EL REINO DE LOS CIELOS

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Texto bíblico tomado de la Santa Biblia, Nueva Versión Internacional. © 1999 por la Sociedad Bíblica Internacional

Traducción: Carmen Alvarez


El Reino que está cerca, el Reino que esperamos con tanto gozo, es el Reino de Dios, el Reino de los Cielos. Es el Reino de Dios porque Dios es su Gobernante supremo. Es el Reino de los Cielos porque los Cielos son el trono de Dios, aunque algún día el trono de Dios vendrá a reposar sobre la tierra nueva en la nueva Jerusalén.


EL REINO DE LOS CIELOS

En aquellos días se presentó Juan el Bautista predicando en el desierto de Judea. Decía: “Arrepiéntanse, porque el reino de los cielos está cerca.” (Mateo 3:1,2—NVI)
Desde entonces comenzó Jesús a predicar: “Arrepiéntanse, porque el reino de los cielos está cerca.” (Mateo 4:17—NVI)

Algunas personas creen que el Reino de los Cielos y el Reino de Dios son dos reinos diferentes. Para nosotros es obvio que este no es el caso, por tres razones: (1) las parábolas a las que Mateo se refiere como parábolas del Reino de los Cielos otros autores se refieren a ellas como parábolas del Reino de Dios; (2) no existe ninguna evidencia de que Juan o Jesús predicaran sobre dos reinos diferentes, refiriéndose parte del tiempo al Reino de los Cielos y el resto del tiempo al Reino de Dios; y (3) los Profetas de Israel anunciaron el venida de un sólo Reino.

La parábola del sembrador quizá sea la parábola más importante sobre el Reino. Mateo se refiere a esta parábola como los secretos “del reino de los cielos” (Mateo 13:11). Marcos se refiere a esta misma parábola como el secreto “del reino de Dios” (Marcos 4:11).

Daniel habla sobre un sólo reino.

Pero los santos del Altísimo recibirán el reino, y será suyo para siempre, ¡para siempre jamás! (Daniel 7:18—NVI)

“El reino” es el Reino de Dios, el Reino que descenderá desde el Cielo. Es el Reino de Dios porque Dios es su Gobernante supremo. Es el Reino de los Cielos porque los Cielos son el Trono de Dios; aunque algún día el Trono de Dios vendrá a reposar sobre la tierra nueva en la nueva Jerusalén.

¿Dónde está el Reino de los Cielos—el Reino que “está cerca”? Por las enseñanzas del Señor Jesús comprendemos que éste se encuentra adentro de nosotros y también en el Cielo, y que algún día descenderá desde el Cielo y gobernará las naciones de la tierra.

En primer lugar, el Reino de los Cielos sí es lo que nosotros llamamos el “Cielo”. Es el reino, el poder y la gloria que ahora están en el reino espiritual sobre nosotros. Es el gobierno que se obedece ahora en el Cielo y que bajará a la tierra con el regreso del Señor Jesucristo y Sus santos.

Nosotros debemos orar para que el gobierno de Dios y la Gloria de Dios desciendan desde el Cielo y llenen completamente la tierra:

Venga tu reino, hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo. (Mateo 6:10—NVI)
No harán ningún daño ni estrago en todo mi monte santo, porque rebosará la tierra con el conocimiento del Señor como rebosa el mar con las aguas. (Isaías 11:9—NVI)

El Cielo es un reino espiritual. Es el Reino de Dios.

El cielo es mi trono, y la tierra, el estrado de mis pies…(Hechos 7:49—NVI)

Cristo está en el Cielo con Su Padre, Sus santos y los santos ángeles. El Espíritu Santo fue enviado desde el Cielo.

Si el Cielo es el Trono de Dios, entonces, en un sentido de la palabra, dondequiera que se encuentre el Trono de Dios, ahí se encuentra el Cielo. Si el trono de Dios está en el Señor Jesucristo, entonces el Cielo está en el Señor Jesucristo. Si Cristo está en nosotros, entonces el Cielo (el Trono de Dios) está en nosotros. Si el Trono de Dios y del Cordero está en la nueva Jerusalén, entonces el Cielo está en la nueva Jerusalén.

Quizá esto sea a lo que Jesús se refirió cuando dijo:

Nadie ha subido jamás al cielo sino el que descendió del cielo, el Hijo del hombre que está en el cielo. (Juan 3:13—NVI)

¡“Que está en el cielo”!

Quizá debamos aclarar lo que queremos decir con “Cielo”, ya que existen diferentes aplicaciones al término.

La palabra cielo frecuentemente es usado en el Nuevo Testamento para referirse al cielo donde están las nubes. Los discípulos vieron a Jesús ascender al cielo, queriendo decir, sin duda, a las nubes en lugar del Cielo espiritual invisible (Hechos 1:11).

Nuestra creencia personal es que el cielo nuevo de Apocalipsis 21:1 está hablando sobre un nuevo cielo con nubes.

El Cielo a veces significa el Paraíso, el cual a su vez sugiere el jardín del Edén.

Frecuentemente, pensamos que el Cielo es la nueva Jerusalén con su calle de oro y muralla de jaspe.

Un concepto muy usado por los Cristianos es que el Cielo es un lugar espiritual sobre nosotros al que iremos cuando muramos, si Dios nos considera dignos. El santo verdadero piensa con agrado en ir al Cielo. Existe algo en su espíritu que lo jala hacia la gloria y la belleza del Paraíso espiritual.

La muralla de la nueva Jerusalén evita que veamos lo que sucede en ese lugar santo. Nuestra tradición de “mansiones” está basada en una interpretación corrompida de Juan 14:2 (el cual realmente se está refiriendo a que habitemos en Cristo y Él en nosotros).

Muy poco se dice en el Antiguo Testamento como en el Nuevo con respecto a nuestro estado entre la muerte física y el día de la resurrección—el día en que regresará el Señor desde el Cielo. Sin embargo, nosotros los Cristianos esperamos con alegría nuestra estancia en el reino espiritual mientras esperamos la resurrección de nuestro cuerpo.

Pablo deseaba ir a su hogar con el Señor.

Así que nos mantenemos confiados, y preferiríamos ausentarnos de este cuerpo y vivir junto al Señor (2 Corintios 5:8—NVI)

Ciertamente, el Cielo es nuestro hogar porque en este momento nuestra vida está escondida con Cristo en Dios. El mundo no es nuestro hogar. Nosotros estamos buscando una ciudad que tiene cimientos sólidos. Somos peregrinos y extranjeros aquí en el mundo actual.

Observa que Pablo siempre enfatizó ir a estar con el Señor, no el ir al Cielo como si fuera un lugar.

Me siento presionado por dos posibilidades: deseo partir y estar con Cristo, que es mucho mejor, (Filipenses 1:23—NVI)

Es interesante notar que ningún autor de tanto el Antiguo como del Nuevo Testamento siquiera habló una vez añorando ir al Cielo como si fuera un lugar. Por lo menos, nosotros no podemos pensar en un versículo que lo mencione.

Pablo añoró la redención de su cuerpo, es decir, la resurrección de su cuerpo:

Y no sólo ella [toda la creación], sino también nosotros mismos, que tenemos las primicias del Espíritu, gemimos interiormente, mientras aguardamos nuestra adopción como hijos, es decir, la redención de nuestro cuerpo. (Romanos 8:23—NVI)

Pablo parece haber dado la bienvenida al martirio que se le acercaba:

Yo, en mi parte, ya estoy a punto de ser ofrecido como un sacrificio, y el tiempo de mi partida ha llegado. (2 Timoteo 4:6—NVI)

La palabra “ofrecido” puede ser traducida liberado. El momento de la liberación de Pablo había llegado. Nos podemos imaginar lo que la liberación de las ataduras de la carne significaba para este hombre que había sufrido tanto por el Evangelio del Reino. Del dolor a la comodidad perfecta. De la tristeza a la alegría. Del encarcelamiento a la maravillosa libertad. Del odio al amor. De estar batallando a tener paz. Del ambiente desagradable de la cárcel Romana a la hermosura del Paraíso del Señor. “El tiempo de mi liberación ha llegado.”

El santo verdadero siempre está listo para ir al Cielo—y con justa razón. Éste es su hogar. Es su hogar porque su vida está ahí, escondida con Cristo en Dios. Es su hogar porque sus tesoros están ahí.

Quizá sea cierto también que sus seres queridos se encuentren ahí. La santidad que él ama está ahí. Él ya no quiere nada que ver con el pecado y la muerte que reina sobre la tierra.

Todo esto es verdad. Pero hemos llegado al punto en el plan de Dios donde Él quiere que comprendamos que ir al lugar llamado “Cielo” no es la meta de la redención Cristiana. La redención es la restauración al dueño legal de aquello que había sido perdido originalmente, al hombre se le dio el Paraíso sobre la tierra, un medio ambiente perfecto en el cual vivir. Nuestro Redentor ha llegado para restaurarnos lo que se había perdido—y para agregarle muchas más de las maravillas de Dios.

El Cielo, como hemos dicho, es el hogar del santo en este momento. Pero algún día Jesús va a regresar a la tierra. Sus pies nuevamente estarán sobre el Monte de los Olivos de este planeta. Cuando lo haga, el Cielo—por lo menos la mejor parte del Cielo—habrá descendido a la tierra. El Señor Jesús va a venir para restaurar las bendiciones de Dios a la humanidad (excepto para quienes rechacen Su salvación y Su señorío). Y donde Jesús esté, ahí estaremos también nosotros—los que lo amamos y servimos.

También es verdad que algún día el mundo y el cielo actual desaparecerán entre mucho calor y ruido. Después de eso habrá un cielo nuevo y una tierra nueva. Entonces, la nueva Jerusalén, que es el Reino de Dios, la Esposa del Cordero, el lugar donde está el Trono de Dios, descenderá desde el cielo y será establecido sobre la tierra nueva.

El Cielo va a bajar a la tierra: primero, en el Señor Jesús y Sus santos cuando ellos aparezcan, segundo, después del periodo de los mil años, en la ciudad santa conforme ésta descienda de Dios desde el Cielo.

Si el Cielo verdaderamente va a bajar de su lugar actual para habitar la tierra, entonces todo lo que nosotros deseamos va a venir a la tierra. La “ciudad que tiene cimientos sólidos” va a venir a la tierra. Si esto es verdad, debemos engrandecer nuestro entendimiento de la salvación Cristiana para que incluya no sólo nuestra estancia en el Paraíso espiritual después de morir físicamente sino también la entrada gloriosa del Cielo a la tierra cuando Jesús regrese—y luego en una escala plena cuando la nueva Jerusalén descienda de Dios desde el Cielo.

No es que nosotros vayamos a la maravillosa ciudad, es que ella vendrá a nosotros.

Pues aquí no tenemos una ciudad permanente, sino que buscamos la ciudad venidera. (Hebreos 13:14—NVI)

El punto es el siguiente, nuestro hogar eterno es el Cielo, pero no en términos de otro lugar que se encuentra en el reino espiritual. Nuestro hogar eterno es el Reino de Dios—la Presencia y Gloria de Dios en Cristo. Las Escrituras nos enseñan, tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento, que el Reino de los Cielos está destinado a venir a la tierra. Esto es lo que los Profetas Hebreos anunciaron, así como Juan el Bautista y el Señor Jesús.

“Arrepiéntanse, porque el reino de los Cielos está cerca.”

Este es el Evangelio del Reino, las buenas nuevas de la venida del trono de Dios a la tierra.

Es importante que los creyentes lleguen a comprender que la meta de la salvación Cristiana no es para llevarnos a un lugar llamado “Cielo” sino que es una transformación total de lo que somos para que podamos habitar en reposo tranquilo en Cristo en Dios.

Pasar al mundo espiritual, como a un lugar, no es lo que nuestro corazón añora. Nosotros añoramos amor, gozo, paz y justicia perfecta. El reino espiritual por sí mismo no puede producir amor, gozo, paz y justicia.

El pecado, la rebelión y la guerra se originaron en el reino espiritual.

Lo que nosotros estamos añorando, quizá sin darnos cuenta, es el “Cielo” que está en Jesús y que en sí es Jesús. El amor, el gozo, la paz y la justicia que añoramos no se encuentran en el reino espiritual en sí. Éstos sólo se encuentran en Dios, y Dios ha puesto todo lo que tiene valor en Su Hijo, en el Señor Jesucristo.

Lo que estamos añorando es Cristo, no el morir e ir al reino espiritual. Cualquiera que haya experimentado la Presencia del Señor Jesús sabe perfectamente que lo que estamos añorando no es el área de espíritus sin cuerpos, sino que es Cristo mismo. Su Presencia es tan sorprendentemente alegre y maravillosa que ya no tenemos sed. En Él encontramos todo lo que siempre hemos deseado.

Comprender la diferencia entre el “Cielo” y el reino espiritual, entre el “Paraíso” y el área de espíritus sin cuerpos, es de ayuda para nuestro pensamiento.

En el día en que estamos viviendo, la salvación Cristiana se considera un plan para mudarnos de la tierra a otro lugar. La resurrección de los muertos, que ahora llamamos el “arrebato”, es predicado como el plan de Cristo para quitarnos de la tierra y llevarnos al Cielo para vivir por siempre. Esto es completamente falso. ¿Acaso la trompeta del Señor sonará la retirada? El propósito de la resurrección de entre los muertos no es para ayudarnos a escapar del Anticristo, ni de la gran tribulación, ni para vivir en el reino espiritual; es para ayudarnos a vivir nuevamente sobre la tierra.

La resurrección de entre los muertos es la conquista del último enemigo, no una escapatoria de sus garras mientras él continúa ocupando la tierra. Si Satanás va a ocupar la tierra, ¿dónde está la obra de redención que las Escrituras prometen?

La meta de la redención Cristiana no es llevarnos a otro lugar para estar ahí de holgazanes por la eternidad. La meta de la redención Cristiana es transformarnos a la imagen del Señor Jesucristo para que Dios en Cristo pueda habitar en nosotros. Cuando Dios en Cristo esté reinando en nosotros en esplendor tranquilo, entonces nosotros llevaremos el Cielo a dondequiera que vayamos.

Si el Cielo está en nosotros, entonces, ¿por qué el mundo no está lleno de amor, gozo, paz y justicia? Es porque tenemos este tesoro en vasijas de barro. ¿Por qué tenemos estos tesoros en vasijas de barro? Para que el extraordinario y grandioso poder pueda ser de Dios y no nuestro.

¿Qué significa esto? Significa que Dios está interesado en nuestra transformación total. En cualquier momento que Él lo desee, Dios puede rodearnos con tanto amor, gozo, paz y belleza en nuestro ambiente que quedaríamos estupefactos de alegría.

Pero algo mucho más importante está sucediendo en nosotros. Estamos siendo redimidos. Estamos siendo transformados a la imagen de Cristo. El amor al mundo, a Satanás, a uno mismo está siendo purgado de nosotros. Los caminos del Cielo están siendo creados en nosotros. Cuando tengamos en nosotros esta transformación, podremos hacer que nuestro medio ambiente se asemeje al que es la voluntad de Dios.

Tan pronto como el Señor Jesús tenga un ejército de santos así recreados, Él descenderá del Cielo. Esta es la venida del Reino de los Cielos a la tierra. Jesús no vendrá para apresurarnos al reino espiritual. Él viene para gobernar las naciones de la tierra. El Día del Señor es el triunfo del ejército de los Cielos, no la evacuación de una novia débil y derrotada.

Entonces, ¿nuestro hogar eterno no es el lugar llamado Cielo? ¿No es esa la razón por la que somos salvos, para poder ir al Cielo? ¿No estamos acumulando tesoros en el Cielo para que cuando vayamos podamos disfrutar de perlas, rubíes y diamantes?

Si nos detenemos a pensar por un momento, el deseo de nuestro corazón no son perlas, ni rubíes, ni diamantes. Las personas aquí en la tierra que las poseen no siempre son felices; frecuentemente, son amargadas y malas. Lo mismo pasa con aquellos que viven en mansiones.

Lo que estamos añorando es una relación amorosa, alegre y llena de paz con Dios, con el Señor Jesús y con las personas. Además, añoramos ser liberados de nuestro cuerpo mortal para que nunca más experimentemos dolor, cansancio, aprehensión e inseguridad. Tenemos la esperanza de ver preciosidades, y lugares y cosas maravillosas y de interés que nunca terminarán. ¡Y así será!

¿Qué tipo de tesoros estamos atesorando? Relaciones alegres con Dios y con las personas, vida eterna, libertad del pecado, autoridad en el Reino, poder, habilidades que no tenemos en este momento, oportunidades para servir, y reposo en Cristo en Dios. Estos son nuestros tesoros eternos.

¿Pero acaso la Biblia no habla sobre una calle de oro, y una muralla cuyos cimientos están decorados con piedras preciosas? Sí, lo hace. Quizá sí existan estos materiales en el reino espiritual. Pero la felicidad humana nunca depende de riqueza mineral. La felicidad humana primero se encuentra en las relaciones, y después en ambientes de paz y gozo.

Existe una tierra que es mucho más hermosa de lo que cualquier hombre pueda describir o que la mente del hombre pueda imaginar. Existe una ciudad que está siendo construida en este momento. Se trata de la ciudad que tiene cimientos sólidos y que los patriarcas vivieron buscando.

Pero no es suficiente tener una ciudad compuesta de hermosos edificios, ya que el valor de una ciudad se juzga por los habitantes de esa ciudad. La nueva Jerusalén reflejará en cada uno de sus detalles las perfecciones que están siendo forjadas en aquellos que serán sus habitantes eternos.

Las perfecciones están siendo creadas ahora. Las joyas del Señor están siendo formadas por intensos calores, presiones y paciencia. La Jerusalén santa está en el reino espiritual el día de hoy. Permanecerá en el reino espiritual hasta que haya terminado el periodo de los mil años, ya que ésta reconciliación con Dios se logrará durante la Era del Reinado de los mil años.

Algunos han dicho, y nosotros creemos que es cierto, que la ciudad santa, la nueva Jerusalén, nuestro “Cielo”, está construida en niveles. Entre más crezcamos en Cristo, más alto podremos entrar en la ciudad. No tiene que ver con que queramos superar a nuestros hermanos, sino que Cristo nos ha llamado a Su trono.

Si logramos alcanzar el primer rango de santos, el lugar que le corresponde al que salga vencedor, entonces estaremos en unión total con Dios y con otros, conforme Dios nos designe. Seremos llenados con vida eterna, con autoridad, con poder, con una posición en el Reino, con las oportunidades más maravillosas y satisfactorias de servicio. Seremos instalados por el Señor como columnas de Su Templo eterno. Nosotros acumulamos estos tesoros el día de hoy por nuestra conducta en el Señor Jesús.

Uno de los errores más grandes que un creyente en Cristo puede hacer es ver su salvación como un boleto para el Cielo, y luego ponerse a esperar al día en que morirá para poder “jubilarse” en el Cielo. Si se es negligente con las lecciones diarias del Espíritu Santo, si se huye de la vida de obediencia al Señor Jesús, en donde cada quien porta su cruz, y si se tiene la esperanza de que seremos salvos por la “gracia”, se perderá completamente el proceso de la redención. Cuando muramos seremos tratados según nuestras tonterías.

No existen personas perezosas y descuidadas en el Reino de los Cielos. El menor de los miembros del Reino es mayor de lo que cualquiera de los Profetas Hebreos fue en su día porque el primero ha sido creado una piedra viviente, una habitación en el Templo eterno de Dios.

Pero los Profetas entrarán al Reino de los Cielos junto con nosotros.

El Reino de los Cielos básicamente no es un lugar, es un reino. Es la Presencia de Dios en Cristo habitando en sus santos, por medio de quien Dios se vuelve accesible a la gente de la tierra.

Ni los Profetas, ni Juan, ni Jesús, ni los Apóstoles de Jesús jamás predicaron que morir e ir al Cielo era el objetivo del plan de redención. Todos los testigos de Dios han anunciado la venida de la Presencia, del reinado, de la Gloria de Dios sobre la tierra.

La meta de la redención es la transformación del ser humano de tal manera que todo vestigio de Satanás sea eliminado de su personalidad; él es la imagen de Cristo; y es llevado a una unión total y completa con Dios por medio del Señor Cristo Jesús.

El Cielo espiritual, el Paraíso que está arriba, no es nuestro hogar eterno. Es un lugar de espera hasta que suceda el siguiente gran acto de redención—el regreso de Cristo a la tierra y la redención de los cuerpos de los santos victoriosos.

La nueva Jerusalén que está arriba, incluyendo el Paraíso espiritual, ciertamente debe ser un reino de increíble belleza y alegría. Nuestro espíritu añora ser liberado de nuestros cuerpos físicos para ir a la Jerusalén de arriba. Añoramos el amor, el gozo, la paz y la justicia del Cielo. Pero los rigores de la vida sobre la tierra están produciendo valores espirituales que brillarán como las estrellas por toda la eternidad. De hecho, la belleza misma de la nueva Jerusalén está siendo creada, aunque escondida por un exterior áspero, en los corazones de los santos victoriosos sobre la tierra.

En el sentido más puro, el Cielo, o el Reino de los Cielos, no es solamente un lugar al que iremos cuando muramos. El Reino de los Cielos ha sido plantado en nosotros ahora y el fruto está brotando en nuestras personalidades. Ahora es cuando la importantísima obra está siendo efectuada.

Si esperamos ir a un hogar de jubilación en el cielo, mientras evadimos en nuestras vidas la obra re-creativa de la cruz y de los sufrimientos de Cristo y del Espíritu de Su resurrección, entonces todo lo que lograremos por nuestra muerte física será la pérdida de nuestra carne, ya sea o no que clamemos el nombre de Cristo. Este es el peligro de ver la meta de la redención como nuestra mudanza de la tierra al Cielo en lugar de nuestro éxodo del reino de las tinieblas a la entrada al Reino de los Cielos.

No existe ningún énfasis por más mínimo que sea, en tanto el Antiguo como en el Nuevo Testamento, donde el deseo de ir al Cielo se presente como el ir a un lugar. Los Profetas hablaron sobre la gloria de Jerusalén que llegaría. Cristo y Sus Apóstoles pusieron énfasis en el juicio y la ira que vendrán en el Día de Cristo y en la necesidad resultante del arrepentimiento y de vivir en santidad por parte de los creyentes. Casi nada se dice en el Antiguo Testamento o en el Nuevo Testamento sobre la vida en los Cielos. Mucho se dice, especialmente en los relatos de los Evangelios, sobre lo que sucederá cuando el Señor regrese.

Todo lo que se dice en los Evangelios se refiere a nuestra posición cuando el Señor regrese, no a lo que nos sucederá cuando muramos.

Por ejemplo, observa la situación del Corinto incestuoso:

Entreguen a este hombre a Satanás para destrucción de su naturaleza pecaminosa a fin de que su espíritu sea salvo en el día del Señor. (1 Corintios 5:5—NVI)

Hoy en día diríamos que este hombre moriría e iría al Infierno, o al Cielo si fuera salvo. Pero a Pablo le preocupaba el Día de Cristo.

¡“Que su espíritu sea salvo en el día del Señor”!

Y así por todas las escrituras del Nuevo Testamento.

El Reino de los Cielos es la nueva Jerusalén. La ciudad santa es el final de nuestra búsqueda de amor, gozo, paz y justicia.

La muralla masiva de la nueva Jerusalén evita que veamos lo maravilloso y hermoso del Paraíso que está adentro de las puertas de perla.

Dios quiere que notemos la muralla. Él lo hace porque quiere que comprendamos que nada de pecado ni de rebelión será permitido en Su Reino. Los habitantes de la ciudad santa no son pecadores que están protegidos del juicio de Dios por la sangre de la expiación. Ellos son criaturas nuevas, habiendo sido transformadas a la imagen del Señor Jesucristo.

Lo siguiente es dirigido a Cristianos:

Las obras de la naturaleza pecaminosa se conocen bien: inmoralidad sexual, impureza y libertinaje; idolatría y brujería; odio, discordia, celos, arrebatos de ira, rivalidades, disensiones, sectarismos y envidia; borracheras, orgías, y otras cosas parecidas. Les advierto ahora, como antes lo hice, que los que practican tales cosas no heredarán el reino de Dios. (Gálatas 5:19-21—NVI)

“No heredarán el reino de Dios.”

¿Acaso esto significa que después de recibir a Jesús no podemos practicar estas obras y de todos modos heredar el Reino de Dios?

¡Esto es lo que dice la Palabra eterna e incorruptible!

La gracia de Dios en el Señor Jesús nos cambia para que comencemos a hacer la voluntad de Dios. Por esto nos volvemos candidatos para la ciudadanía en la nueva Jerusalén. Aceptar a Jesús como nuestro Salvador es el medio por el cual somos perdonados y luego aprendemos a obedecer las leyes del Reino.

Nuestra meta es hacer nuestro hogar eterno en la nueva Jerusalén, que es el Reino de los Cielos. Logramos esta meta tomando nuestra cruz y siguiendo a Jesús a todas partes donde Él nos dirija. La transformación resultante de todo lo que somos nos hace buenos partidos para residir en el Reino de los Cielos.

Dichosos los que lavan sus ropas para tener derecho al árbol de la vida y para poder entrar por las puertas de la ciudad. (Apocalipsis 22:14—NVI)

Sólo aquellos que sirven al Señor con todo el corazón son miembros del Reino de los Cielos.

(“El Reino de los Cielos”, 4136-1)

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