería como no haber sido redimidos de la mano del enemigo. Todavía estaríamos atados por las cadenas del pecado. Moriríamos en el desierto, por así decirlo.

Aunque ustedes ya saben muy bien todo esto, quiero recordarles que el Señor, después de liberar de la tierra de Egipto a su pueblo, destruyó a los que no creían. (Judas 1:5—NVI)

“Después de liberar… destruyó.”

Muchos individuos que reciben al Señor se alejan de Él después de algún tiempo. Ellos entran en la salvación y luego ya no siguen al Señor. Las Escrituras del Nuevo Testamento nos advierten del peligro de poner nuestra mano al arado y luego de mirar atrás, y el resultado posible de hacerlo.

Si habiendo escapado de la contaminación del mundo por haber conocido a nuestro Señor y Salvador Jesucristo, vuelven a enredarse en ella y son vencidos, terminan en peores condiciones que al principio. Más les hubiera valido no conocer el camino de la justicia, que abandonarlo después de haber conocido el santo mandamiento que se les dio. (2 Pedro 2:20,21—NVI)

La salvación Cristiana es infinitamente más que un estado de libertad de jure de la condenación. Es “el camino de la justicia”—una forma de vivir y de comportarse.

La Presencia del Pecado en Nuestra Carne

En el Capítulo Siete del Libro de Romanos, Pablo explica que cada uno de nosotros—Judío, Cristiano o pagano—tiene la compulsión de pecar adentro de su naturaleza. Ciertamente, todo ser humano es “malo de nacimiento” y concebido en pecado (Salmo 51:5)

En los Capítulos del Tres al Cinco del Libro de Romanos, Pablo nos ha mostrado el plan de Dios para eliminar de nosotros la condenación para que podamos ser aceptados por Él.

En el Capítulo Seis, Pablo nos explica que no debemos interpretar su enseñanza con respecto a la libertad de la condenación como que ya no importa cómo nos comportemos en este mundo. Es verdad que hemos sido puestos en libertad de la condenación. Ahora debemos vivir con vida nueva en el Señor Jesucristo.

Si seguimos pecando, después de haber sido purificados en la sangre de la cruz, moriremos en nuestros pecados. La paga del pecado es la muerte ya sea que seamos Judío, Cristiano, o alguien que no es creyente. Si no le permitimos a la Naturaleza y al poder de Cristo que rompa el yugo que el pecado tiene sobre nosotros, moriremos. ¡La paga del pecado es la muerte!

Dios nos ha ofrecido la vida eterna por medio de Cristo. Nosotros debemos aferrarnos diligentemente a esta vida. Nosotros debemos, por medio de Cristo, vencer a Satanás y a nuestra propia personalidad pervertida ya que continuamente están tratando de evitar que seamos liberados del pecado y de la muerte (1 Timoteo 6:12; Apocalipsis 2:7).

En el Capítulo Ocho del Libro de Romanos, Pablo nos dice cómo seguir avanzando mientras buscamos la vida, cómo ganar la carrera por el galardón de la salvación.

¿Puedes ver el patrón? Primero, la libertad de la condenación. Segundo, no debemos continuar pecando si queremos obtener la vida. Tercero, es un hecho que el pecado está morando en nosotros (Capítulo Siete).

Por último, en el Capítulo Ocho, se nos muestra cómo vivir en Cristo si tenemos la esperanza de lograr la redención de nuestro cuerpo mortal, si queremos alcanzar la resurrección hacia la vida.

En el Capítulo Siete, Pablo, quien estaba reaccionando en contra de los Judaizantes (maestros que intentaban combinar el Cristianismo con la Ley de Moisés), les recuerda a los Judíos la imposibilidad de que la Ley de Moisés nos salve de nuestros pecados.

Nosotros hemos muerto a la Ley de Moisés, Pablo proclama, así que legalmente estamos libres para nuestro matrimonio con Cristo. La Ley no pudo liberarnos de nuestros pecados. Más bien, la Ley hizo que nuestros pecados fueran aún más pecaminosos. La Ley enfatizó nuestro pecado y al hacerlo nos trajo condenación y muerte.

Hoy en día se dice que si hemos muerto a la Ley de Moisés entonces somos libres de la Ley. Que ahora somos libres.

La realidad es que la libertad que tenemos es de cierto tipo. No tenemos la libertad para pecar sino sólo para casarnos con Cristo.

Somos libres de la Ley de Moisés sólo que realmente hayamos muerto a nuestra primera personalidad y vida.

No somos simplemente libres. Somos libres para casarnos con Cristo. Existe un universo de diferencia entre ser libres y ser libres para casarnos. No puede producirse el fruto de la justicia hasta que estemos casados con Cristo.

En nuestras mentes deseamos servir a Dios. Estamos de acuerdo que la Ley de Dios es buena y santa. Pero el pecado que está en nosotros insiste en que pequemos y desobedezcamos a Dios. Nuestro cuerpo mortal es un cuerpo de pecado y muerte. ¿Cómo podemos ser liberados de él?

He aquí la pregunta que Pablo hace en el séptimo capítulo del Libro de Romanos: “¿Cómo puedo ser liberado de la muerte que hay en mí, de la maldad que está presente conmigo? ¿Cómo puedo alcanzar la inmortalidad que se le negó a Adán y a Eva debido a su desobediencia a Dios?”

“Estoy en una batalla. Estoy sirviendo a Dios con mi mente pero la ley del pecado está morando en mi naturaleza pecaminosa. Deseo alcanzar la vida eterna pero mi cuerpo y mi mente humana están librando una batalla en contra mía.”

Tal conflicto existe un muchas personas religiosas ya sean Judíos, o Cristianos o adherentes a alguna otra religión—aún en el individuo justo que está esforzándose por alcanzar las exigencias de su conciencia.

Pablo estaba hablando directamente a los Judíos, mostrándoles el dilema que tiene el hombre justo bajo la Ley. Él tiene el deseo de complacer a Dios pero su naturaleza pecaminosa se está rebelando. La Ley le da vida al pecado y le pone énfasis. La Ley no puede liberarnos del pecado.

Pablo sugiere, en el segundo capítulo de Romanos, que los Judíos de su época, como los Cristianos de nuestra época, habían caído en la trampa de considerar su conocimiento de la Ley como una justicia de jure (si no es que de facto), mientras que su conducta real no estaba al nivel del de un Gentil justo que se comportaba según su conciencia (Romanos 2:13).

Las Escrituras casi siempre enfatizan la justicia de facto.

El conflicto del Capítulo Siete existe en el santo verdadero, pero el octavo capítulo nos señala su resolución.

La vida Cristiana es una prolongada (y exitosa si seguimos las reglas) batalla en contra del pecado. La meta de nuestra batalla es la vida eterna, la resurrección a la vida. Pablo avanzó en la batalla hasta que terminó su curso (Filipenses 3:8-14; 2 Timoteo 4:7,8).

¡Gracias a Dios por medio de Jesucristo nuestro Señor! En conclusión, con la mente yo mismo me someto a la ley de Dios, pero mi naturaleza pecaminosa está sujeta a la ley del pecado. (Romanos 7:25—NVI)

Esta es la condición del Cristiano cuando comienza su discipulado. Ama a Dios en su hombre interior y busca siempre complacerlo. Su naturaleza pecaminosa odia los caminos del Espíritu de Dios. Satanás y sus demonios se esfuerzan de día y de noche para provocarlo y engañarlo para que ceda a los apetitos de su naturaleza.

A diferencia del Judío bajo la Ley, el Cristiano ahora tiene las herramientas Divinas con las que puede poner a morir las obras de su cuerpo. Por medio de Cristo las ataduras sí pueden ser rotas. La victoria en todas las áreas no llega de pronto así que la sangre de la cruz cubre esos aspectos de su personalidad que todavía están bajo el control del enemigo.

Ciertamente sí hay victoria inmediatamente en el área de desafío si el santo vive en el Espíritu, adhiriéndose a las reglas de la conducta Cristiana (orando, meditando sobre las Escrituras, alabando con creyentes fervientes, obedeciendo al Señor, dando, sirviendo).

Si nosotros, mediante la gracia del Señor Cristo Jesús, continuamos viviendo en el Espíritu cada día, sin permitir que nuestra esperanza y diligencia se debiliten, acudiendo a Dios para recibir ayuda en nuestro momento de necesidad, eventualmente venceremos nuestra naturaleza pecaminosa y a Satanás, y arribaremos a la resurrección de la justicia, de la inmortalidad y de la gloria.

Si no nos aferramos a nuestra confianza hasta el final, si no continuamos viviendo en el Espíritu, si no nos adherimos a las reglas de la conducta Cristiana, seremos vencidos por nuestra naturaleza pecaminosa y por Satanás, y esperaremos un futuro incierto. Las recompensas se las llevan los santos victoriosos.

Cómo Lograr La Resurrección A La Vida

…Los que han hecho el bien resucitarán para tener vida, … (Juan 5:29—NVI)

En el octavo capítulo del Libro de Romanos, Pablo nos muestra cómo comportarnos para lograr la vida eterna. Él nos explica cómo ser salvos de nuestros pecados, cómo poder morar en el Fuego consumidor que es nuestro Dios santo.

Primero, Pablo nos recuerda que somos libres de la condenación. Siempre debemos mantener esto en mente o sucumbiremos en la desesperación durante la intensa disputa en que nos vemos obligados a participar durante toda nuestra batalla. Dios siempre está presente para perdonarnos y para ayudarnos, siempre y cuando continuemos en Su Espíritu.

Por lo tanto, ya no hay ninguna condenación para los que están unidos a Cristo Jesús, pues por medio de él la ley del Espíritu de vida me ha liberado de la ley del pecado y de la muerte. (Romanos 8:1,2—NVI)

Según los versículos anteriores, la justicia de la Ley (de Moisés) no ha liberado a quienes hacen una profesión inicial de creer en Cristo como su Salvador y que luego viven en su naturaleza pecaminosa, sino a nosotros que vivimos no conforme a la carne sino conforme al Espíritu.

Las predicaciones actuales Cristianas frecuentemente presentan nuestra posición de jure como una amnistía permanente e incondicional.

Ciertamente no es una amnistía permanente e incondicional según numerosos versículos de las Escrituras.

Si nuestra libertad imputada de la condenación fuera una amnistía permanente e incondicional, que siguiera aún cuando viviéramos en la naturaleza pecaminosa y en nuestra voluntad propia, el Reino de Dios sería realmente una estructura débil.

En realidad, la libertad de jure de la condenación es un dispositivo legal que el Juez del Cielo está usando para producir una creación nueva. Cuando la nueva y realmente justa creación no está siendo creada, la libertad de jure de la condenación no está logrando su propósito y será quitada. Seremos cortados de la Vid (Juan 15:2).

El Padre está esperando que el hijo pródigo regrese al hogar; pero al regresar al hogar el joven regresará más triste y sabio, no un joven alocado y rebelde que convertirá el hogar de la familia en un antro de suciedad y confusión. La salvación tiene como su meta la creación de una ciudad santa, no la creación de un infierno en donde Dios haya designado una libertad de jure de la condenación.

La condición bajo la cual recibimos justicia está en funcionamiento mientras no vivamos en los apetitos de nuestra carne sino tras el Espíritu.

Dios no les impute (adscribe) justicia a los creyentes que están viviendo en las ideas y lujurias de la personalidad humana. Esto está muy claro en más de un versículo en el Nuevo Testamento. Sin embargo, si estamos escuchando y leyendo correctamente, la enseñanza Cristiana actual está desvergonzadamente enseñando lo contrario. “La salvación es incondicional”, anuncian los líderes de las iglesias. Exponen pruebas filosóficas para apoyar sus declaraciones. Pero la Palabra escrita de Dios niega sus reclamos con autoridad, con firmeza, y por toda la eternidad.

Si no vivimos en el Espíritu, en la Luz de la Presencia y la voluntad de Dios, la sangre de Jesús no continúa purificándonos de nuestros pecados. Ser continuamente liberados de la condenación depende de que moremos en Cristo, de que moremos en la voluntad que Dios tiene para nuestras vidas.

Pero si vivimos en la luz, así como él está en la luz, tenemos comunión unos con otros, y la sangre de su Hijo Jesucristo nos limpia de todo pecado. (1 Juan 1:7—NVI)

Pablo nos presenta claramente que es el Espíritu de Dios el que posee la sabiduría y el poder necesarios para romper las ataduras de la ley del pecado que mora en nuestra carne:

Pues por medio de él la ley del Espíritu de vida me ha liberado de la ley del pecado y de la muerte. (Romanos 8:2—NVI)

La ley del pacto nuevo es “la ley del Espíritu de vida en Cristo Jesús”.

Estamos muertos para la Ley de Moisés para poder ser legalmente libres para vivir según la ley del Espíritu de vida, no para que podamos seguir en los apetitos de la carne sin tener condenación.

La autoridad de nuestra liberación viene de la sangre de la cruz. La sabiduría y el poder necesarios para nuestra liberación vienen del Espíritu de Dios.

Conforme oramos diariamente, conforme estudiamos las Escrituras, conforme confesamos nuestros pecados a Dios y nos arrepentimos de ellos, conforme nos reunimos con Cristianos fervientes según las oportunidades que tengamos, conforme nos expongamos y practiquemos los ministerios y los dones del Cuerpo de Cristo (nuevamente, conforme tengamos la oportunidad), y en general, conforme comencemos a cultivar la santa Semilla de Cristo que ha nacido en nosotros, el Espíritu de Dios nos guiará hasta la victoria sobre el pecado.

En un día no logramos la victoria sobre todos nuestros pecados. El proceso de redención, que es el programa de liberarnos de la culpabilidad, del poder y de los efectos del pecado, es una batalla prolongada. Entramos en “Canaán” una ciudad a la vez.

Nosotros los humanos somos profundamente corruptos, extremadamente rebeldes en contra del Señor nuestro Creador. Satanás nos prueba continuamente buscando el área de lujuria o de voluntad propia que logrará que desobedezcamos a Dios. Satanás no ha cambiado desde la época de Adán y Eva.

Es importante tener en mente que mientras estamos logrando la victoria sobre el pecado y la voluntad propia, la sangre de Cristo nos mantiene libres de la condenación. La sangre hace la diferencia para que Dios pueda escuchar nuestras oraciones aunque nosotros, en nuestra personalidad y conducta, seamos merecedores de la muerte.

El Espíritu de Dios usa la espada de doble filo de la Palabra de Dios para dividir cada área de nuestra personalidad. Cada detalle de lo que somos y de lo que hacemos cae bajo el intenso escrutinio de Aquel que indaga en los corazones de todo hombre para dar a cada hombre—al salvo y al que no es salvo por igual—según sus caminos y según el fruto de sus obras (Jeremías 17:10).

Dios nos ha dado Su Hijo, Su Espíritu, Su Palabra, muchos y variados dones y ministerios, y la gracia y la bendición para poder ser cambiados a la imagen de Su Hijo. Dios está buscando en nosotros una transformación, una redención completa, una salvación perfecta. Para lograr esto, Él está haciendo que todo sea para nuestro bien.

A nosotros nos corresponde obedecer al Espíritu de Dios y la Palabra de Dios, conforme Cristo nos ayude. Sí podemos vencer a Satanás y a nuestra naturaleza corrupta si aprovechamos diariamente el perdón y las demás provisiones que Dios nos ha dado para ese día.

La Naturaleza de Cristo está siendo formada en nosotros. Cuando haya sido perfeccionada en nosotros, cuando cada elemento haya sido refinado, el Padre y el Hijo harán Su vivienda en nosotros. Este es el excesivamente alto llamado para el que hemos sido elegidos. No debemos ser negligentes.

Si Cristo está viviendo en nosotros y nosotros estamos orando, meditando en las Escrituras, reuniéndonos con Cristianos fervientes conforme tengamos la oportunidad, confesando nuestros pecados y arrepintiéndonos de ellos, dando, sirviendo, y esperando en el Señor para hacer Su voluntad cada día, entonces existe vida eterna en nuestro hombre interno debido a la justicia que se está obrando en nosotros. La sangre nos está manteniendo libres de la condenación, y la justicia real (la Sustancia y la Naturaleza de Cristo) está siendo creada en nosotros. Además, el Espíritu Santo está morando en nosotros.

Nuestro cuerpo lleno de pecado permanece muerto debido al pecado pero la sangre de Jesús sigue cubriendo nuestra desnudez espiritual ante Dios.

Pero si Cristo está en ustedes, el cuerpo está muerto a causa del pecado, pero el Espíritu que está en ustedes es vida a causa de la justicia. (Romanos 8:10—NVI)

Somos de la opinión que la palabra “espíritu” en el versículo anterior no debe ser con mayúscula. Se está refiriendo a nuestra naturaleza espiritual que ha vuelto a nacer, según lo entendemos nosotros. La comparación no es entre nuestro cuerpo físico y el Espíritu Santo sino entre nuestro cuerpo físico y nuestra nueva naturaleza llena del Espíritu. Nuestro hombre exterior y físico está muerto debido al pecado pero nuestra naturaleza interior y espiritual está viva debido a la justicia de Cristo tanto imputada a nosotros como formada y viviendo en nosotros.

Según Dios, nuestro cuerpo mortal, nuestra carne, está muerto debido a las lujurias pecaminosas morando en él. Sin embargo, hay vida eterna en nuestra naturaleza espiritual interior debido a la justicia de Cristo. La Sustancia Divina de Cristo está siendo formada en nosotros y Cristo mismo por medio del Espíritu de Dios está viviendo en el hombre interior que está siendo creado.

La justicia de Dios, que es Cristo, está siendo formado en nosotros y el Espíritu de Dios está morando en nosotros. Por lo tanto, hay vida eterna en nuestra naturaleza interior aunque nuestro cuerpo permanezca muerto o separado de Dios debido a su tendencia de pecar.

La fiesta Judía de las Primicias, la cual cae durante la semana de Pascua, tipifica la porción inicial de vida eterna que se nos da cuando estamos bajo la sangre Pascual. Recibimos la sangre del Cordero, nos arrepentimos de nuestro comportamiento pecaminoso, y se nos da una primicia de la vida eterna—la Presencia de Cristo en nuestra personalidad. Volvemos a nacer.

Ya que tenemos una primicia de vida en nosotros, toda nuestra personalidad es santa para el Señor. Si no regresamos a los caminos del mundo, llegará el día cuando toda nuestra personalidad habrá sido cosechada. En ese día, aun nuestro cuerpo físico muerto será llenado con vida eterna.

Si Cristo está en nosotros, si está siendo formado en nosotros, hay una justicia real (de facto), una Vida eterna real viviendo en nosotros. Nuestra justicia ya no sólo es una justicia asignada (de jure). Sino que existe una justicia real de personalidad y comportamiento morando en la creación nueva siendo formada en nosotros.

Si seguimos sirviendo la justicia, atendiendo cuidadosamente el crecimiento de la Vida Divina adentro de nosotros, llevando a la muerte por medio del Espíritu de Dios los impulsos de nuestro cuerpo y de nuestro razonamiento pecaminoso, humano y egocéntrico, viviremos ante Dios siendo llenados con la Vida misma de Dios.

La creación de la vida eterna en nosotros nos está llevando hacia la hora en que la salvación interior pueda ser extendida para incluir nuestro cuerpo mortal. Este es el significado de ser liberado del “cuerpo mortal” (Romanos 7:24). Pablo buscaba la dádiva de la vida eterna—la redención de su cuerpo mortal.

Y si el Espíritu de aquel que levantó a Jesús de entre los muertos vive en ustedes, el mismo que levantó a Cristo de entre los muertos también dará vida a sus cuerpos mortales por medio de su Espíritu, que vive en ustedes. (Romanos 8:11—NVI)
Y no sólo ella, sino también nosotros mismos, que tenemos las primicias del Espíritu, gemimos interiormente, mientras aguardamos nuestra adopción como hijos, es decir, la redención de nuestro cuerpo. (Romanos 8:23—NVI)

Que la Vida Divina llegue a nuestra carne y a nuestros huesos es el clímax de la salvación Cristiana. La redención del cuerpo mortal sucederá cuando el Señor regrese del Cielo. Si tenemos nuestra esperanza en la redención de nuestro cuerpo cuando el Señor regrese entonces debemos seguir al Espíritu Santo cuando nos dice que pongamos a morir los pecados de la carne y que permitamos que el Espíritu crucifique nuestra voluntad propia para que Cristo pueda reinar libremente en nosotros.

La redención del cuerpo mortal no sucederá para aquellos que han continuado en sus lujurias y en su voluntad propia, aunque ellos clamen el nombre del Señor.

Los creyentes que continúen viviendo según los apetitos e impulsos de su alma y de su carne experimentarán una resurrección al desprecio y a la corrupción.

La salvación de facto incluye recibir la plenitud de la vida eterna en nuestro espíritu, en nuestra alma y en nuestro cuerpo. Incluye la liberación total del “cuerpo mortal”. Esto es la resurrección a la vida eterna.

Para poder ser resucitados y revelados con Cristo cuando Él regrese debemos ser juzgados y encontrados dignos antes de tiempo (Apocalipsis 3:4). Por medio de la gracia de Cristo, nosotros debemos prepararnos practicando la justicia y la rectitud (Apocalipsis 19:7,8). No habrá tiempo para una preparación cuando el Señor ya esté aquí (Mateo 25:10).

Quizá deba hacerse notar que en el Día de Cristo, la gracia y la misericordia Divinas no eliminarán la ley del Reino sobre cosechar lo que se siembra, a pesar de que las enseñanzas Cristianas actuales disputan que sí lo harán. Más bien, la gracia obra en esta vida actual cuando el pecador viene a Dios y busca Su misericordia y ayuda.

La resurrección de entre los muertos es una manifestación de lo que hemos hecho en nuestro cuerpo. Las Escrituras hablan del hecho, en varios versículos.

Y del polvo de la tierra se levantarán las multitudes de los que duermen, algunos de ellos para vivir por siempre, pero otros para quedar en la vergüenza y en la confusión perpetuas. (Daniel 12:2—NVI)
Y saldrán de allí. Los que han hecho el bien resucitarán para tener vida, pero los que han practicado el mal resucitarán para ser juzgados. (Juan 5:29—NVI)

Pablo se dirige a las “iglesias de Galacia” con respecto a la ley del Reino de cosechar lo que se siembra:

No se engañen: de Dios nadie se burla. Cada uno cosecha lo que siembra. (Gálatas 6:7—NVI)

El contexto de Gálatas 6:7 nos revela claramente que Pablo está testificando a los miembros de las iglesias Cristianas, advirtiéndoles que cosecharán lo que hayan sembrado en este mundo.

El creyente sabio no está buscando meramente ser resucitado de los muertos, ya que todo ser humano será resucitado. El creyente sabio está buscando alcanzar la Vida eterna—la Vida que existe en Cristo y que es Cristo. Si el creyente no ha alcanzado la vida, sino que ha sido vencido por el pecado y por su voluntad propia, ser resucitado significará tener su desnudez al descubierto.

¡Cuidado! ¡Vengo como un ladrón! Dichoso el que se mantenga despierto, con su ropa a la mano, no sea que ande desnudo y sufra vergüenza por su desnudez. (Apocalipsis 16:15—NVI)

Cristo vino al mundo para que podamos tener vida eterna en abundancia en espíritu, en alma, y en cuerpo. Primero Cristo nos libera de la condenación. Después, Él nos guía, por medio del Espíritu de Dios, hacia los pasos que nos ayudan a cambiar de nuestra personalidad anterior a una personalidad nueva. La personalidad nueva es la que entra en el Reino de Dios y que es el Reino de Dios.

La personalidad nueva está llena de vida eterna. Por esto, Dios puede extender la vida espiritual interior hasta la carne mortal, en la que fue formada, y lograr ¡que la casa muerta tenga vida!

Nuestro cuerpo mortal tendrá vida por medio del Espíritu de Dios quien ya está viviendo en nosotros (Romanos 8:11).

Si el Espíritu de Dios no está morando en nosotros, si no hay vida eterna y justicia en nuestro hombre interior, ¿cómo, entonces, puede Dios extender Su vida a nuestra carne? Dios no tiene la intención de revestir un hombre interior que no ha sido transformado con un cuerpo lleno de Vida y poder Divino.

Si nosotros, después de haber recibido a Cristo como nuestro Salvador, vivimos en los pensamientos y los apetitos de nuestra carne, mataremos nuestra propia resurrección a la vida (Romanos 8:13). No habremos alcanzado la resurrección espiritual interior que—en el Día de Cristo—hace posible la resurrección física.

O estamos alcanzando la resurrección a la vida o estamos sembrando a nuestra carne y cosecharemos una cosecha de muerte. Si vivimos según nuestra naturaleza pecaminosa, moriremos.

La redención del cuerpo físico es muy importante en el plan de salvación. La redención del cuerpo es la meta de Pablo (Romanos 8:23).

Pero a pesar de lo significativo que es la redención y glorificación del cuerpo mortal, éstos no se acercan en importancia y prioridad al perfeccionamiento de los espíritus de los reyes y sacerdotes de Dios. Ese grupo de espíritus perfectos es el que forma el Sión celestial, el Reino de Dios (Hebreos 12:23).

Los creyentes inmaduros y egocéntricos que están esperando un “arrebato” no están en armonía con las leyes del Reino de Dios. El Señor Jesús no tiene la intención de revestir a creyentes de naturaleza pecaminosa, a espíritus egocéntricos, con el poder y la vida de la primera resurrección de entre los muertos.

No tiene nada que ver con ganar o merecer la resurrección a la vida. El punto es el de alcanzar la vida (Filipenses 3:11). Dios en Su misericordia ha hecho posible que nosotros, por medio del Señor Jesucristo, podamos vencer la causa de la muerte y que podamos volver a obtener lo que Adán y Eva perdieron por su inmadurez y egocentrismo.

La enseñanza Cristiana moderna le está pidiendo a Dios que cambie lo que Él es. Si esperamos lograr la bendición de Dios sin vivir con justicia y rectitud, estamos buscando cambiar a Dios. No es sólo misericordia lo que estamos pidiendo, sino un cambio en la Naturaleza y los estándares de lo celestial, de lo Divino.

La civilización moderna es así. Conforme la teoría de la democracia evoluciona en la práctica, las personas pueden cambiar más leyes que gobiernan la conducta del hombre. El resultado de quitar las leyes es el desorden y la anarquía, no el darnos paz y gozo. Cuando nos esforzamos por alcanzar libertad personal caemos en esclavitud. Algunos de los ciudadanos de las democracias ricas se están destruyendo a sí mismos (y a otros) siendo indulgentes con las lujurias de su naturaleza pecaminosa.

Sólo el esclavo del Señor Jesús es realmente libre.

No debemos desear que Dios cambie. No debemos desear que el Señor se adapte a nuestros pecados y egocentrismo, como los gobiernos del mundo han cambiado sus leyes para acomodar las lujurias y caprichos de la gente.

Dios no nos ha dado leyes modificadas con las que podamos seguir en nuestros pecados y todavía recibir las recompensas que las Escrituras prometieron al justo, a quien haga la voluntad de Dios. Más bien, Dios ha hecho posible que nosotros venzamos el pecado y por ello logremos acceso al árbol de la vida (Apocalipsis 2:7). Dios nos ha dado de Su Vida para que por medio de esa Vida podamos alcanzar más Vida.

Existe un abismo entre la doctrina Cristiana actual de alcanzar permanentemente la vida eterna por la justicia imputada, y la doctrina de alcanzar permanentemente la vida eterna por obediencia. Es obvio que una de las dos doctrinas no es bíblica. Inicialmente entramos a la vida eterna en base a la justicia imputada. El propósito de la porción inicial de vida es para ayudarnos a poder seguir adelante hasta lograr la vida plena en nuestra personalidad.

El creyente que cree que puede ser perpetuamente libre de la condenación independientemente de su conducta, que no tiene que seguir avanzando en Cristo hasta el perfeccionamiento de su naturaleza espiritual, de la creación nueva, no es candidato para la resurrección a la vida. Si lo fuera, Pablo no le habría advertido a los Cristianos en Galacia que los que viven en las lujurias de su naturaleza pecaminosa cosecharán corrupción.

Se nos da de comer del árbol de la vida, que está en medio del Paraíso de Dios, sólo conforme la gracia de Dios nos ayuda a vencer la fuerzas de las tinieblas que siempre están buscando evitar nuestra liberación de su poder.

Logramos gozo, autoridad, paz, vida eterna, unión con Cristo, y todas las demás bendiciones del Reino de Dios (Apocalipsis 21:7) conforme vencemos las fuerzas de las tinieblas.

Cuando hayamos sido liberados del pecado y del egocentrismo en espíritu, alma, y cuerpo, y cuando hayamos sido llevados a una unión reposada con Dios por medio de Cristo en espíritu, alma y cuerpo, entonces habremos sido redimidos completamente de la mano del enemigo. Esto es la plenitud de la salvación.

Que nuestro cuerpo mortal reciba vida es una consecuencia de, es parte de, tal salvación; no una dádiva que se nos da independientemente de lo que somos en personalidad y conducta.

Este es el Dios verdadero y la vida eterna, del que nos habla Juan (1 Juan 5:20). “Sabemos que el que ha nacido de Dios no está en pecado: Jesucristo, que nació de Dios, lo protege, y el maligno no llega a tocarlo.” (1 Juan 5:18—NVI)

La salvación Cristiana es infinitamente más que una redención de jure por la que somos salvos con nuestros pecados.

El pacto nuevo no es principalmente un pacto de perdón sino uno de liberación y transformación. El resultado es una creación nueva y la eternamente indivisible unión de Cristo y el Cristiano.

Existe el aspecto de jure de la salvación en el que Dios nos ve como justos debido a la sangre expiatoria de Cristo. Luego está el aspecto de facto en el que somos transformados a la imagen de Cristo (Romanos 8:3; 4:29).

Su nombre es Jesús porque Él nos salva de nuestros pecados. Él nos salva para que podamos morar por siempre en la Presencia de Dios y experimentar la libertad perfecta de esa Gloria.

(“La Salvacion de Jure Y la Salvacion de Facto”, 4171-1)

  • P.O. Box 1522 Escondido, CA 92033 US