¿DIOS O GANADO?
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Texto bíblico tomado de la Santa Biblia, Nueva Versión Internacional. © 1999 por la Sociedad Bíblica Internacional
Traducido por: Carmen E. Álvarez
Un gran número de personas que pertenece al pueblo del Señor está satisfecho con su desarrollo espiritual. Estas personas están listas para acomodarse en el mundo y disfrutar de lo que hasta este momento creen que ya han obtenido en Cristo. No parecen tener dentro de sí la intensa alegría del santo victorioso, ni el gozo de buscar al Señor y de avanzar hasta la plenitud de poseer a Dios en Cristo.
¿DIOS O GANADO?
A los rubenitas, a los gaditas y a la media tribu de Manasés, Josué les mandó:—Recuerden la orden que les dio Moisés, siervo del SEÑOR: “Dios el SEÑOR les ha dado reposo y les ha entregado esta tierra”. (Josué 1:12,13—NVI)
Josué les estaba recordando a las dos y media tribus que Moisés cedió a su petición y les prometió el territorio al este del Río Jordán, mientras que el resto de Israel debía atravesar el Jordán y ocupar el territorio al lado oeste.
Las tribus de Rubén y de Gad eran prósperas en ganado, y el territorio al este del Río Jordán era apropiado para criar animales. Por ello, Rubén, Gad y media tribu de Manasés desearon permanecer al este del Jordán y recibir su herencia de ese lado.
Las tribus de Rubén y Gad, que tenían mucho ganado, se dieron cuenta de que las tierras de Jazer y Galaad eran apropiadas para la ganadería. (Números 32:1—NVI)
Moisés, después de expresar gran descontento con la petición de éstas tribus, acordó darles el territorio al este del Jordán que había sido gobernada por Sijón y Og—dos reyes que los Israelitas habían derrotado en batalla. Pero a los hombres de estas dos y media tribus que amaban tanto su ganado se les requirió que cruzaran el Río Jordán y pelearan junto con el resto de las tribus hasta que la tierra de Canaán (al este del Jordán) fuera sometida.
Dirigiéndose a Rubén, a Gad y a la media tribu de Manasés, Josué ordenó:
Sus mujeres, sus niños y su ganado permanecerán en el territorio que Moisés les dio al este del Jordán. Pero ustedes, los hombres de guerra, cruzarán armados al frente de sus hermanos. Les prestarán ayuda, (Josué 1:14—NVI)
Aunque habían recibido su herencia al este del Río Jordán se les requirió que cruzaran el Jordán y ayudaran al resto de las tribus a entrar a sus respectivas herencias.
El problema de permanecer al lado este era que el Río Jordán separaría a Rubén, Gad y a la media tribu de Manasés de Jerusalén, de Sión, de la Tienda de Reunión, del Altar de Sacrificio, del sacerdocio, del Arca del Pacto, y de la manifestación de la Gloria de Dios mismo.
La petición de las dos y media tribus fue denunciada vigorosamente por Moisés quien percibió inmediatamente el error de sus corazones.
A Rubén, a Gad y a la media tribu de Manasés les importaba más su ganado que Dios. A Rubén, a Gad y a la media tribu de Manasés les era de poca importancia si estaban o no cerca de la Presencia de Dios, quien se estaba manifestando en medio de Israel y quien se estaba moviendo con el Arca del Pacto. Tampoco les parecía importar si estarían presentes o no para ver el cumplimiento de las promesas de Dios hechas a Israel, ni si las demás tribus tendrían éxito o no en obtener sus propias herencias.
Sus corazones estaban con su ganado.
Las dos y media tribus no tenían el deseo ferviente de seguir a Dios y de llegar a conocer a Dios. Dios no estaba en cada uno de sus pensamientos. Sus corazones y mentes estaban enfocados en que sus familias y ganado tuvieran comodidad.
No estaban comprometidos con el Señor de Israel, estaban comprometidos con sus ganados.
Rubén, Gad y parte de Manasés lograron hacer más difícil para si mismos el poder disfrutar el aspecto más precioso de pertenecer a la nación de Israel—cercanía a la Presencia del Señor.
¡Qué decepcionante para Dios enfrentarse a esta actitud!
¿Cómo te sentirías si a las personas que más amaras sólo les importaran los regalos que les dieras y que no les importara si estaban cerca de ti o separada de ti—que les importaras sólo por lo que pudieras hacer por ellos?
¿Cuál sería tu respuesta? ¿Comenzarías a buscar a otros a quienes les importaras más tú y no sólo lo que pudieras hacer por ellos?
Este es el caso de hoy en día. Un gran número de personas que pertenece al pueblo del Señor está satisfecho con su desarrollo espiritual. Estas personas están listas para acomodarse en el mundo y disfrutar de lo que hasta este momento creen que ya han obtenido en Cristo. No parecen tener dentro de sí la intensa alegría del santo victorioso, ni el gozo de buscar al Señor y de avanzar hasta la plenitud de poseer a Dios en Cristo.
No aman a Dios. No tienen el corazón para avanzar hasta el matrimonio con Jesús. Quizá amen las cosas de Dios o las cosas de las iglesias o lo que Dios ha hecho por ellas. Quizá deseen ir al Cielo para “vivir en una mansión”, y tengan miedo al Infierno, pero no aman a Dios. No aman a Cristo.
Rubén, Gad y la media tribu de Manasés no amaba a Dios. Tan sencillo como eso. Su ganado les era de mayor importancia. Estar cerca de la Gloria de Dios no era tan importante como lo eran sus animales.
Muchos creyentes están dispuestos a sólo dar fruto al nivel del treinta por ciento o del sesenta por ciento. La idea de avanzar aun más a la muerte y resurrección de Cristo y de ayudarle a otras personas a entrar al reposo de Dios (ya que una consagración mayor naturalmente lleva a aumentar el servicio hacia otros) no les llama la atención.
Son “salvos” según la fórmula actual. Están dispuestos a llevar una vida moral relativamente decente y asistir a algunas reuniones de la iglesia. ¿Por qué no estar contentos con sólo esto?
Porque no se siente la abundancia del amor de Cristo en esto. El clamor de la gente que nunca ha escuchado el nombre de Jesús llega en vano hasta sus oídos.
Lo más trágico es que no aman al Hijo de Dios. No sienten placer en anhelar y esperar pacientemente la voz del Novio preciado. Les parece extraña la idea de llegar a estar en tal unión con el Señor Jesús que rechazarían todo los demás por Él.
Aunque a Rubén, a Gad y a la mitad de Manasés se les permitió establecerse con sus familias y ganado al este del Río Jordán, de todos modos se les requirió soportar lo duro y peligroso de la invasión y ocupación de Canaán.
Los creyentes conformes de nuestro día deben pelear de todos modos. Aunque estén satisfechos con quedarse cortos de la Gloria completa que hay en Dios y con permanecer egoístamente involucrados en sus propias casa y en sus propios jardines, de todas maneras se les exige que peleen al lado de sus compañeros que son miembros del Cuerpo de Cristo y que están intentando entrar a su propia herencia en el Señor, y que además están tratando de llevar las Buenas Nuevas a quienes nunca las han escuchado.
Mientras estemos en el mundo debemos pelear. Es imposible encontrar un lugar cómodo desde donde adorar a Dios y dejar que el resto de los creyentes (y los no creyentes) consiga su propio lugar de seguridad y satisfacción.
La herencia de Cristo y de los coherederos junto con Él consiste en las naciones y en los confines de la tierra (Salmos 2:8). Satanás todavía está en control de la herencia de Cristo. Los enemigos de Cristo aún no han sido puestos bajo Sus pies.
Todo miembro del Cuerpo de Cristo, conforme el Espíritu de Dios lo dirija, está obligado a ponerse la armadura completa de Dios y participar en el conflicto de las eras.
En varios países del mundo el creyente Cristiano puede vivir con seguridad y comodidad. Puede encontrar un hogar, un trabajo y puede criar una familia y asistir a una iglesia.
En otras partes de la tierra los creyentes en Cristo no pueden vivir con seguridad y comodidad. Los Cristianos están siendo perseguidos, encarcelados, y a veces torturados y asesinados.
Numerosos Cristianos de nuestro día, especialmente quienes están viviendo en el área del mundo donde hay seguridad y comodidad, están “tranquilos en Sión”. Ellos suponen que al vivir decentemente y asistir a una iglesia regularmente que están cumpliendo los requisitos del Evangelio del Reino de Dios.
Rubén, Gad y la mitad de Manasés sintieron que su petición era perfectamente apropiada y de acuerdo al orden Divino. Es muy probable que se sorprendieran de la furiosa indignación de Moisés.
El verdadero Cristiano de hoy en día está gastando y siendo gastado por el Evangelio del Reino. Cada momento de su tiempo, cada moneda que tiene, está sobre el altar de Dios. Está totalmente dedicado a usar los talentos que el Señor le ha dado para que la obra del Reino pueda completarse; para que el enemigo pueda ser completamente aplastado y expulsado de la herencia de Cristo.
¿Cómo crees que Dios considere a estos dos totalmente diferentes grupos de creyentes? Uno de los grupos está viviendo para sí mismo con sus familias y “ganado”. El otro grupo está entrando fielmente y con valor a la guerra del Reino. ¿Será verdad que el primer grupo ama sus bendiciones y el segundo grupo ama al Señor?
Maldice a Meroz—dijo el ángel del SEÑOR—. Maldice a sus habitantes con dureza, porque no vinieron en ayuda del SEÑOR, en ayuda del SEÑOR y de sus valientes. (Jueces 5:23—NVI)
La maldición proclamada sobre Meroz por el ángel del Señor no se debió a algún pecado moral, sino a que los Israelitas que vivían en Meroz no estaban dispuestos a participar en la guerra del Señor. No salieron al auxilio del Rey, del Señor de los Ejércitos.
No es suficiente que nos mantengamos libres de pecado. Debemos tomar nuestra cruz y seguir al Señor Cristo Jesús hasta estar sirviendo en el Reino de Dios.
Una de las denuncias más fuertes que se puede encontrar en las Escrituras sobre la conducta humana es la que aparece en la parábola de las monedas de oro.
Al siervo que no hizo nada malo sino sólo esconder su moneda de oro, el Señor le dijo:
…¡Siervo malo y perezoso! ¿Así que sabías que cosecho donde no he sembrado y recojo donde no he esparcido? (Mateo 25:26—NVI)
Y a ese siervo inútil échenlo afuera, a la oscuridad, donde habrá llanto y rechinar de dientes. (Mateo 25:30—NVI)
La maldición del ángel del Señor cae sobre la falta de interés, sobre la pereza, y sobre la falta de disposición de participar en los rigores de la guerra del Reino.
La Reina Ester es un ejemplo de la Esposa del Cordero. Ester había logrado los lujos que obtiene la reina de un gran imperio. Pero llegó el día en el que estaban en peligro las vidas de sus compañeros Judíos.
Cuando Ester intercedió ante el Rey Aseurus esto pudo haberle costado la vida. Ella pudo haber sido tentada a olvidarse de las dificultades de sus compatriotas.
Pero Mardoqueo, su pariente cercano que la crió, le advirtió de su responsabilidad hacia su pueblo, Israel:
Mandó [Mardoqueo] a decirle: “No te imagines que por estar en la casa del rey serás la única que escape con vida de entre todos los judíos. Si ahora te quedas absolutamente callada, de otra parte vendrán el alivio y la liberación para los judíos, pero tú y la familia de tu padre perecerán. ¡Quién sabe si no has llegado al trono precisamente para un momento como éste!” (Ester 4:13,14—NVI)
Ningún Cristiano ha sido llamado por el Señor Jesús para sentarse en su casa, criar una familia y vivir feliz en el mundo actual. Dos reyes espirituales están en guerra—Cristo en contra del Anticristo. Todo Cristiano ha “llegado al trono” para jugar un papel necesario e importante en el establecimiento del Reino de Dios sobre la tierra.
Observa la pregunta que Moisés les hizo a las tribus que deseaban establecerse antes de arribar a Canaán, antes de llegar a la plenitud de la herencia que se les había prometido cuando salieron de Egipto:
Entonces Moisés les dijo a los rubenitas y a los gaditas:— ¿Les parece justo que sus hermanos vayan al combate mientras ustedes se quedan aquí sentados? (Números 32:6—NVI)
Esa misma pregunta se les podría hacer a innumerables Cristianos de nuestra época: “¿Les parece justo que sus hermanos vayan al combate mientras ustedes se quedan aquí sentados?”
Todo miembro del Cuerpo de Cristo forma parte de cualquier otro miembro. No es apropiado ni bíblico que algunos Cristianos estén dando sus vidas por el Evangelio mientras que otros estén siguiendo la búsqueda ordinaria de la humanidad; que algunos creyentes en Cristo estén en prisión por sus creencias mientras que otros estén construyendo casas más grandes, comprando autos más caros, y preocupándose por sus cuentas bancarias y el color de las paredes de sus recámaras.
El Cuerpo de Cristo es un solo cuerpo. Cuando un miembro sufre todos sufren. Ningún miembro del Cuerpo puede reclinarse y descansar en el mundo hasta que todo miembro haya obtenido su herencia en Dios. ¿Cómo podemos entretenernos con comodidades materiales cuando nuestros hermanos en Cristo están siendo torturados y encarcelados por el Evangelio? ¿Acaso no seremos responsables de esta traición?
Moisés estaba preocupado por el efecto que tendría la petición de Rubén, Gad y de la mitad de Manasés sobre el resto de los Israelitas.
Los israelitas se han propuesto conquistar la tierra que el SEÑOR les ha dado; ¿no se dan cuenta de que esto los desanimaría? (Números 32:7—NVI)
Para seguir avanzando en la búsqueda del Reino de Dios es necesaria toda la dedicación que podamos darle. Cuando un creyente elige conformarse con entrar parcialmente al Reino de Dios, esto influye a quienes se encuentran a su alrededor a que también se conformen con una entrada parcial al Reino de Dios.
Cuando seguimos dándonos completamente a las cosas de Cristo, mucha gente a nuestro alrededor es alentada y fortalecida. Si ven que nos volvemos descuidados, su determinación puede debilitarse. Los justos son como una luz que aumentará en brillo hasta que la plenitud del Día del Señor esté aquí. Pero un pecador puede destruir mucho bien.
Ningún santo entregado marcha a solas. Un gran desfile de personas son inspiradas a marchar junto con él.
El temor y la incredulidad de los diez espías que salieron de Cades Barnea infectaron a todo el campamento de Israel. Todos se volvieron temerosos e incrédulos y como resultado el juicio de Dios cayó sobre la congregación.
La actitud de vivir para nosotros mismos sin un compromiso intenso a la obra mundial del Reino de Dios afecta a todos con quienes llegamos a estar en contacto. Aquellos que están esforzándose por tomar el Reino no se sienten apoyados por esta actitud, pero a los descuidados y tibios les agrada saber que no son los únicos que están sintiéndose tranquilos en el mundo.
Hablando de estos amantes de ganado Moisés exclamó:
¡Y ahora ustedes, caterva de pecadores, vienen en lugar de sus padres para aumentar la ira del SEÑOR contra Israel! (Números 32:14—NVI)
Quizá ya hayamos encontrado exactamente lo que queremos del Señor. Pero si por ahora no lo hacemos a un lado y entramos de todo corazón a la obra del Reino, a las batallas del Señor, entonces estaremos cometiendo pecado, y nuestro pecado de rebelión en contra del Señor será manifestado en el Día de Cristo.
Pero si se niegan [a tomar las armas junto con sus hermanos], estarán pecando contra el SEÑOR. Y pueden estar seguros de que no escaparán de su pecado. (Números 32:23—NVI)
Uno de los mayores pecados que cualquier Cristiano puede cometer es el pecado de descuidar el avance hacia la herencia, hacia el reposo de Dios. Si descuidamos nuestra salvación, si estamos ocupados dando en matrimonio y comprando y vendiendo cuando el Rey nos necesita para Sus asuntos, entonces sí que seremos severamente castigados en el Día del Señor.
¿Cómo escaparemos nosotros si descuidamos una salvación tan grande? Esta salvación fue anunciada primeramente por el Señor, y los que la oyeron nos la confirmaron. (Hebreos 2:3—NVI)
¿Cómo escaparemos nosotros?
Los Cristianos Hebreos habían tenido un comienzo excelente en el Señor. Habían sufrido persecución porque se habían asociado con los Apóstoles (Hebreos 10:32-34).
Ahora estaban perdiendo interés y no estaban avanzando hacia la plenitud de su herencia. Evidentemente su “ganado” les estaba exigiendo más de su atención.
Cuidémonos, por tanto, no sea que, aunque la promesa de entrar en su reposo sigue vigente, alguno de ustedes parezca quedarse atrás. (Hebreos 4:1—NVI)
El pecado de la negligencia es uno de los mayores problemas espirituales que afecta a los Cristianos de nuestra época.
Cristo nos ha llamado a la búsqueda intensa, consistente y de por vida del Reino de Dios. ¿Cuál es nuestra respuesta?
Pero todos, sin excepción, comenzaron a disculparse. El primero le dijo: “Acabo de comprar un terreno y tengo que ir a verlo. Te ruego que me disculpes.” Otro adujo: “Acabo de comprar cinco yuntas de bueyes, y voy a probarlas. Te ruego que me disculpes.” Otro alegó: “Acabo de casarme y por eso no puedo ir.” (Lucas 14:18-20—NVI)
“Por favor discúlpame, Señor. Debo cuidar de mi terreno, mis bueyes, y mi esposa.”
El dueño de la casa no aceptó estas disculpas. Así como Moisés, se enojó. ¡Y con buena razón!
Dios siempre nos ayudará a cuidar de nuestros terrenos, de nuestros bueyes y de nuestras esposas. Pero Él espera que nosotros pongamos como nuestra prioridad número uno, y como el mayor interés de nuestra vida, la búsqueda de Su Persona y voluntad.
Cuando el Rey nos invite a participar en algún aspecto de la obra de Su Reino no debemos poner pretextos. Ninguna disculpa será aceptada. O lo amamos a Él sobre todas las cosas o amamos nuestro “ganado”. ¿Dónde está nuestro corazón?
El pecado de la fornicación es una gran maldad contemporánea. Mentir, robar y embriagarse están aumentando en muchas naciones.
Pero el no entrar a la guerra espiritual y el no avanzar hacia la meta de unión total con el Novio también son grandes pecados ante el Señor.
Tal como sucedió en tiempos de Noé, así también será cuando venga el Hijo del hombre. Comían, bebían, y se casaban y daban en matrimonio, hasta el día en que Noé entró en el arca; entonces llegó el diluvio y los destruyó a todos. (Lucas 17:26,27—NVI)
Todo parecía normal, hasta el último momento.
Pero el día en que Lot salió de Sodoma, llovió del cielo fuego y azufre y acabó con todos. (Lucas 17:29—NVI)
El Cristiano que se mantiene moralmente limpio pero que no toma su cruz diariamente siguiendo a Cristo hacia el Reino, entonces según Dios es culpable de pecado. “Ha pecado contra el Señor” siendo negligente en servir con fervor al Señor. Podemos estar seguros de que el pecado de negligencia será juzgado en el Día del Señor, si no es que antes. La persona no prosperará en riquezas espirituales.
Si estamos dispuestos a ayudar a todos los miembros del Cuerpo de Cristo conforme pelean por entrar a su propia herencia, entonces ellos podrán entrar al reposo en la perfecta voluntad del Señor que nosotros mismos hemos encontrado. Pero si no estamos dispuestos a ser molidos en el molino del servicio Divino entonces perderemos nuestra propia posición en el Señor.
En cuanto cada santo haya recibido su herencia todos podremos regresar juntos a nuestra propia herencia para disfrutarla por la eternidad.
Moisés les contestó:—Si están dispuestos a hacerlo así, tomen las armas y marchen al combate. Crucen con sus armas el Jordán, y con la ayuda del SEÑOR luchen hasta que él haya quitado del camino a sus enemigos. Cuando a su paso el SEÑOR haya sometido la tierra, entonces podrán ustedes regresar a casa, pues habrán cumplido con su deber hacia el SEÑOR y hacia Israel. Y con la aprobación del SEÑOR esta tierra será de ustedes. Pero si se niegan, estarán pecando contra el SEÑOR. Y pueden estar seguros de que no escaparán de su pecado. (Números 32:20-23—NVI)
(“¿Dios O Ganado?”, 4162-1)