DOCE RESULTADOS DE LA OBEDIENCIA PORTADORA DE LA CRUZ
La naturaleza pecaminosa adámica es tan engañosa que no tiene remedio. Dios no está salvando nuestra naturaleza adámica. Él la está crucificando. Dios nos ha dado nuestra cruz personal como el medio por el cual podemos destruir nuestra naturaleza de Adán. Cristo debe ser formado en el lugar de esa naturaleza. Esto es la salvación y el Reino de Dios.
DOCE RESULTADOS DE LA OBEDIENCIA PORTADORA DE LA CRUZ
Nada hay tan engañoso como el corazón. No tiene remedio. ¿Quién puede comprenderlo? (Jeremías 17:9—NVI)
Dirigiéndose a todos, declaró:—Si alguien quiere ser mi discípulo, que se niegue a sí mismo, lleve su cruz cada día y me siga. (Lucas 9:23—NVI)
La naturaleza pecaminosa adámica es tan engañosa que no tiene remedio. Dios no está salvando nuestra naturaleza adámica. Él la está crucificando. Dios nos ha dado nuestra cruz personal como el medio por el cual podemos destruir nuestra naturaleza de Adán. Cristo debe ser formado en el lugar de esa naturaleza. Esto es la salvación y el Reino de Dios.
Hemos hecho una religión del Cristianismo. El Cristianismo se ha vuelto casi como cualquier otra religión. Tenemos nuestro libro especial, nuestros himnos, nuestras liturgias y hasta nuestra arquitectura. Tenemos doctrinas que debemos estudiar y creer, así como obedecer.
Pero esto no es lo que realmente es el Cristianismo.
La verdadera salvación Cristiana es la destrucción de nuestra naturaleza pecaminosa y la creación de Cristo en nosotros. Eventualmente, el Padre y el Hijo vendrán y habitarán eternamente en lo que haya sido creado en nosotros. Además, nuestro cuerpo resucitado será revestido con un cuerpo que ha estado siendo formado conforme hemos aceptado y soportado pacientemente la crucifixión de nuestra naturaleza pecaminosa conforme el Espíritu Santo ha estado formando a Cristo en nosotros.
Estamos hablando de cambiar de una forma de humanidad a otra—un cambio a una humanidad que es tan superior a nuestra humanidad original como el ser humano es tan superior al animal.
En el principio Dios creó al hombre del polvo de la tierra. El hombre, hombre y mujer, es hijo de Dios y se le ha otorgado reinar sobre las obras de la manos de Dios.
El primer y verdadero Hombre que pisó la tierra fue el Señor Jesucristo. Habiendo resucitado de entre los muertos, Cristo es el Primero de la humanidad trascendental que en sí es el Reino de Dios.
El primer hombre es de la tierra. El segundo hombre es el Señor del Cielo.
El primer hombre fue creado un ser viviente. El segundo hombre es creado un espíritu que da vida.
Así está escrito: “El primer hombre, Adán, se convirtió en un ser [alma] viviente”; el último Adán, en el Espíritu que da vida. (1 Corintios 15:45—NVI)
El Señor Jesús nos dijo que si queríamos ser Sus discípulos que debíamos negarnos a nosotros mismos, llevar nuestra cruz y seguirlo. Quizá haya pocos creyentes hoy en día que estén haciendo lo que dijo el Señor. Esto realmente es una lástima porque sin una obediencia portadora de la cruz no existe una verdadera salvación Cristiana. La cruz es la que destruye nuestra naturaleza pecaminosa y la que hace posible la creación de la nueva humanidad trascendental.
Podemos creer en Cristo, asistir a la iglesia con regularidad, participar en los servicios; pero mientras no nos decidamos a negarnos a nosotros mismos, a tomar nuestra cruz y a seguir al Señor Jesús entonces simplemente somos miembros de una religión. No estaremos participando en el desarrollo del Reino de Dios, es decir, en el cambio de la personalidad de Adán al hombre nuevo.
A continuación tenemos doce resultados de portar obedientemente nuestra cruz tras el Señor Jesús.
Obediencia estricta a todos los mandamientos de Dios.
Reposo tranquilo en la Persona y voluntad de Dios.
Piedad que es útil en el mundo actual y en el nuevo mundo de justicia que se aproxima.
Dependencia en Dios, en nada y en nadie más.
Descubrimiento de lo que hay en el fondo de nuestra personalidad.
Perseverancia.
El entendimiento, la voluntad y la fuerza para abrazar el bien y rechazar el mal.
Perseverancia en los caminos pacíficos de la santidad y la justicia.
Humildad.
La formación de Cristo en nosotros.
La transformación de un ser viviente a un espíritu que da vida.
Un cuerpo que ahora se encuentra en el Cielo que revestirá nuestro cuerpo resucitado cuando el Señor regrese.
Obediencia estricta a todos los mandamientos de Dios.
Cumple fielmente todos los mandamientos que hoy te mando,… (Deuteronomio 8:1—NVI)
Los eventos del Antiguo Testamento están escritos para nuestro beneficio, para que podamos aprender de ellos. Podemos observar que Dios dirigió a Israel para que vagara por el desierto durante cuarenta años. El propósito de vagar por el desierto fue para preparar a los Judíos para su vida en Canaán, en la tierra prometida.
Lo mismo sucede con nosotros los Cristianos. Dios nos hace pasar por numerosas pruebas y presiones para prepararnos para nuestra vida en el mundo de justicia que se aproxima.
Quizá uno de los mayores errores que un creyente en Cristo pueda hacer es aferrarse al mundo actual. Nuestra vida actual en el mundo es importante sólo porque nos prepara para el mundo que viene. Es completamente posible que seamos utilizados en algún ministerio Cristiano y que luego seamos descalificados para el servicio eterno para el que debíamos haber sido preparados.
Existen numerosos mandamientos en el Nuevo Testamento dados por el Señor Jesucristo y por Sus Apóstoles. Estos mandamientos deben ser obedecidos. Tenemos acceso al Lugar Santísimo en el Cielo para que podamos orar y recibir la sabiduría y la fuerza necesarias para hacer lo que se nos ha ordenado.
El Señor Jesús nos informó que mostramos nuestro amor para Él obedeciendo Sus mandamientos.
Si ustedes me aman, obedecerán mis mandamientos. (Juan 14:15—NVI)
La doctrina Cristiana actual dice que no es posible obedecer los mandamientos del Señor y que por lo tanto debemos ser salvos por la gracia; queriendo decir con esto que nuestra personalidad y conducta continúan siendo injustas pero que Dios “nos ve a través de Cristo” (un concepto y expresión que no están en las Escrituras).
Es absolutamente cierto que no podemos obedecer los mandamientos de Cristo sin antes haberlo recibido. Pero después de recibir a Cristo debemos estudiar la Biblia y hacer lo que dice. La gracia Divina nos ayudará a hacer esto.
Conforme seguimos pacientemente a Cristo, portando nuestra cruz personal, nuestra naturaleza rebelde comienza a morir y comienza a darnos placer el obedecer a Cristo y a Sus Apóstoles. El creyente que se rehúsa a llevar su cruz sigue siendo arrogante y orgulloso. No obedecerá diligentemente a Cristo y a Sus Apóstoles. Declarará que es salvo por la gracia y que, sin importar cómo se comporte, Cristo lo perdonará.
Pero está equivocado. Nunca escuchará, “Hiciste bien, siervo bueno y fiel”, porque no habrá sido ni bueno ni fiel.
Este es el gran error de nuestro día—el concepto de que no estamos obligados a obedecer los numerosos mandamientos de Cristo y Sus Apóstoles. Por esto, el plan de salvación no puede avanzar en nuestras vidas porque nuestra salvación depende de que oremos y obedezcamos lo que está escrito en el Nuevo Testamento. De lo contrario nuestras creencias terminan siendo ortodoxas y estáticas y sin una pizca de gracia que pueda ayudar a salvarnos.
La fe verdadera nunca, nunca, nunca ignora las amonestaciones y exhortaciones del Nuevo Testamento.
Cuando Jesús nos ordena que nos alegremos cuando personas nos digan toda clase de maldiciones debido a nuestra fe en Él, eso es exactamente lo que debemos hacer.
Cuando Pablo nos ordena que presentemos nuestro cuerpo como sacrificio vivo y que no nos amoldemos al mundo actual, eso es exactamente lo que debemos hacer.
Cuando el autor del Libro de Hebreos nos ordena que no descuidemos nuestra salvación, que avancemos hasta el reposo de Dios, que no dejemos de reunirnos con otros Cristianos, que nos acerquemos confiadamente al trono de gracia para que podamos recibir misericordia y podamos encontrar la gracia necesaria para ayudarnos, eso es exactamente lo que debemos hacer.
Cuando Pedro nos ordena que no nos conformemos a los malos deseos que teníamos cuando vivíamos en la ignorancia, que agreguemos virtud a nuestra fe, eso es exactamente lo que debemos hacer.
Cuando Santiago nos ordena que seamos listos para escuchar y lentos para hablar y para enojarnos, eso es exactamente lo que debemos hacer.
Cuando Juan nos ordena que no amemos al mundo ni nada de lo que hay en él, eso es exactamente lo que debemos hacer.
¿Cómo sabemos si hemos llegado a conocer a Dios? Si obedecemos sus mandamientos. El que afirma: “Lo conozco”, pero no obedece sus mandamientos, es un mentiroso y no tiene la verdad. En cambio, el amor de Dios se manifiesta plenamente en la vida del que obedece su palabra. De este modo sabemos que estamos unidos a él: (1 Juan 2:3-5—NVI)
El discípulo que carga su cruz obedecerá los mandamientos de Cristo y de Sus Apóstoles aunque éstos sean extremadamente difíciles. Pero el creyente que nunca se ha negado a sí mismo y que se rehúsa a soportar el dolor de su cruz no obedecerá los mandamientos que se encuentran en el Nuevo Testamento. Preferirá decir, “nadie puede obedecerlos”; “tenemos que pecar mientras estemos en el mundo”; “nadie es perfecto”; y frases por el estilo.
Reposo tranquilo en la Persona y voluntad de Dios.
Porque el que entra en el reposo de Dios descansa también de sus obras, así como Dios descansó de las suyas. (Hebreos 4:10—NVI)
Nuestra naturaleza pecaminosa se esfuerza continuamente por crear su propia tierra y su propio cielo. Sin embargo, Dios terminó de crear todo en seis días. Ahora Dios está descansando. Soportar nuestra cruz nos ayuda a poner a un lado los deseos de nuestra naturaleza pecaminosa para que podamos entrar al reposo de Dios; para entrar a la creación que ya ha sido terminada; para entrar a la Persona y la voluntad de Dios a tal grado que nuestra voluntad y la voluntad de Dios son completa y perfectamente una misma voluntad.
Conforme nosotros, con la ayuda del Espíritu de Dios, obedecemos diligentemente los mandamientos de Cristo y Sus Apóstoles, un espíritu de obediencia se va formando en nosotros. En poco tiempo nos encontraremos obedeciendo a Dios instintivamente. Se puede decir que comenzamos a entrar en el reposo tranquilo de Su Persona y voluntad.
Sólo el discípulo que toma su cruz podrá soportar los conflictos que siempre surgen cuando decidimos entrar a la Persona y voluntad de Dios. Existen numerosos adversarios. Pero el gozo que sentimos de estar en el reposo de Dios hace que valga la pena cualquier dolor que suframos mientras avanzamos hacia la victoria perfecta.
Piedad que es útil en el mundo actual y en el mundo de justicia que se aproxima.
Pues aunque el ejercicio físico trae algún provecho, la piedad es útil para todo, ya que incluye una promesa no sólo para la vida presente sino también para la venidera. (1 Timoteo 4:8—NVI)
A veces se osa decir que cuando lleguemos al Cielo ya no podremos pecar. Este concepto es erróneo por dos motivos. Primero, la vida venidera, a la que se refiere Pablo, no es la vida en el Cielo. Es la vida en el mundo nuevo de justicia al que entraremos cuando seamos resucitados de los muertos.
Segundo, no sólo es posible pecar en el Cielo, sino que el pecado mismo se originó en el Cielo alrededor del Trono de Dios.
Conforme nosotros cargamos pacientemente nuestra cruz, una personalidad y una conducta piadosas se van desarrollando en nosotros. Esta piedad sirve como testimonio de Dios en el mundo actual. Pero más importante, el carácter y la conducta santa nos hacen idóneos para la vida en el Reino de Dios cuando ésta llegue a la tierra.
El Reino de Dios consiste de gobernantes y de los que son gobernados. Si queremos ser parte del sacerdocio gobernante debemos mostrar piedad en nuestra personalidad y conducta. Dios no tendrá gobernantes pecadores.
La idea de que estamos siendo entrenados ahora para el mundo venidero quizá sea nueva para nosotros. Pero si te pones a pensar, ¿por qué se esforzaría Dios tanto en enseñarnos Sus caminos justos si este entrenamiento no sirviera de nada después de morir?
Sabes, la muerte física no va a cambiar nuestra personalidad. Si nosotros somos egoístas ahora, también lo seremos al fallecer. Si ahora somos obstinados y testarudos siempre queriendo las cosas a nuestra manera, también lo seremos después de morir. ¿Por qué habría de ser diferente nuestra personalidad? El creyente obstinado sólo llevaría dolor al Paraíso si se le permitiera entrar, así como lo llevó Satanás.
De esto puedo deducir que la vida después de la muerte quizá no sea como supusimos. Quizá esta sea la razón por la que el Señor y Sus santos victoriosos reinarán con puño de hierro.
El sólo confesar que creemos en Cristo y ser bautizados en agua no nos conforman a la manera justa y santa del Señor. Sólo cuando nos negamos a nosotros mismos, tomamos nuestra cruz, y seguimos a Jesús es que podemos presentarnos listos para ser instruidos en la justicia.
Dependencia en Dios, en nadie y en nada más.
Te humilló y te hizo pasar hambre, pero luego te alimentó con maná, comida que ni tú ni tus antepasados habían conocido, con lo que te enseñó que no sólo de pan vive el hombre, sino de todo lo que sale de la boca del SEÑOR. (Deuteronomio 8:3—NVI)
El Señor Jesús pudo haber cambiado las piedras en pan. Pero Él le dijo a Satanás que el hombre no sólo vive de pan sino de cada palabra que sale de la boca de Dios.
Durante cuarenta años los Judíos vivieron presenciando un milagro cuando el maná aparecía sobre el suelo cada mañana. De hecho, un jarrón con maná fue guardado en el Arca del Pacto para recordarlo.
Este concepto de alejarnos de encontrar nuestra supervivencia y seguridad en el mundo actual para confiar diariamente en Dios es muy importante en el desarrollo del Cristiano. Conforme nos negamos a nosotros mismos y llevamos nuestra cruz aprendemos a depender en el Señor en lugar de depender en los recursos materiales.
Debemos escoger entre confiar en Dios o confiar en el dinero. El dinero es el medio para sobrevivir y sentir seguridad en el sistema del Anticristo. La razón por la que nosotros los Norteamericanos nos esforzamos tanto para acumular dinero es para que no tengamos que depender de Dios para nuestras necesidades. Confiamos en el dinero para que nos salve.
El Señor quiere que trabajemos con empeño para que tengamos suficientes recursos materiales para cuidarnos a nosotros mismos y a otros. Este comportamiento es del Señor. Pero al mismo tiempo nunca debemos llegar a la posición de depender del dinero para salvarnos. Si llegara el día, después de hacer todo lo que pudiéramos por nosotros mismos, en que no tuviéramos dinero para alimento ni vivienda, entonces el Señor proveería por nosotros.
El creyente que está dispuesto a llevar la cruz de diferir su gratificación y de quedarse en su prisión bajo circunstancias difíciles aprende a depender del Señor para que le dé la fuerza y la alegría de poder seguir sirviendo a Dios. Depender de Dios en lugar de depender de los recursos humanos se vuelve su segunda naturaleza. Recibe su maná diario, la gracia de Dios por medio de Cristo, conforme le hace falta. Nunca hay demasiado ni tampoco escasez; así es la total fidelidad de Dios.
Pero el mundo y las personas nos fallan si confiamos en ellos para nuestra supervivencia y seguridad.
Descubrimiento de lo que hay en el fondo de nuestra personalidad.
Recuerda que durante cuarenta años el SEÑOR tu Dios te llevó por todo el camino del desierto, y te humilló y te puso a prueba para conocer lo que había en tu corazón y ver si cumplirías o no sus mandamientos. (Deuteronomio 8:2—NVI)
Cuando estamos soportando las largas épocas difíciles de la cruz, Dios se da cuenta de lo que realmente hay en nuestro corazón.
¿Pero acaso no sabe Dios todo? Sin lugar a duda que sí. Pero tenemos la declaración anterior que dice que Dios nos pone a prueba para conocer lo que hay en nuestro corazón.
Además, ¿observaste lo que el ángel del Señor dijo cuando Isaac estaba siendo sacrificado?
—No pongas tu mano sobre el muchacho, ni le hagas ningún daño—le dijo el Ángel—. Ahora sé que temes a Dios, porque ni siquiera te has negado a darme a tu único hijo. (Génesis 22:12—NVI)
“Ahora sé que temes a Dios.” “Para ponerte a prueba sobre lo que hay en tu corazón.”
Parece ser que a veces Dios envía a los ángeles para averiguar exactamente lo que está sucediendo sobre la tierra.
Entonces el SEÑOR le dijo a Abraham:—El clamor contra Sodoma y Gomorra resulta ya insoportable, y su pecado es gravísimo. Por eso bajaré, a ver si realmente sus acciones son tan malas como el clamor contra ellas me lo indica; y si no, he de saberlo. (Génesis 18:20, 21—NVI)
“Si no, he de saberlo.”
Yo creo firmemente en la predestinación de los miembros del real sacerdocio, ya que Pablo presenta esta doctrina claramente.
Sin embargo, sé por otros versículos que aunque toda la historia del mundo fue fundada a grosso modo desde Génesis hasta Apocalipsis, hay espacio para que el individuo escoja un camino sobre el otro. Si este no fuera el caso, si nuestra predestinación produjera que nuestro curso fuera inevitable, entonces no habría necesidad de las fuertes advertencias de los Apóstoles.
Así que enfrentamos el hecho de que Dios conoce todo y sin embargo todo debe ser validado por medio de las pruebas. Algo así como lo hacemos nosotros, Dios también acumula información.
Nuestra cruz personal es el instrumento que Dios usa para probarnos. La cruz es nuestra experiencia en el desierto. ¿Obedeceremos los mandamientos de Dios cuando nuestra alma desee algo desesperadamente?
Dios está aprendiendo cómo nos comportaremos en el mundo venidero. Dios ha pasado por una tremenda rebelión de ángeles en posiciones de alto rango. Él está decidido a no tener más rebeliones. Él no quiere elevarnos a una alta posición en Su Reino y confiarnos autoridad y poder para que luego nos volvamos contra Él como lo hizo Satanás. Si nos rebeláramos bajo esas condiciones nunca más podríamos ser redimidos, así como Satanás y los ángeles caídos nunca pueden ser redimidos.
Si podemos servir a Dios fielmente mientras estamos sujetos a las presiones y tentaciones del mundo actual, teniendo que pelear contra el espíritu del mundo, contra las tentaciones del diablo y contra nuestra lujuria y voluntad propia, cuando estemos con Dios en un ambiente paradisíaco, habiendo sido revestidos con un cuerpo que quiere comportarse con justicia, entonces Dios puede estar razonablemente seguro que seguiremos obedeciéndolo. ¡Es tan difícil ahora! Pero será mucho más fácil después.
Pero Dios tiene que aprender lo que hay en nosotros, y este conocimiento llega por medio de que nuestros deseos sean postergados y que seamos aprisionados en circunstancias no deseadas.
Perseverancia
Y no sólo en esto, sino también [nos regocijamos] en nuestros sufrimientos, porque sabemos que el sufrimiento produce perseverancia; la perseverancia, entereza de carácter; la entereza de carácter, esperanza. (Romanos 5:3,4—NVI)
Ustedes necesitan perseverar para que, después de haber cumplido la voluntad de Dios, reciban lo que él ha prometido. (Hebreos 10:36—NVI)
Pues ya saben que la prueba de su fe produce constancia. Y la constancia debe llevar a feliz término la obra, para que sean perfectos e íntegros, sin que les falte nada. (Santiago 1:3,4—NVI)
Hermanos, tomen como ejemplo de sufrimiento y de paciencia a los profetas que hablaron en el nombre del Señor. (Santiago 5:10—NVI)
Yo, Juan, hermano de ustedes y compañero en el sufrimiento, en el reino y en la perseverancia que tenemos en unión con Jesús, estaba en la isla de Patmos por causa de la palabra de Dios y del testimonio de Jesús. (Apocalipsis 1:9—NVI)
Imagínate al Señor Jesús cargando pacientemente Su cruz hacia el Calvario. Esta es una imagen del discipulado Cristiano.
El Señor nos guía con gentileza cuando somos inicialmente salvos. Después de tiempo, quizá años, el Señor decide que estamos listos para transformar nuestra alma adámica a un espíritu que de vida. Para efectuar esta transformación el Señor nos da una cruz que llevar.
La cruz quizá pueda ser en la forma de que no podamos poseer aquello que deseamos fervientemente.
La cruz quizá pueda ser en la forma de que se nos requiera que permanezcamos en una situación que se nos haga estresante.
En cualquiera de estas dos situaciones, no podemos obtener lo que deseamos sin romper las leyes de Dios, y a veces hasta sin traicionar a las personas en las que confiamos, de las cuales somos responsables.
Satanás nos invitará a tomar un atajo hacia los deseos de nuestro corazón, así como invitó al Señor Jesús. De hecho, todos los hijos de Dios son puestos a prueba de forma muy parecida.
Satanás razonará con nosotros y tratará de engañarnos. Siempre somos vulnerables a ser engañados cuando hay alguna relación, alguna circunstancia o alguna cosa que deseemos fervientemente.
Aquello que codicias tan intensamente es un ídolo. Dios no permitirá que tengamos un ídolo, algo que adoremos en lugar de a Dios. ¡Su nombre es Celoso!
Pero el proceso de poner a los ídolos bajo nuestros pies puede ser bastante doloroso.
Gritamos como un puerco en el matadero. Despreciamos el alma. Esto es parte de la transición de un alma viva a un espíritu que da vida.
“¡Tengo sed! ¡Tengo sed! ¡Tengo sed!”
“Si eres el Hijo de Dios, baja de la cruz.”
Cómo nos retorcemos sobre la cruz. ¿Y cuándo terminará este dolor?
Pero por fin llega el día en que la prueba ha sido completada. El universo calla. Los recuerdos de la batalla casi se han olvidado. Ahora estamos en paz.
Nos vemos a nosotros mismos por lo que realmente éramos, suplantadores. Pero ahora nuestro nombre ha cambiado a ser Israel—él lucha con Dios.
¡Perseverancia! ¡Constancia! ¡Paciencia! La perseverancia del Reino de Dios. La perseverancia de la cruz. Debemos perseverar hasta que Dios nos dé los deseos de nuestro corazón.
En muchos casos lo que nosotros deseamos fervientemente realmente es la voluntad de Dios para nosotros. Esto ya está en nuestro corazón. Pero si queremos poseer nuestros deseos antes del tiempo de Dios, perderemos todo.
¿Qué hubiera pasado si Cristo hubiera cedido a la tentación de Satanás en el desierto? ¿Qué se hubiera perdido en ese caso?
Lo mismo es cierto de nosotros. Si cedemos a Satanás mientras estamos siendo tentados, la pérdida para nosotros, para Dios y para la humanidad será incalculable.
El entendimiento, la voluntad y la fuerza para abrazar el bien y rechazar el mal.
El que sólo se alimenta de leche es inexperto en el mensaje de justicia; es como un niño de pecho. En cambio, el alimento sólido es para los adultos, para los que tienen la capacidad de distinguir entre lo bueno y lo malo, pues han ejercitado su facultad de percepción espiritual. (Hebreos 5:13,14—NVI)
Adán y Eva tuvieron una cruz que llevar. La cruz fue la prohibición de comer del árbol del conocimiento del bien y del mal.
Tanto el árbol de la vida como el árbol del conocimiento del bien y el mal eran buen alimento. En cuanto a lo que yo puedo observar, ambos árboles son Cristo. Cristo es la única fuente de vida eterna. Cristo es la única fuente de conocimiento del bien y el mal. Él es el Verbo de Dios hecho hombre.
El resultado de comer del árbol de la vida les hubiera ayudado a Adán y a Eva a vivir por siempre en sus cuerpos. El árbol estaba ahí. Todo lo que tenían que hacer era comer de él y hubieran vivido para siempre.
El resultado de comer del árbol del conocimiento del bien y el mal hizo que Adán y Eva se avergonzaran de su desnudez.
Dios el SEÑOR hizo que creciera toda clase de árboles hermosos, los cuales daban frutos buenos y apetecibles. En medio del jardín hizo crecer el árbol de la vida y también el árbol del conocimiento del bien y el mal. (Génesis 2:9—NVI)
Y le dio este mandato: “Puedes comer de todos los árboles del jardín, pero del árbol del conocimiento del bien y del mal no deberás comer. El día que de él comas, ciertamente morirás.” (Génesis 2:16,17—NVI)
Pero la serpiente le dijo a la mujer:— ¡No es cierto, no van a morir! Dios sabe muy bien que, cuando coman de ese árbol, se les abrirán los ojos y llegarán a ser como Dios, conocedores del bien y del mal. (Génesis 3:4,5—NVI)
Y dijo: “El ser humano ha llegado a ser como uno de nosotros, pues tiene conocimiento del bien y del mal. No vaya a ser que extienda su mano y también tome del fruto del árbol de la vida, y lo coma y viva para siempre.” (Génesis 3:22—NVI)
Observa en el versículo anterior que comer del árbol del conocimiento del bien y del mal hace que una persona sea como Dios en cuanto a que tiene conocimiento de lo que es bueno y lo que es malo.
Ambos árboles daban buen alimento. Pero el orden en el que debían ser comidos era de suma importancia.
Debemos comer del árbol de la vida primero. Entonces podemos beneficiarnos del árbol del conocimiento del bien y del mal.
En otras palabras, Dios pone a Cristo en nosotros para que cuando reconozcamos que algo de lo que estamos haciendo es malo podamos tener la confianza y la fuerza para poner a morir el mal, por medio del Espíritu de Dios, y de todos modos podamos mantener nuestra posición de ser libres de la condenación.
Debido a que Adán y Eva reconocieron su condición vergonzosa antes de que tomaran de la vida eterna, ellos se escondieron de Dios. Su conciencia estaba mancillada. Murieron espiritual y físicamente, como Dios les había advertido.
Dios no se presenta ante un impío para hacerle ver sus pecados. Él lo invita a recibir a Cristo para que reciba el perdón de sus pecados. Luego le da de comer de la vida eterna, que es el cuerpo y la sangre de Cristo.
Aquí es donde nos encontramos el día de hoy.
Ahora Dios quiere que crezcamos en los caminos de la justicia, que equivale a que crezcamos en nuestro entendimiento, en nuestra disposición y en nuestra fuerza para poder abrazar el bien y rechazar el mal.
El que sólo se alimenta de leche es inexperto en el mensaje de justicia; es como un niño de pecho. En cambio, el alimento sólido es para los adultos, para los que tienen la capacidad de distinguir entre lo bueno y lo malo, pues han ejercitado su facultad de percepción espiritual. (Hebreos 5:13,14—NVI)
Para poder crecer en nuestro entendimiento, en nuestro deseo y en nuestra fuerza de tal manera que podamos abrazar el bien y rechazar el mal tenemos que negarnos a nosotros mismos, llevar nuestra cruz y seguir al Señor. Nuestra personalidad es una mezcla de bien y mal, de luz y de tinieblas. El Espíritu Santo está listo para ayudarnos a separar la luz de las tinieblas.
Si no estamos dispuestos a soportar la cruz de que se aplace la gratificación de nuestros deseos y de que permanezcamos en encarcelamientos prolongados en circunstancias no deseadas, entonces no podremos encontrar la fuerza para rechazar el mal que hay en nosotros. La maldad, la mundanería, la lujuria, las pasiones del cuerpo y la ambición personal están tan arraigadas en nuestra personalidad que rechazarlas es extremadamente doloroso—a veces hasta imposible.
El Cristiano sólo de nombre, el que asiste a la iglesia pero que nunca se ha propuesto negarse a sí mismo y cargar su cruz tras el Señor, no puede rechazar aquello que parece ser su propia alma. De hecho, ¡realmente es su propia alma! Es demasiado doloroso. Y, por lo tanto, permanece un bebé espiritual.
El único camino a la madurez es el de entrenarnos a nosotros mismos a constantemente tener que distinguir el bien del mal.
Perseverancia en los caminos pacíficos de la santidad y la justicia.
En efecto, nuestros padres nos disciplinaban por un breve tiempo, como mejor les parecía; pero Dios lo hace para nuestro bien, a fin de que participemos de su santidad. Ciertamente, ninguna disciplina, en el momento de recibirla, parece agradable, sino más bien penosa; sin embargo, después produce una cosecha de justicia y paz para quienes han sido entrenados por ella. (Hebreos 12:10,11—NVI)
Dios es santo. Esto quiere decir que no hay nada en Dios que sea espiritualmente impuro.
Dios nos ha llamado a ser santos así como Él es santo. Ésta es la razón por la que Pablo nos llama “santos”.
La personalidad humana sin Cristo tiene numerosas impurezas en el cuerpo y el espíritu.
Como tenemos estas promesas, queridos hermanos, purifiquémonos de todo lo que contamina el cuerpo y el espíritu, para completar en el temor de Dios la obra de nuestra santificación. (2 Corintios 7:1—NVI)
“Todo lo que contamina el cuerpo y el espíritu.” Esto incluiría todas las lujurias y pasiones inmorales, el asesinato, el deseo de cosas ajenas, la mentira, el usar malas palabras, la ira, la calumnia y la crueldad que empujan a la personalidad humana.
El Apóstol Pablo nos dice que los que hacen estas cosas no pueden heredar el Reino de Dios.
La única respuesta a estas pasiones encendidas que nos atormentan es el sufrimiento de la cruz. “El que ha sufrido en el cuerpo ha roto con el pecado,” nos dice el Apóstol Pedro.
Después de que hayamos soportado pacientemente nuestra cruz durante muchos años notamos que nuestra personalidad es mucho más pura que cuando comenzamos. ¿A qué se debe esto? A que nos hemos negado a nosotros mismos. No hemos cedido a las lujurias de nuestra carne, a las pasiones de nuestra alma. Hemos seguido fielmente al Señor a dondequiera que Él nos haya llevado.
El camino de la negación no es muy “divertido”. Pero sí trae consigo santidad y justicia; y la santidad y la justicia llevan a la paz. Entonces podremos disfrutar de la Presencia de Dios sin ser alejados por una naturaleza animal tumultuosa.
Humildad
Te humilló y te hizo pasar hambre, pero luego te alimentó con maná, comida que ni tú ni tus antepasados habían conocido, con lo que te enseñó que no sólo de pan vive el hombre, sino de todo lo que sale de la boda del SEÑOR. (Deuteronomio 8:3—NVI)
¡Ya se te ha declarado lo que es bueno! Ya se te ha dicho lo que de ti espera el SEÑOR: Practicar la justicia, amar la misericordia, y humillarte ante tu Dios. (Miqueas 6:8—NVI)
“Practicar la justicia; amar la misericordia; y humillarte ante tu Dios.” Ésta siempre ha sido la meta de Dios para el hombre. No es para nada cierto lo que dicen que ahora estamos en una nueva dispensa en la que la meta de Dios para el hombre ha cambiado.
El Señor Jesucristo experimentó la humillación de la cruz.
Quien, siendo por naturaleza Dios, no consideró el ser igual a Dios como algo a qué aferrarse. Por el contrario, se rebajó voluntariamente, tomando la naturaleza de siervo y haciéndose semejante a los seres humanos. Y al manifestarse como hombre, se humilló a sí mismo y se hizo obediente hasta la muerte, ¡y muerte de cruz! (Filipenses 2:6-8—NVI)
A mí me parece que nosotros los Cristianos con frecuencia somos arrogantes. Tomamos la actitud de que somos mejores que otras personas debido a que le pertenecemos a Dios. Esta es una actitud pecaminosa. Debemos humillarnos a nosotros mismos y someternos a la muerte de la cruz.
El justo vive por su fe. Esto significa que no vivimos por nuestro propio orgullo y nuestras propias habilidades sino que tenemos fe en Dios para todo lo que hacemos y para cada decisión que tomamos.
El insolente no tiene el alma recta, pero el justo vivirá por su fe. (Habacuc 2:4—NVI)
El camino de la cruz es el camino de la fe, el camino de la humildad. Negamos nuestras propias habilidades. Nos la pasamos dependiendo de Jesús, dependiendo de Jesús, y dependiendo de Jesús para cada aspecto de nuestra vida.
La cruz descorazona nuestro entusiasmo, nuestra tendencia a sentirnos importantes. Aquel que carga su cruz vive humillándose ante Dios.
La formación de Cristo en nosotros.
Dondequiera que vamos, siempre llevamos en nuestro cuerpo la muerte de Jesús, para que también su vida se manifieste en nuestro cuerpo. Pues a nosotros, los que vivimos, siempre se nos entrega a la muerte por causa de Jesús, para que también su vida se manifieste en nuestro cuerpo mortal. (2 Corintios 4:10-11—NVI)
Queridos hijos, por quienes vuelvo a sufrir dolores de parto hasta que Cristo sea formado en ustedes, (Gálatas 4:19—NVI)
¡Hasta que Cristo sea formado en ustedes! La formación y morada de Cristo en nosotros es el pacto nuevo. Es el Reino de Dios. La naturaleza caída y pecaminosa del hombre debe ser reemplazada por la Naturaleza Divina del Señor Jesucristo.
Pablo estaba sufriendo dolores de parto para que Cristo pudiera ser formado en los Cristianos de Galacia.
Sin embargo, la Vida de Cristo no puede manifestarse en nuestro cuerpo a excepción de que estemos siendo crucificados. Pablo estaba crucificado con Cristo y Cristo estaba (y sigue estando) viviendo en él.
Yo creo que todo Cristiano desea tener a Cristo viviendo en él. Pero la Vida de resurrección eterna e incorruptible de Jesucristo se forma en nosotros y mora en nosotros sólo conforme llevamos en nuestro cuerpo la muerte de Jesús. No existe otra manera.
Todos nuestros deseos provienen de nuestra naturaleza adámica pecaminosa. Nada de esa naturaleza es apropiada para el Reino de Dios. El cuerpo de carne y hueso no pueden ni remotamente heredar el Reino de Dios.
Dios está haciendo todas las cosas nuevas, y todas las cosas son de Cristo. Cristo debe aumentar y nosotros debemos disminuir, como dijo Juan el Bautista.
Aquellos de nosotros que hemos llevado nuestra cruz durante muchos años estamos concientes de lo inútil y destructivo que es nuestra naturaleza original. Sólo pasamos tristeza y dolor si cedemos a ella. Pero la nueva naturaleza de Cristo en nosotros nos da justicia, paz y gozo.
El Reino de Dios es Cristo en nosotros. Conforme nosotros estamos dispuestos a negarnos a los deseos de nuestra naturaleza original para seguir a Cristo el Reino nace en nosotros. No podemos ver ni entrar al Reino de Dios a excepción de que volvamos a nacer.
Hoy en día utilizamos el término “volver a nacer” para referirnos a la aceptación de Cristo que hicimos inicialmente. Supongo que esto no hace ningún daño; pero debemos darnos cuenta de que ésta no es la manera como los Apóstoles predicaron sobre Cristo.
Volver a nacer significa que nuestra naturaleza anterior está muerta y ahora tenemos una nueva naturaleza. Esa nueva naturaleza es la Persona misma de Cristo.
Ser redimidos por la sangre expiatoria de la cruz es una cosa. Tener la Semilla de Dios plantada en nosotros es otra cosa diferente. En realidad, quizá sería mejor decir que Cristo ha sido concebido en nosotros. Los Cristianos de Galacia habían sido redimidos por la sangre y habían recibido al Espíritu Santo. Pero Cristo no había sido formado en ellos. De hecho, el término “formado” implica un proceso.
Por consiguiente, Cristo es concebido en nosotros cuando nuestros pecados han sido perdonados. Pero para que la Vida nueva llegue a término, por así decirlo, requiere de una vida de obediencia portadora de la cruz.
Existe una multitud de Cristianos en los Estados Unidos que confía en la expiación hecha por la sangre de la cruz del Calvario. Pero el desarrollo de Cristo en ellos está en peligro de ser abortado porque no se les está enseñando cómo negarse a sí mismos, cargar su cruz y seguir a Jesús diariamente en una intensa interacción personal.
El énfasis que notamos hoy en día está en la “gracia-rapto-Cielo”. Éstos son externos. Éstos no son el pacto nuevo. El pacto nuevo es que se escriba la ley de Dios en nuestra mente y en nuestros corazones, que equivale a la formación de Cristo en nosotros. De hecho, nosotros los Cristianos de hoy en día hemos inventado un nuevo evangelio—el evangelio de “recibir a Cristo y luego ir al Cielo para vivir eternamente en una mansión.”
Este no es el Reino de Dios. El Reino de Dios es el cambio de la naturaleza adámica a la naturaleza de Cristo.
Transformación de un ser humano viviente a un espíritu que da vida.
Lo he perdido todo a fin de conocer a Cristo, experimentar el poder que se manifestó en su resurrección, participar en sus sufrimientos y llegar a ser semejante a él en su muerte. (Filipenses 3:10—NVI)
El tercer capítulo de Filipenses es de importancia especial porque nos presenta la meta de Pablo. La meta de Pablo era lograr la resurrección de entre los muertos, es decir, la primera resurrección—la resurrección del real sacerdocio.
Pablo habla de considerar todos sus logros estiércol a fin de ganar a Cristo.
Y luego Pablo habla sobre experimentar el poder que se manifestó en la resurrección de Cristo y participar en Sus sufrimientos, llegando a ser semejante a Él en Su muerte.
Aquí podemos ver que la vida de resurrección y los sufrimientos de la cruz van de la mano.
El concepto parece ser que Pablo estaba entrando aún más profundamente en la muerte de Cristo y aún más alto en la vida de resurrección de Cristo. Muerte y vida. Muerte y vida. Muerte y vida.
El producto final de la muerte de la naturaleza de Pablo y la resurrección en la Naturaleza de Cristo es alcanzar la resurrección de entre los muertos. Esto quiere decir que cuando Cristo regrese Pablo, quien ya habrá resucitado en su naturaleza interior, estará eminentemente preparado para que su cuerpo de carne y hueso resucitado sea revestido con el manto glorioso del real sacerdocio.
Con la enseñanza que tenemos hoy en día nos quedamos con la impresión de que todos los que hayan hecho una profesión de fe en el Señor Jesucristo serán resucitados cuando Él aparezca y se reunirán con Él en el aire.
Yo no creo que esto sea bíblico.
Yo creo que cuando el Señor aparezca, sólo aquellos que han vivido y muerto en Cristo serán resucitados de entre los muertos y luego revestidos con el manto blanco del real sacerdocio. Luego se reunirán con el Señor en el aire (no en el Cielo) y regresarán con Él en furia ardiente con el propósito de instalar el Reino de Dios sobre la tierra.
La verdad es que la mayoría de los Cristianos Norteamericanos no están ni tantito preparados para participar con el Señor en la obra de instalar el Reino de Dios sobre la tierra. Todavía están atados a la mundanería, la lujuria y la voluntad propia. Entonces, ¿cómo podrán descender con Cristo sobre los corceles de guerra para vencer al Anticristo y al Profeta Falso?
La deplorable realidad es que ya han sido vencidos por el Anticristo. Ellos ya tienen en su mano derecha y en su frente la marca del mundo, que es la confianza en el dinero. No tienen el nombre del Cordero y del Padre escrito en sus frentes. Ellos tienen el nombre del dinero y los caminos del mundo escritos en sus frentes.
Quienes sean resucitados en la primera resurrección no tendrán en su personalidad nada sobre lo que el Lago de Fuego tiene autoridad. Ellos han logrado la victoria sobre todos los enemigos que han llegado contra ellos.
Se han negado a sí mismos. Han cargado fielmente su cruz. Han seguido a Jesús, sin estirar su mano para tomar aquello que es impío para ellos; ni tampoco han intentado escapar de su encarcelamiento. Estos son los miembros del real sacerdocio, y parece ser que sólo son un remanente entre la multitud de los que se adhieren a la religión Cristiana.
Ellos ahora son espíritus que dan vida. Estarán a la orilla del Río de la Vida. De ellos fluirá el agua viva que resucitará a los miembros del mar muerto de la humanidad.
Ellos han atravesado las tres muertes y resurrecciones de la redención: agua hasta los tobillos; agua hasta las rodillas; y agua hasta la cadera. Ahora están viviendo en aguas para cruzar a nado, en un río que no puede ser cruzado. Esto significa que ellos viven en Dios y en otras personas sin tener conciencia de sí mismos.
Y al llegar vi que en sus márgenes había muchos árboles. Allí me dijo: “Estas aguas fluyen hacia la región oriental, descienden hasta el Arabé, y van a dar al Mar Muerto. Cuando desembocan en ese mar, las aguas se vuelven dulces. Por donde corra este río, todo ser viviente que en él se mueva vivirá. Habrá peces en abundancia porque el agua de este río transformará el agua salada en agua dulce, y todo lo que se mueva en sus aguas vivirá. (Ezequiel 47:7-9—NVI)
Un cuerpo que ahora se encuentra en el Cielo que revestirá nuestro cuerpo resucitado cuando el Señor regrese.
Pues los sufrimientos ligeros y efímeros que ahora padecemos producen una gloria eterna que vale muchísimo más que todo sufrimiento. (2 Corintios 4:17—NVI)
Exactamente ¿qué es “una gloria eterna que vale muchísimo más que todo sufrimiento”?
El siguiente capítulo, el Capítulo Cinco de la Segunda Carta a los Corintios, nos lo dice. Es el cuerpo del Cielo que ha sido formado de la crucifixión y resurrección continua de la naturaleza interna de Pablo.
Es como si sembráramos nuestro cuerpo a la muerte para que pueda resucitar a la vida.
Así sucederá también con la resurrección de los muertos. Lo que se siembra en corrupción, resucita en incorrupción; lo que se siembra en oprobio, resucita en gloria; lo que se siembra en debilidad, resucita en poder; se siembra un cuerpo natural, resucita un cuerpo espiritual. (1 Corintios 15:42-44—NVI)
Quizá no exista ningún concepto más necesario en el pensamiento Cristiano que el saber que la manera en que vivimos la vida Cristiana determinará el tipo de resucitación que tendremos. No creo jamás haber escuchado que esto se enseñe o predique. Sin embargo, no deja de ser verdad.
Si llevamos pacientemente la cruz de negarnos a nosotros mismos, entonces Cristo será formado en nosotros. Cómo esto afectará nuestra vida después de la muerte no estoy seguro. No hay duda de que entre más tengamos de Cristo más gozosos estaremos.
Pero en el Día de la Resurrección, cuando el Señor regrese, cada persona recibirá lo que ha hecho. Aquellos que han sembrado pacientemente al Espíritu de Dios cosecharán vida eterna en la forma de un manto o un cuerpo del Cielo que revestirá sus huesos resucitados.
Aquellos que han vivido según los impulsos de su naturaleza carnal cosecharán corrupción—quizá en la forma del tipo de manto o de cuerpo que revestirá sus huesos resucitados.
De Dios nadie se burla. No podemos sembrar a nuestra naturaleza caída y cosechar vida eterna; ni por gracia ni por misericordia.
Cuando estemos ante el Tribunal de Cristo recibiremos lo que hayamos practicado mientras vivimos sobre la tierra. Quienes hayan sido fieles a Dios serán recompensados con la aprobación de Cristo y con lo que les pertenecerá como herencia. Aquellos que no hayan sido fieles a Cristo enfrentarán la desaprobación y la pérdida de su herencia.
Repito: la gracia y la misericordia no servirán en ese momento. Cosecharemos lo que hayamos sembrado. La gracia y la misericordia son de utilidad ahora en lo que Dios nos está ayudando a cambiar lo que estamos sembrando.
Los resultados de una obediencia portadora de la cruz son todas las oportunidades y posiciones de autoridad y poder que asociamos con la salvación Cristiana. Lo que debemos comprender es que la salvación Cristiana está dividida: por un lado podemos ser miembros de la religión Cristiana o por el otro podemos ser discípulos.
Todos los discípulos son miembros de la religión Cristiana. Pero no todos los miembros de la religión Cristiana son discípulos.
El discípulo es aquel que se ha negado a sí mismo, ha tomado su cruz y está siguiendo a Jesús diariamente. Éste individuo es un santo victorioso. Heredará todas las cosas que Dios haya hecho nuevas en Cristo.
(“Doce Resultados de la Obediencia Portadora de la Cruz”, 4134-1)