LA BÚSQUEDA
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Texto bíblico tomado de la Santa Biblia, Nueva Versión Internacional. ©1999 por la Sociedad Bíblica Internacional
Traducido por Carmen E. Álvarez
El justo vivirá por su fe. Un aspecto importante de vivir por la fe es el aspecto de la búsqueda. El individuo justo y recto es aquel en quien se puede observar que toda su vida sobre la tierra es una búsqueda, la búsqueda de algo que aún no es una realidad sobre la tierra. El individuo justo y recto siempre es un extranjero y exiliado en el mundo actual.
LA BÚSQUEDA
Uno de los fundamentos de la Reformación Protestante es la declaración, “el justo vivirá por su fe.”
Este concepto fue dado a Martín Lutero, un sacerdote Católico, mientras infligía diversos tipos de castigos sobre su cuerpo.
“El justo vivirá por su fe” es tomado de Habacuc 2:4 donde vivir confiando en Dios es comparado con vivir en nuestro orgullo, en nuestra obstinación y en nuestro egocentrismo. “El justo vivirá por su fe” es citado tres veces en el Nuevo Testamento.
Es verdad que ningún hombre puede lograr su salvación infligiendo heridas en su cuerpo. Ningún hombre puede competir con Dios en el área de la rectitud. Para que nosotros podamos ser justos y rectos según Dios, Dios mismo tiene que declararnos justos y rectos. Debemos creer que Dios existe y que Él recompensa a quienes lo buscan con diligencia. Todos somos pecadores y rebeldes por naturaleza y somos completamente incapaces de lograr la justicia de Dios por nuestras propias fuerzas.
Sin embargo, la definición que se tiene del justo vivirá por su fe frecuentemente es incorrecta.
La interpretación actual de la frase “los justos vivirán por su fe” es que si un individuo “acepta a Cristo”, según Romanos 10:9,10 o Efesios 2:8,9 o Juan 1:12 o Juan 3:16, declarando creer en Cristo, entonces ya es “salvo.” Según esta doctrina, ser salvo significa que cuando muera irá al Paraíso a vivir por siempre en el reino espiritual.
La interpretación es que esta persona es justa ante Dios porque ha profesado creer lo que dicen unos cuantos versículos que han sido interpretados fuera de su contexto y luego usados como un “boleto al Cielo”. La fe es considerada una confianza continua de que la profesión que se efectuó originalmente asegurará la entrada al Paraíso al pasar a la siguiente vida.
Lo que entendemos actualmente por el justo vivirá por su fe está tan alejado del concepto bíblico de la justicia y la fe como lo está la creencia de que podemos lograr la salvación haciendo penitencia.
Este autor es un Cristiano que ha vuelto a nacer, ha sido purificado en la sangre del Señor Jesús, y conoce la bendición de la salvación. También comprendo que la fe está muerta si no produce comportamiento justo, santo y obediente de parte del creyente.
El justo vivirá por su fe se ha reducido a una creencia doctrinal en lugar de ser un tipo de persona y una forma de vida. Un poco de reflexión sobre Habacuc 2:4, sobre las realidades del Reino de Dios, y sobre las palabras del Señor Jesús en los cuatro Evangelios revelará que el Evangelio del Reino de Dios tiene que ver con el tipo de persona que somos y la forma en que nos comportamos y no con nuestra creencia doctrinal. Cuando el Señor Jesús estaba describiendo Su regreso ¿cuándo mencionó que debemos creer en la doctrina correcta?
Pero ¿acaso tener fe no es lo mismo que creer en una doctrina? No, no lo es. La fe es nuestra convicción personal sobre la Persona de Dios, especialmente con respecto a Su Carácter y a Sus propósitos como son revelados en las Escrituras. La fe es lo que sabemos de Dios, nuestra confianza en Su bondad y poder, y no nuestra postura teológica.
Dios ha definido la fe para nosotros en las Escrituras.
Habacuc 2:4 es citado en Hebreos 10:38:
Pero mi justo vivirá por la fe. Y si se vuelve atrás, no será de mi agrado. (Hebreos 10:38—NVI)
Inmediatamente podemos ver que tener fe tiene que ver con volverse atrás o con seguir adelante en nuestra relación con Cristo.
En el Capítulo Once de la Carta a los Hebreos está la definición de Dios de lo que es la fe. La fe se manifiesta en la manera en que las personas viven y piensan y actúan. Los justos viven por su fe; es la manera en que ellos viven y se mueven y existen.
Muchos individuos se mencionan en el Capítulo Once de la Carta a los Hebreos. Si los consideramos a todos juntos, su manera de vivir constituye la definición Divina del justo vivirá por su fe. Es interesante que Dios use a personas del Antiguo Testamento para enseñarle a los Cristianos el significado del justo vivirá por su fe.
Un aspecto importante de vivir por la fe es el aspecto de la búsqueda. El individuo justo y recto es aquel en quien se puede observar que toda su vida sobre la tierra es una búsqueda, la búsqueda de algo que aún no es una realidad sobre la tierra. El individuo justo y recto siempre es un extranjero y exiliado en el mundo actual.
Abraham y los demás héroes de la fe fueron justos y rectos ante Dios porque sus vidas fueron una larga búsqueda de algo mejor, de algo celestial. Ellos aquí no se sentían en casa.
Por la fe [Abraham] se radicó como extranjero en la tierra prometida, y habitó en tiendas de campaña con Isaac y Jacob, herederos también de la misma promesa, porque esperaba la ciudad de cimientos sólidos, de la cual Dios es arquitecto y constructor. (Hebreos 11:9,10—NVI)
Abraham se la pasó vagando por su propia tierra prometida, por su propia herencia. Para él era una tierra extranjera.
Abraham, aunque tenía muchas riquezas, no construyó una gran ciudad como lo hicieron otros hombre antes que él. Él vivió en tiendas de campaña. Con esto demostró que él se consideraba un peregrino, no un residente.
Abraham estaba buscando una ciudad de cimientos sólidos, una ciudad construida por el Dios del Cielo.
La nueva Jerusalén es esa ciudad y las Escrituras ponen énfasis en los cimientos que tiene la muralla.
¿Cómo supo Abraham sobre la nueva Jerusalén? Dios tuvo que habérsela enseñado.
Dios se mostró a Abraham, y luego Abraham pasó el resto de su vida buscándolo. Pudo soportar cualquier situación como si hubiera visto al que es invisible. Abraham fue motivado por su búsqueda, buscó algo que no puede ser encontrado en el mundo. Él era un visionario. Él no se sentía en casa en este mundo.
Lo mismo es cierto de todo individuo que quiere complacer a Dios por su fe. Tiene que adoptar la actitud de que el mundo no es su hogar. Debe pasar sus días buscando a Dios.
El justo vivirá por su fe significa que inmediatamente de que seamos salvos debemos considerarnos extranjeros de este mundo actual.
Por lo general el santo no debe lograr grandes cosas aquí, no debe volverse rico y famoso. Nosotros no somos de este mundo. Somos extranjeros y peregrinos. Estamos en la búsqueda del Reino de Dios y de Su justicia, de la vida eterna, de la nueva Jerusalén. Nuestra búsqueda es que Cristo ocupe la posición principal en todos nuestros pensamientos y en todo lo que hacemos. Esta es la verdadera vida Cristiana—la que nos lleva a la vida eterna.
Dios jamás ha considerado justo al individuo que sigue a ciegas la Ley de Moisés sin tener fe. Comenzando por Abel, quien ofreció en fe un “sacrificio mejor”, los hombres y las mujeres que han complacido a Dios han sido aquellos que han demostrado su fe en Dios buscándolo continuamente. Esta es la razón por la que el Espíritu puede usar a los santos del Antiguo Testamento como ejemplos para nosotros en cuanto a cómo lograr la justicia por nuestra fe.
Dios nunca ha cambiado Su manera de lidiar con la gente. El Evangelio del Reino de Dios no es una nueva manera de complacer a Dios. Dios nunca ha sido complacido y nunca será complacido más que teniendo fe.
Simplemente creer en los hechos del perdón nunca puede sustituir una vida de fe vigorosa en Dios.
Le pedimos a la gente que levante sus manos, indicando de esta manera que han “decidido seguir a Cristo”. Ahora pueden regresar a sus trabajos y placeres, teniendo la certeza de que cuando mueran físicamente irán al Paraíso y comulgarán con David, Elías y Pablo. Esta enseñanza no es lógica.
Juan el Bautista no predicó este tipo de “gracia”. Jesús de Nazaret no predicó este tipo de “gracia”. Los Apóstoles del Cordero no predicaron este tipo de “gracia”.
Todo profeta verdadero de Dios, ya sea del antiguo pacto o del nuevo, le ha advertido a sus oyentes que huyan de la ira que se aproxima. Ha ordenado, “¡Aléjense de este mundo maldecido! ¡Carguen con el reproche del justo! ¡Niéguense a sí mismos! ¡Hagan que sus vidas sean un testimonio de la justicia de Dios! ¡Vivan como hombres y mujeres que están esperando que el Reino de Dios venga del Cielo!”
Dios nunca ha cambiado y nunca cambiará Sus expectativas con respecto a la gente. Dios exige que vivamos dependiendo humildemente en Él para todo aspecto de nuestra personalidad y conducta. Sin una fe consistente como esta, es imposible complacerlo.
Un santo verdadero, un Cristiano, es una persona que está viviendo como extranjero sobre la tierra. Su vida consiste en buscar al Dios invisible. Sus tesoros están en el Cielo de arriba. Su corazón está en el Cielo de arriba. Tiene hambre y sed de Dios así como a un hambriento se le antoja el alimento y el agua. Este no es su hogar y lo sabe, y lo demuestra en todo lo que es y hace.
Todos ellos vivieron por la fe, y murieron sin haber recibido las cosas prometidas; más bien, las reconocieron a lo lejos, y confesaron que eran extranjeros y peregrinos en la tierra. (Hebreos 11:13—NVI)
Lo increíble de esto es pensar ¿cómo es que la gente que vivió antes de la época de la vida y ministerio de Cristo, antes de Su resurrección, antes de que derramara al Espíritu Santo sobre Sus siervos, tuvo tanta hambre por Dios, tuvo tan acertada idea sobre las cosas del Cielo? Esas personas nos ponen en vergüenza. ¡Se nos ha dado tanta asistencia Divina! ¡Tanto más conocimiento! ¡Seguro que nuestro celo por Dios debería dejar atrás al suyo! Deberíamos de concentrarnos más en nuestra búsqueda de Dios.
Sin embargo, las iglesias de hoy se componen de “creyentes” cuya fe y vida espiritual son débiles comparadas con las de los héroes del Capítulo Once de la Carta a los Hebreos. Algo está terriblemente mal en el Cristianismo, en aquellos que se supone deben tener mayor autoridad, poder, rectitud y santidad ¡que los Profetas!
Los patriarcas “murieron en la fe”. Pasaron a la muerte buscando todavía a Dios. Nuestra visión y esperanza debe extenderse más allá de la tumba.
Nosotros los Cristianos vemos la muerte física muy parecido a como la ven los paganos, le tenemos pánico. ¡Estamos tranquilos en el mundo! Esto se debe a que no estamos buscando aquello que es invisible. Nuestras conversaciones sobre querer ir al Cielo frecuentemente no tienen ninguna relación con como nos sentimos realmente en cuanto a la muerte.
El Cristiano verdadero es visionario. Vive en una visión eterna. Piensa en aquello que todavía no es un hecho como si ya lo fuera. Dios le da muchas promesas, algunas de las cuales son para este mundo y algunas para el siguiente—no siempre sabe para cual; y luego retraza el cumplimiento por muchos años. El creyente puede reaccionar alejándose en frustración o desaliento o puede vivir en una visión. Se puede aguantar como si pudiera ver al que es invisible. Durante este periodo de esperanza Dios le enseña que debe ser una persona práctica.
Los patriarcas están viviendo en la Presencia de Dios, esperando ser perfeccionados junto con nosotros. Los espíritus de hombres justos son los que están siendo perfeccionados. Ellos junto con nosotros constituyen el Jerusalén de arriba y que algún día será establecido sobre una alta montaña en la tierra nueva. Ellos todavía están en su búsqueda.
Aunque los patriarcas están en un Paraíso en el Sión de arriba, ellos aun no han “recibido las cosas prometidas”. Porque la promesa de Dios incluye más que residencia eterna en el reino espiritual. Incluye la plenitud de la vida eterna, la plenitud de la Presencia de Dios y Cristo por medio del Espíritu Santo, en espíritu, alma y cuerpo.
La herencia incluye gobernar sobre las naciones de personas salvas de la tierra. Incluye gloria eterna y servicio eterno, y el privilegio de contemplar el Rostro de Dios. Incluye la comisión de expulsar de los cielos y la tierra todas las obras de Satanás—venganza total y completa sobre el enemigo.
Los héroes de la fe han sido convencidos sobre la realidad y el valor de los tesoros celestiales. Aferrarnos a estos tesoros por medio de la fe requiere que vivamos como extranjeros y peregrinos sobre la tierra.
En muchos casos el Cristiano moderno, aunque ha “aceptado a Cristo” según la doctrina actual, manifiesta en su vida que no ha sido convencido sobre la realidad y el valor de las recompensas invisibles y por ello no está aferrándose a ellas. ¿Cómo podemos estar seguros de esto? Porque está tratando de garantizar su seguridad, sus placeres y sus logros en el mundo actual. La vida sobre la tierra está ocupando la mayoría de sus energías.
No está viviendo en la visión de aquello que vendrá en el futuro sino que es de este mundo. Comprende al mundo y sus maneras y se ha aferrado a los valores y objetivos de la gente mundana. Espera ser recibido por el Señor al morir. Según el consejo de los escritos del Nuevo Testamento, un “creyente” como este está en peligro de perder en parte o en su totalidad su herencia en Cristo. Esta persona no está buscando el Reino de Dios y Su justicia.
La visión profética del Reino de los Cielos declara que la tierra será llena con el conocimiento de la Gloria del Señor (Habacuc 2:14). Los humildes que le pertenecen al Señor heredarán la tierra. Pero hoy en día deben vagar aquí como extranjeros y peregrinos en busca de una ciudad que tiene cimientos sólidos.
Al expresarse así, claramente dieron a entender que andaban en busca de una patria. (Hebreos 11:14—NVI)
Aunque hablemos mucho sobre ir al Cielo, frecuentemente se tiene la impresión de que el Cielo es un lugar con neblina en la que personas fantasmales están flotando sin hacer nada en particular. Con razón los Cristianos tienen miedo a morir. Nos gusta pensar que el Cielo es un lugar agradable pero no siempre tenemos claro qué es lo que haremos en ese lugar.
Los patriarcas no estaban buscando existencia fantasmal entre neblina, estaban buscando una patria. Ellos deseaban algo con cimientos sólidos, algo tangible, algo que un ser humano realmente desearía, una ciudad que algún día bajaría a la tierra.
Pues aquí no tenemos una ciudad permanente, sino que buscamos la ciudad venidera. (Hebreos 13:14—NVI)
¡Una ciudad que bajará del Cielo a la tierra!
Así que la nueva Jerusalén, la Jerusalén que es “gratuita”, está sobre nosotros en el presente. Es una ciudad verdadera. Hay gente verdadera viviendo en ella. Es el Reino de Dios. Debemos asegurarnos de ser merecedores de entrar por las puertas a esa ciudad.
Si no somos merecedores se nos requerirá habitar en alguna área de menor gloria, ya que sólo los que obedecen a Dios podrán entrar por las puertas a la ciudad santa.
Los escritos del Nuevo Testamento no describen lo que nos sucede al morir. Sabemos que está establecido que los hombres mueran una sola vez y que después vendrá el juicio. Pero la mayor parte de las Escrituras sólo discute lo que sucederá cuando Jesús regrese.
Debido al silencio en las Escrituras con respecto a la vida después de la muerte debemos limitarnos a aquello que sí es declarado como cierto. Entendemos por los últimos dos capítulos en el Libro de Apocalipsis que ningún individuo que no sea santo y recto en comportamiento heredará la nueva Jerusalén.
Dichosos los que lavan sus ropas para tener derecho al árbol de la vida y para poder entrar por las puertas de la ciudad. (Apocalipsis 22:14—NVI)
La fe, la gracia y la misericordia no determinan el que seamos admitidos a la nueva Jerusalén. La fe, la gracia y la misericordia tienen su papel ahora mientras nuestro carácter está siendo formado, mientras estamos comportándonos con justicia o maldad en nuestro cuerpo físico. La fe, la gracia y la misericordia trabajan juntas para volvernos nuevas criaturas en Cristo.
No podemos vivir una vida derrotada, sin ser transformados en nuestro carácter, sin cambiar de nuestra mala conducta, y luego esperar que seamos admitidos al Paraíso por “la gracia”. Las escrituras no enseñan esto. Esto es un gran malentendido de la teología Cristiana (Apocalipsis 22:14).
Ser salvo es evitar pasar por el día de la ira de Dios y ser llevado hacia el reinado del cielo nuevo y la tierra nueva del Señor Jesús. El Nuevo Testamento enseña que somos salvos de la ira de Dios y que recibimos vida eterna creyendo en Cristo y siendo bautizados en agua. El Nuevo Testamento enseña también que heredaremos la nueva Jerusalén y las otras recompensas celestiales dependiendo de la manera en que corramos la carrera, dependiendo en nuestro mérito (por ejemplo 2 Tesalonicenses 1:5; Apocalipsis 3:4).
Es posible ser salvo sin recibir las recompensas celestiales (1 Corintios 3:15).
Lo que le sucede al Cristiano derrotado cuando muere no está muy claro. Será juzgado según las obras que realizó en su cuerpo físico. De esto estamos seguros. No podrá llevar su incredulidad y lujuria al Paraíso. Estamos seguros de eso también.
Hay algunas personas que están enseñando que todos los Cristianos recibirán la misma recompensa. Parece ser que ignoran la abundancia de versículos en las Escrituras que declaran que nuestras recompensas estarán directamente relacionadas con nuestras obras; que cosecharemos exactamente lo que hayamos sembrado.
La ley de cosechar lo que se siembra es una ley eterna del Reino de Dios. El santo verdadero entra por las puertas a la nueva Jerusalén cuando muere. El creyente derrotado va a algún otro lado del reino espiritual, para esperar ahí el lugar que se le asignará cuando el Señor regrese.
Esto quizá sorprenda a los que han creído que al morir el Señor Jesús les dirá: “Hiciste bien, siervo bueno y fiel. Ven a compartir la felicidad de tu Señor.” Ellos saben que no han sido ni buenos ni fieles, pero de todos modos esperan escuchar esas palabras debido a la “gracia” de Dios.
Muchos comentaristas, reconociendo esta discrepancia, han intentado separar las Palabras de Cristo en los cuatro Evangelios de los argumentos del Apóstol Pablo en Romanos, capítulos tres al cinco. Sostienen que las enseñanzas de Cristo se aplican a los Judíos y a un reino sobre la tierra mientras que nosotros los Gentiles seremos salvos por la “gracia de Dios”, queriendo decir que se nos llevará al Cielo en base a nuestra declaración de creer en la doctrina de Cristo.
Esta ciertamente es una enseñanza errónea. Tendríamos que eliminar todos los mandamientos del Señor a las iglesias Cristianas, como las Bienaventuranzas que pronunció en la ladera de la montaña. ¿Cómo es que Cristianos inteligentes han aceptado un error tan obvio?
Si quisiéramos rechazar todos los mandamientos que se encuentran en el Nuevo Testamento que tienen que ver con vivir una vida justa y recta, tendríamos que ignorar a propósito no sólo las enseñanzas de Cristo en los Evangelios sino también varios de los libros del Nuevo Testamento, incluyendo Primera de Juan, Santiago, Judas, Hebreos y Apocalipsis. Todas estas cartas tienen mucho que decir sobre nuestro comportamiento.
El santo consagrado está buscando una “patria”, una tierra donde las visiones que Dios le ha dado serán realizadas en todo su esplendor. Entre más ama a Dios más se tornan sus pensamientos hacia el cielo. Pone su corazón y su mente en las cosas de arriba. Ya que el mundo no es su hogar.
Como le sucedió a Pablo, el santo fiel está olvidando las cosas que quedaron atrás. Está avanzando hacia la plenitud de Cristo, a la plenitud de la vida eterna. Considera de poco valor todo lo que no le sirve para aventajar su búsqueda.
Con esto no queremos decir que desea ir al Cielo para vivir por la eternidad. No es así. Más bien está buscando las cosas del Cielo. Está buscando que los tesoros del Cielo estén en él y él en ellos para poder entrar a su herencia en la tierra.
Dios nos ha dado la tierra y todo lo que se puede gozar en ella. Esta es nuestra herencia. Nuestra meta no es escapar de la tierra sino traer la justicia, la paz y el gozo del Cielo, de Dios, a la tierra. Nuestra herencia es el reino material—un reino material cuyo centro es Cristo y que está lleno con Cristo.
El Señor Jesús no vino para llevar al Cielo a la gente de la tierra. Él vino para traer el Reino del Cielo a la tierra.
El santo verdadero tiene sus esperanzas y tesoros en el Cielo; se aleja del mundo actual. Está buscando un mundo nuevo en el que abunda la justicia.
Quien no se aleja del mundo y hace de Cristo el Centro de su vida, no es merecedor de Cristo.
Si hubieran estado pensando en aquella patria de donde habían emigrado, habrían tenido oportunidad de regresar a ella. (Hebreos 11:15—NVI)
Observa como “el justo vivirá por su fe” tiene que ver con avanzar hacia adelante o con volvernos atrás. No hay posición intermedia. “Y si se vuelve atrás, no será de mi agrado.”
Lo importante en esto es la determinación. Una persona sin determinación puede contar con que no recibirá nada del Señor. Si ponemos nuestra mano al arado y luego nos volvemos atrás no somos aptos para el Reino de Dios.
“Cruzar el Mar Rojo” en un gran desfile, acompañados de estupendos milagros y de la Presencia de Dios, marca el comienzo de nuestra búsqueda de esa tierra prometida. En estas condiciones es relativamente fácil avanzar hacia adelante en Dios.
Luego inicia la larga y ardua jornada por el desierto. Con qué frecuencia estamos tentados a mirar atrás hacia “Egipto”, aunque hayamos estado contentos cuando hicimos nuestro éxodo.
¡Cuántas lecciones nos enseña Dios en el desierto! Algunos que comienzan vuelven atrás su corazón. Multitudes se enfrían. Muchos tienen miedo. Algunos pierden su fe. No todos los que salen de Egipto entran a la tierra prometida.
La persona que heredará el Reino de Dios es aquella que perseverará hasta el final del viaje. Dios no nos lleva desde Egipto hasta Canaán en un solo paso. Ni tampoco la “gracia” es el medio para saltar de Egipto a la tierra que fluye con leche y miel. Así como los Israelitas, estamos obligados a aprender nuestras lecciones en el desierto. Somos probados una y otra vez.
Muchos son los llamados pero pocos los escogidos. Muchos comienzan en la búsqueda de la ciudad de Dios pero pocos terminan la carrera. ¿Serás tú uno de esos pocos?
Dios se esconde de nosotros. Él ha puesto en el camino de la vida muchos obstáculos. Si sigues deseando poder regresar al mundo quizá se te otorgue tu deseo.
Antes bien, anhelaban una patria mejor, es decir, la celestial. Por lo tanto, Dios no se avergonzó de ser llamado su Dios, y les preparó una ciudad. (Hebreos 11:16—NVI)
Muchas veces las Escrituras nos indican que nuestros tesoros, nuestras metas, están en el Cielo. Estamos buscando una patria “celestial”. De estos versículos ha surgido el concepto de que nuestra meta es en sí el Cielo, que la meta de la redención Cristiana es la residencia eterna en el Paraíso espiritual.
Se ha creado la venerable tradición de que al confesar el nombre de Jesús obtenemos un pase del Infierno al Cielo. Observa cómo esta tradición hace que el Señor Jesús sea el medio para un propósito final. Nuestra naturaleza carnal desea hacer de Jesús el medio para lograr nuestra felicidad y comodidad.
El “Cielo” no es nuestra meta. Nuestras recompensas sí están en el Cielo. Las Escrituras tienen cuidado de hacer esta diferencia. Nuestra recompensa no es ir al Cielo, nuestra recompensa está en el Cielo. Nuestra recompensa consiste de aquellas personas, oportunidades y glorias que han sido guardadas para nosotros en el Cielo mientras estamos siendo probados en la tierra. Este es un concepto diferente de ir a vivir por la eternidad al reino espiritual.
Las Escrituras, especialmente los Profetas, enseñan que el Reino de Dios vendrá a la tierra. Nuestra herencia y nuestro hogar no son el Cielo sino el Reino de Dios. La nueva Jerusalén es nuestra herencia eterna y está destinada a ser instalada sobre la tierra nueva.
El Padre le dio a Cristo las naciones y los confines de la tierra para que las poseyera. No le dio el Cielo para que lo poseyera sino las naciones y los confines de la tierra. Nosotros somos coherederos con el Señor Jesucristo. Las naciones y los confines del mundo son nuestra posesión.
Pídeme, y como herencia te entregaré las naciones; ¡tuyos serán los confines de la tierra! (Salmos 2:8—NVI)
Entonces ¿por qué dice en Hebreos 11:14 que los patriarcas estaban buscando una patria? Parece como si estuvieran buscando una patria que no es la tierra. La palabra que se tradujo como patria significa “su propia patria” o “tierra natal”.
Algún día el Reino de Dios vendrá a esta tierra. Algún día estaremos gobernando, bajo el Señor Cristo Jesús, a las naciones de la tierra. Pero hasta que eso suceda, nuestro hogar, nuestra tierra natal, es el Cielo con el Señor Jesús.
Hoy nuestro hogar no está en esta tierra. Cuando observamos lo que está sucediendo en la tierra nos da asco. No queremos nada que ver con las abominaciones que se practican por todos lados. Para el Cristiano verdadero el mundo actual realmente es una tierra extranjera.
Nuestro Rey amado está en el Cielo. Los santos están en el Cielo. Allí es donde está nuestro corazón, donde está nuestro hogar. Algún día nuestro Rey y todos nuestros santos compañeros descenderán a la tierra. Entonces nuestro hogar estará sobre la tierra. No es el Cielo el que será nuestro hogar, sino dondequiera que se encuentre Jesús ese será nuestro hogar. Nuestra búsqueda no es el Cielo en sí, sino las relaciones, los caminos y la gloria del Cielo.
Aunque todos obtuvieron un testimonio favorable mediante la fe, ninguno de ellos vio el cumplimiento de la promesa. Esto sucedió para que ellos no llegaran a la meta [perfección] sin nosotros, pues Dios nos había preparado algo mejor. Por tanto, también nosotros, que estamos rodeados de una multitud tan grande de testigos, despojémonos del lastre que nos estorba, en especial del pecado que nos asedia, y corramos con perseverancia la carrera que tenemos por delante. (Hebreos 11:39-12:1—NVI)
Ir al Cielo no nos hace perfectos, y el Cielo tampoco es el lugar de reposo de Dios. Los santos en el Cielo están observando a los que estamos sobre la tierra ya que ellos no pueden ser perfeccionados sin nosotros. Todos los santos del Señor llegarán a la perfección en conjunto en el Día del Señor. Entonces descenderemos con el Señor a la Jerusalén sobre la tierra para vivir y gobernar con Él por mil años.
Jesús no solo es el medio por el cual obtenemos la meta de nuestra búsqueda, Jesús mismo es la Meta de nuestra búsqueda. Cualquier otra meta es un ídolo.
Quienquiera que sea amigo del sistema del mundo actual se vuelve el enemigo de Dios. Dios está observando si abrazamos el sistema actual o si suspiramos y lamentamos las lujurias, las perversiones y la iniquidad que está siendo practicada. Si podemos estar contentos en esta cloaca moral, Dios se avergüenza de nosotros. Pero si siempre estamos esperanzados en la santidad del Cielo, Dios no se avergüenza de llamarse nuestro Dios.
Dios ha preparado para nosotros una ciudad. Él ha puesto énfasis en las joyas que adornan los doce cimientos de la muralla de la ciudad. Ciertamente es una ciudad que tiene cimientos sólidos.
Los cimientos y la muralla están siendo construidos en nuestro corazón en este momento. Dios ya no desea Edenes desprotegidos. Él desea santos que por la eternidad puedan proteger Su creación del pecado y de la rebelión.
No estamos hablando de existir entre niebla, como si fuera un sueño, en una tierra de fantasmas. Estamos hablando de una ciudad real, una ciudad a la que los reyes de la tierra podrán entrar y llevar sus tesoros. Nuestra meta como Cristianos es heredar la nueva Jerusalén.
Pues aquí no tenemos una ciudad permanente, sino que buscamos la ciudad venidera. (Hebreos 13:14—NVI)
La muralla evita que veamos a los habitantes de la ciudad, evita que veamos a lo que se dedican, evita que escuchemos los sonidos y la música que ciertamente existen ahí. Muchos creyentes han tenido sueños y visiones del Cielo, pero de alguna manera sus visiones les dejan la impresión de que lo que realmente se encuentra dentro de la muralla aun no ha sido presenciado por mortales. Quizá estas historias de inspiración sean verdaderas pero incompletas.
De cualquier manera, el Cristiano verdadero tiene un objetivo supremo en la vida: lograr la unión perfecta y completa con el Señor Jesucristo, volviéndose parte de la Esposa del Cordero, la ciudad eterna de Dios, la nueva Jerusalén. Lograr que Dios lo reconozca como Su hijo y heredero de todas las obras de las manos de Dios.
La herencia es inimaginablemente grandiosa. Nosotros no nos la podemos ganar pero debemos, según las Escrituras, ser merecedores de ella.
Declarémonos peregrinos y extranjeros en el mundo, peregrinos y exiliados vagando por una tierra que realmente es “extraña” para nosotros en la hora actual. Ningún gozo ni éxito terrenal merecería incurrir en la posibilidad de perder hasta la más mínima fracción de lo que Dios ha preparado para aquellos que realmente lo aman.
Cosecharemos a su debido tiempo si no nos desalentamos.
(“La Búsqueda”, 4130-1)