CÓMO SOMOS PUESTOS EN LIBERTAD

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Texto bíblico tomado de la Santa Biblia, Nueva Versión Internacional. ©1999 por la Sociedad Bíblica Internacional
Traducido por Carmen E. Álvarez

La ley del pecado y de la muerte tiene que ver con cómo se relacionan en nuestra naturaleza pecaminosa la Ley de Moisés y la ley del pecado. Según nos informa el Apóstol Pablo, la ley del Espíritu de Vida nos libera de la ley del pecado y de la muerte. ¿Pero cómo es que lo logra?


CÓMO SOMOS PUESTOS EN LIBERTAD

Pues por medio de él la ley del Espíritu de vida me ha liberado de la ley del pecado y de la muerte. (Romanos 8:2NVI)

La mayoría de la Carta a los Romanos está dirigido a los creyentes Judíos o a los Judíos que estaban considerando volverse creyentes. Nos ayudaría a nosotros los Gentiles comprender la Carta a los Romanos si mantuviéramos esto en mente.

También quizá nos ayudaría si consideráramos los Capítulos Siete y Ocho como un solo capítulo. En ellos Pablo está razonando con los Judíos con respecto a la superioridad del pacto nuevo y cómo el pacto nuevo funciona en la práctica.

En el Capítulo Siete Pablo le hace ver al Judío el hecho de que la Ley de Moisés le da al que la ha estudiado un sentimiento de culpa y de muerte. La Ley no tiene nada de malo. Lo que pasa es que la ley del pecado que está operando en la naturaleza pecaminosa del adorador contradice la Ley de Moisés, retándola y actuando en contra de ella.

Así que el Judío devoto sirve a Dios en su mente, asintiendo con Dios que la Ley de Moisés es justa, pero su naturaleza pecaminosa le sigue insistiendo que desobedezca la Ley.

Pablo pregunta, “¿Quién me liberará de la muerte espiritual ocasionada por mi cuerpo pecaminoso?”

El capítulo octavo procede a ofrecer la solución.

Si el Judío devoto está intrigado por la idea de abandonar a Moisés a favor de buscar en Cristo la justicia, éste todavía se siente dividido por el problema de sentir culpabilidad. Toda su vida se le ha enseñado que desobedecer la Ley de Moisés es equivalente a pecar en contra de Dios, y que el resultado de pecar en contra de Dios es la muerte del alma.

“¿Qué pasaría si comienzo a juntarme con los Gentiles, y dejo de seguir la ley sobre la dieta permitida para los Judíos, si dejo de guardar los días de fiesta, y si dejo de intentar obedecer todos los principios establecidos en el Talmud? Me encantaría olvidarme de todos estos detalles ya que son un yugo sobre mi cuello. Pero no me atrevería a abandonar a Moisés.”

Entonces, ¿por qué tratan ahora de provocar a Dios poniendo sobre el cuello de esos discípulos un yugo que ni nosotros ni nuestros antepasado hemos podido soportar? (Hechos 15:10NVI)

Así que Pablo comienza a explicar la solución al dilema que tiene el Judío devoto diciendo: “Ya no hay ninguna condenación para los que están unidos a Cristo Jesús. Debido a que Cristo obedeció la Ley a la perfección Él puede transferir la justicia de la Ley a quienes obedecen a Su Espíritu.”

Puedes acercarte a Cristo sin una conciencia mancillada porque Dios por medio de Cristo te ha asignado la justicia de la Ley.

El autor de Hebreos dice lo mismo:

Si esto es así, ¡cuánto más la sangre de Cristo, quien por medio del Espíritu eterno se ofreció sin mancha a Dios, purificará nuestra conciencia de las obras que conducen a la muerte, a fin de que sirvamos al Dios viviente! (Hebreos 9:14NVI)

Debido a que Aquel que obedeció la ley de Moisés a la perfección fue ofrecido como holocausto, Él tiene la autoridad de aplicarnos la justicia que Él logró obedeciendo la Ley de Moisés a la perfección.

A fin de que las justas demandas de la ley se cumplieran en nosotros, que no vivimos según la naturaleza pecaminosa sino según el Espíritu. (Romanos 8:4NVI)

Las justas demandas de la Ley de Moisés se cumplen en nosotros si elegimos vivir según el Espíritu de Dios en lugar de vivir según la naturaleza pecaminosa.

Ahora el Judío puede acercarse a Cristo con una conciencia pura. La sangre del Holocausto de Dios ha pagado la deuda que se incurrió por la trasgresión a la Ley de Moisés.

¿Qué sucede después? El Judío deja de sentir condenación. Con su mente ama los caminos justos de Dios. Pero tiene una naturaleza pecaminosa. ¿Acaso puede el pacto nuevo hacer algo sobre la naturaleza pecaminosa?

Pablo responde, “¡Por supuesto que sí!”

La ley del Espíritu de Vida en Cristo puede liberarnos de la ley del pecado y de la muerte, de la muerte producida por la relación de la Ley de Moisés con nuestra naturaleza pecaminosa.

Ya que la ley del pecado y de la muerte consiste de dos partes, la Ley de Moisés y el pecado operando en nuestra naturaleza pecaminosa, si la ley del Espíritu de Vida en Cristo nos va a liberar de la ley del pecado y de la muerte entonces ésta debe liberarnos tanto de la Ley de Moisés como del pecado que está operando en nuestra naturaleza pecaminosa.

En primer lugar, ¿cómo nos libera la ley del Espíritu de Vida de la Ley de Moisés?

La ley del Espíritu de Vida nos libera de la Ley de Moisés considerándonos muertos sobre la cruz con Cristo. Nuestra muerte sobre la cruz con Cristo, que representamos con el bautismo en agua, es una muerte verdadera desde el punto de vista de Dios—más real, y por mucho, que la muerte física.

Para Dios nuestra muerte física es una simple separación donde el cuerpo se encuentra dormido sobre la tierra mientras que el espíritu y el alma se encuentran en otra parte. “Dejen de llorar. La niña no está muerta sino dormida” dijo Jesús. Aquellos que “duermen en Jesús” el Señor los traerá Consigo cuando regrese.

Pero una vez que nos consideramos muertos en la cruz con Cristo, ocurren dos realidades. En primer lugar, recibimos libertad legal de tener que obedecer la Ley de Moisés. La Ley tiene jurisdicción sólo sobre los que están vivos. En segundo lugar, la obra del juicio Divino comienza en nuestra personalidad. Está establecido que los seres humanos mueran una sola vez, y después venga el juicio.

La ley del Espíritu de Vida nos libera de la Ley de Moisés considerándonos muertos sobre la cruz con Jesucristo.

¿Pero qué hay de nuestra naturaleza pecaminosa, cómo nos libera de ella la ley del Espíritu de Vida?

Cuando estamos tratando con nuestra naturaleza pecaminosa, dos aspectos deben ser considerados: la culpabilidad que sentimos por nuestro pecado y la compulsión de pecar que reside en nuestra naturaleza pecaminosa.

La ley del Espíritu de Vida se encarga de la culpabilidad que sentimos debido a nuestra naturaleza pecaminosa, así como de la culpabilidad que heredamos de Adán, perdonándonos en base al sacrificio por el pecado hecho por el Señor Jesucristo en la cruz.

El alma que peque morirá. Por esto estamos en deuda con Dios. La sangre de Cristo paga la deuda, la cancela. La sangre de Cristo perdona el pecado, aplacando el furor de Dios. La sangre de Cristo rociada sobre nosotros por medio de la fe nos purifica, volviéndonos santos ante Dios.

De hecho, la ley exige que casi todo sea purificado con sangre, pues sin derramamiento de sangre no hay perdón (Hebreos 9:22NVI)

El ministerio Cristiano ha puesto suficiente atención a predicar sobre el perdón que recibimos por medio de la expiación de la sangre. En algunos casos se ha predicado con exageración, dejando la impresión de que el perdón es lo único que se logra, y también de que sin importar cómo nos comportemos Dios “nos ve por medio de la sangre” así que no es necesaria una verdadera transformación.

La verdad parece ser que cuando comenzamos el programa de la redención la sangre cubre nuestras trasgresiones. Esto lo vemos en sentido figurado en las pieles de carnero teñido de rojo que cubrían el pelo negro de cabra sobre la tienda de campaña en la Tienda de Reunión. Sin embargo, conforme maduramos, en lugar de que la sangre sólo cubra nuestros pecados, en realidad nos purifica de ellos.

Quizá haya sido verdad que en tiempos pasados el énfasis del Espíritu estaba en que recibiéramos por medio de la fe la protección de la unción de la sangre. Ahora, Dios nos está dando el Espíritu de juicio para que confesemos nuestros pecados y como resultado que la sangre de Cristo no sólo nos perdone de nuestros pecados sino que en realidad nos purifique de toda iniquidad.

Fácilmente podemos comprender que hemos sido guardados por la fe para el Día de la Redención. Ahora el Día de la Redención está cerca y el Espíritu de Dios nos está dirigiendo a que confesemos nuestros pecados para que puedan ser puestos a morir y finalmente purgados por completo de nosotros. Esta es la doctrina del juicio eterno, el juicio eterno del pecado y de Satanás.

Nosotros debemos confesar nuestros pecados, no pretender que Dios no sabe nada de ellos.

Los Cristianos, gracias a la buena enseñanza y predicación, comprenden que Dios no puede perdonarnos sólo porque estamos avergonzados. La cancelación de la deuda que debemos sólo puede llegar por medio de nuestra fe en la sangre expiatoria hecha por el Señor sobre la cruz del Calvario.

Sin embargo, si la ley del Espíritu de Vida en Cristo nos va a poner en completa libertad de nuestra naturaleza pecaminosa, entonces ésta debe liberarnos no sólo de nuestro sentimiento de culpa sino también de nuestra compulsión de pecar.

Ser liberados de la compulsión de pecar no ha sido, hasta donde nosotros sabemos, predicado clara y bíblicamente en las iglesias Evangélicas. Hay predicadores que hacen un excelente trabajo señalando, en el sexto capítulo de la Carta a los Romanos, que los Cristianos no deben pecar, y si lo hacen que hay severas consecuencias. Sin embargo, tales pastores y maestros no parecen ser la mayoría.

Nuestro punto de vista es que hasta los predicadores que hacen un buen trabajo de exhortarnos a no pecar no enfatizan con suficiente vehemencia las consecuencias desastrosas de seguir pecando después de haber recibido a Cristo. Concluyen con frecuencia que si un Cristiano sigue pecando éste sufrirá angustia durante su vida. Sin embargo, no siempre enfatizan que al seguir pecando estamos afectando la naturaleza de nuestra resurrección de entre los muertos—de hecho, quizá estemos poniendo en peligro nuestra salvación misma. Existen consecuencias eternas que resultan de que vivamos según nuestra naturaleza pecaminosa, aunque hayamos hecho una profesión de fe en Cristo.

No siempre se declara enfáticamente que si no mostramos el fruto de la justicia que entonces estamos en peligro bíblico de ser removidos de la Vid, de Cristo.

Ya sea que pensemos en la parábola de las monedas de oro, o del sembrador, o de las diez jóvenes solteras, el mensaje es claro: hay un futuro temible esperando a los Cristianos que no obedecen a Cristo y a Sus Apóstoles tomando su cruz y siguiendo al Señor.

Habiendo explicado las consecuencias de no obtener la victoria sobre nuestra naturaleza seguiremos con nuestra discusión de cómo el Espíritu de Vida en Cristo nos da la libertad, no sólo del sentimiento de culpa de nuestros pecados sino también de la compulsión de pecar que se encuentra en nuestra naturaleza pecaminosa.

Para comenzar, pensemos sobre la naturaleza pecaminosa misma. ¿Dónde se encuentra en nosotros? ¿Cuál es su sustancia y naturaleza?

Pablo dice que el pecado reside en los miembros de nuestro cuerpo.

Pero me doy cuenta de que en los miembros de mi cuerpo hay otra ley, que es la ley del pecado. Esta ley lucha contra la ley de mi mente, y me tiene cautivo. (Romanos 7:23NVI)

Quizá podamos concluir por esta declaración de Pablo que el pecado es una fuerza física. Sin embargo, nos damos cuenta de que el pecado comenzó en el reino espiritual y que aun hoy luchamos en contra de los ángeles caídos que en alguna ocasión mantuvieron posiciones de gran autoridad en el Cielo.

Además, estamos concientes de la presencia de unos demonios de ira, de lujuria, de mentira, de violencia, de celos y otros. Ahora considera: tales espíritus buscan satisfacerse a través de nuestro cuerpo. Y aun cuando no pueden, ellos todavía tienen dentro de sí las compulsiones de ira, lujuria, mentira, violencia y celos. Les damos, por ejemplo, el nombre de espíritu de ira o espíritu de lujuria.

Por ello podemos comprender que estas compulsiones en realidad son espirituales por naturaleza. Habitan en nuestro cuerpo pero están separadas de los compuestos químicos de nuestro cuerpo. No están formados de nuestra piel o de nuestros nervios o tendones o huesos o músculos. Son espíritus de ira, violencia, celos, etc.

El hecho de que los variados pecados que empujan nuestro cuerpo pueden existir en el reino espiritual independientemente de que residan en un cuerpo humano nos dice que no lograremos liberación de nuestra naturaleza pecaminosa sólo con morir. ¡Nuestro comportamiento pecaminoso puede existir en el reino espiritual separado de nuestro cuerpo! Digo esto porque muchos Cristianos están esperanzados que al morir lograrán ser libres del pecado. No existe base en las Escrituras ni en la lógica para que esto sea verdad. No somos cambiados con morir, sino sólo por nuestra relación con el Señor Jesucristo.

Parece ser que cada ser humano tiene áreas de debilidad en su personalidad que lo hace vulnerable a espíritus específicos. Por ejemplo, un individuo puede ser especialmente vulnerable a la lujuria o a la ira o a la violencia. El hecho de que estos espíritus moren en la persona, o que tengan acceso a una puerta en su personalidad, probablemente no es de mucha importancia para nuestra discusión. Lo que es importante es la provisión que Dios ha hecho bajo el pacto nuevo para darnos la victoria sobre nuestro comportamiento.

Nuestro comportamiento—lo que pensamos, hablamos y actuamos—es lo que es importante. Dios exige justicia de hierro, santidad ferviente, y obediencia estricta a Su voluntad. Aunque Él nos guía poco a poco, Él no se va a conformar con nada menor a esto de parte de Sus hijos.

Ahora bien, ¿cómo es que la ley del Espíritu de Vida en Cristo nos libera de la compulsión de pecar que está operando en nuestra naturaleza pecaminosa? Nuestra respuesta es que la autoridad de la sangre de Cristo y el poder del Espíritu Santo, trabajando en conjunto con nuestra fe y determinación, resultan en que logramos someter o expulsar las inclinaciones perversas de nuestra personalidad pecaminosa.

Así es como la maldad es eliminada. Pero luego la “casa” debe ser ocupada. La casa de nuestra personalidad es ocupada conforme nosotros, con la ayuda del Espíritu de Dios, obedecemos los mandamientos de Cristo y Sus Apóstoles. Conforme obedecemos los mandamientos de Cristo y Sus Apóstoles (los cuales en realidad son mandamientos de Cristo), Cristo es formado en nosotros.

No existe naturaleza pecaminosa en el Cristo que está formado en nosotros. El clímax de nuestra redención sucede cuando el Padre y el Hijo vienen a morar por la eternidad en el Cristo que ha sido formado en nosotros. Éste es el pacto máximo. No se presentará ningún pacto mayor después de éste.

Esta es la respuesta del Apóstol Pablo al Judío que no encuentra por medio de la Ley de Moisés la salvación que está esperando.

¿Puedes ver lo infinitamente mayor que es el pacto nuevo comparado con la Ley de Moisés? El pacto nuevo, la ley del Espíritu de Vida, nos libera de las compulsiones de nuestra naturaleza pecaminosa primeramente sometiendo o expulsando la maldad espiritual que nos está obligando a pecar, luego creando a Cristo en nuestra mente y corazón, y finalmente llenándonos con la Persona del Padre y de Cristo. La obra de la salvación logra su plenitud cuando nuestro cuerpo es resucitado de los muertos y recubierto por nuestro cuerpo del Cielo, el cual ha sido creado conforme hemos sido crucificados y resucitados continuamente en Cristo.

Ésta es la redención plena. La maldad ha sido alejada de nosotros. Cristo ha sido formado en nosotros. El Padre y el Hijo han ocupado nuestra naturaleza nueva que ha vuelto a nacer. El conjunto es revestido con un cuerpo resucitado de carne y hueso, además del manto del Cielo, hecho radiantemente blanco conforme ha sido lavado en la sangre del Señor Jesús.

Ahora hemos sido conformados a la imagen de Cristo y estamos morando en reposo tranquilo en el Padre por medio de Cristo. Ahora estamos listos para cumplir nuestro papel en el Reino de Dios, el papel para el cual hemos sido predestinados desde que el principio de la creación.

¿Pero exactamente cómo es que la sangre y el Espíritu trabajan juntos para someter y finalmente alejar de nosotros la compulsión de pecar?

La autoridad de la sangre es absoluta. La sangre de Jesús es la parte central de la redención. Es el fundamento, la base para todo perdón y toda eliminación de pecado.

El Espíritu de Dios es todopoderoso. No existe espíritu malo ni tendencia mala que pueda resistir al Espíritu de Dios. La sangre nos otorga la autoridad. El Espíritu posee el poder.

Pero el juez, el árbitro, es el individuo. La sangre y al Espíritu actuarán sólo conforme nosotros sometamos a juicio.

Satanás engañó al hombre en el principio, y el hombre le permitió a Satanás la entrada a la raza nueva y al mundo nuevo que Dios había creado. Dios ha hecho a Jesucristo, al Hijo del Hombre, el Juez de todos los ángeles y las personas y el Señor de toda la creación.

Cristo está compartiendo con Su Iglesia la autoridad de juzgar.

Además, el Padre no juzga a nadie, sino que todo juicio lo ha delegado en el Hijo, (Juan 5:22NVI)
A quienes les perdonen sus pecados, les serán perdonados; a quienes no se los perdonen, no les serán perdonados. (Juan 20:23
NVI)
¿Acaso no saben que los creyentes juzgarán al mundo? Y si ustedes han de juzgar al mundo, ¿cómo no van a ser capaces de juzgar casos insignificantes? ¿No saben que aun a los ángeles los juzgaremos? ¡Cuánto más los asuntos de esta vida! (1 Corintios 6:2,3
NVI)

La personalidad del creyente no es liberada hasta que él o ella la somete a juicio. Digamos por ejemplo que estás encubriendo que no quieres perdonar a alguien. Tú tienes que decidir si quieres o no ser liberado. Tienes que someterlo a juicio.

Si te aferras a no perdonar, justificando tu pecado de una u otra manera, no serás liberado. Tienes que presentarte ante Dios y declarar que tu falta de perdón es un pecado y que pertenece en el Lago de Fuego, y no en ti. Tienes que juzgar tu actitud.

Una vez que confiesas tu pecado, firmemente denunciándolo como una actitud mala que no pertenece en el Reino de Dios, y que le pidas a Dios que te perdone y que lo elimine de ti, Él lo hará. Hay autoridad y virtud en la sangre de Jesús para perdonar la falta de perdón. Existe poder en el Espíritu de Dios para eliminar la falta de perdón de ti.

No tenemos que analizar más allá de esto. Si te mantienes firme en lo que juzgaste, llegará el día en que esta actitud será completamente dominada y quizá hasta eliminada por completo. Dios es fiel y justo en perdonar tus pecados y en purificarte de toda iniquidad.

La consideración principal es que Dios no quiere que sigas en un estado en el que no perdones. Si lo estás, Él no perdonará tu pecado. Tendrás consecuencias catastróficas por mantener esta actitud. Debes absolutamente ser liberado de la falta de perdón. Serás absolutamente liberado si confiesas, renuncias, y denuncias la falta de perdón con todo vigor y toda determinación.

Haz sometido a juicio. Eres miembro del Cuerpo de Cristo con la autoridad, por medio de Cristo, de juzgar. La sangre tiene la autoridad de purificarte de la falta de perdón. El Espíritu de Dios tiene el poder de liberarte de esta iniquidad. Todo depende de que tú te decidas a deshacerte de esa maldad.

En el futuro, acércate a Dios. Resiste al diablo y él huirá de ti. Tú has hecho lo que Dios te ha dicho que hagas. Dios hará Su parte. Existen autoridad y poder ilimitados en la sangre de la cruz y en el poder del Espíritu de Dios trabajando juntos. Pero si tú no eres el juez, nada sucederá.

En el capítulo dieciseisavo del Libro de Levíticos se describe el Día Judío de la Expiación de pecados. La ceremonia se enfocaba en dos machos cabríos. Un macho cabrío era sacrificado y su sangre rociada en el Lugar Santísimo. El otro macho cabrío no era sacrificado. Más bien, el sumo sacerdote confesaba los pecados de Israel, poniéndolos sobre el macho cabrío vivo, y el macho cabrío era soltado al desierto.

Y le impondrá las manos sobre la cabeza. Confesará entonces todas las iniquidades y transgresiones de los israelitas, cualesquiera que hayan sido sus pecados. Así el macho cabrío cargará con ellos, y será enviado al desierto por medio de un hombre designado para esto. El hombre soltará en el desierto al macho cabrío, y éste se llevará a tierra árida todas las iniquidades. (Levítico 16:21, 22NVI)

El hecho significativo, desde mi punto de vista, es que ambos machos cabríos eran considerados como sacrificio expiatorio y ambos proporcionaban perdón de pecados, aunque un macho cabrío no era sacrificado.

De la comunidad de los israelitas, Aarón tomará dos machos cabríos para el sacrificio expiatorio y un carnero para el holocausto. (Levítico 16:5NVI)
Pero presentará vivo ante el SEÑOR, como propiciación, el macho cabrío que soltará en el desierto; es decir, lo enviará a Azazel. (Levítico 16:10
NVI)

Ya que un holocausto y un sacrificio expiatorio deben hacerse con sangre, y ya que se hizo referencia tanto al macho cabrío sacrificado como al macho cabrío vivo como holocausto y sacrificio expiatorio, concluimos que estas dos acciones van juntas. El perdón de los pecados, logrado por la sangre del macho cabrío sacrificado, y la eliminación del pecado, lograda por la expulsión del macho cabrío vivo, constituyeron un solo sacrificio expiatorio, una sola propiciación.

Ya que este es el caso, podemos ver que el perdón logrado por el Señor Jesucristo sobre la cruz del Calvario incluye tanto el ser perdonado como el que el pecado sea eliminado.

Existen pasajes que sugieren que la eliminación de nuestros pecados sucederá en los últimos días.

Por ejemplo:

No agravien al Espíritu Santo, con el cual fueron sellados para el día de la redención. (Efesios 4:30NVI)
Y así como está establecido que los seres humanos mueran una sola vez, y después venga el juicio, también Cristo fue ofrecido en sacrificio una sola vez para quitar los pecados de muchos; y aparecerá por segunda vez, ya no para cargar con pecado alguno, sino para traer salvación a quienes lo esperan. (Hebreos 9:27, 28
NVI)
A quienes el poder de Dios protege mediante la fe hasta que llegue la salvación que se ha de revelar en los últimos tiempos. (1 Pedro 1:5
NVI)

Está claro que algún día llegará el día de redención, el día de salvación, para quienes están esperando a Jesús. No consideramos que ésta sea la segunda venida de Cristo, porque en ese día todo ojo Lo verá, no sólo los que Lo están esperando.

Me gustaría dar mi opinión basado en mi limitado entendimiento de las Escrituras y en los cincuenta años que tengo de pensar en, experimentar, y ayudar con la liberación moral.

El Nuevo Testamento, en numerosos pasajes le advierte al pueblo Cristiano sobre el peligro de seguir pecando—pecado considerado como la desobediencia a los mandamientos de Cristo y Sus Apóstoles. Todo el texto de la Primera Carta de Juan, por ejemplo, les advierte a los Cristianos con respecto a seguir pecando.

La Carta de Hebreos contiene varias advertencias severas dirigidas a los creyentes que siguen pecando. En sus Epístolas, el Apóstol Pablo nos advierte que si no ponemos a morir las acciones de nuestro cuerpo, moriremos espiritualmente y cosecharemos corrupción. No heredaremos el Reino de Dios.

El Cristiano verdadero está siendo guiado por el Espíritu de Dios para que ponga a morir los comportamientos de su naturaleza pecaminosa.

Dios nos ha dado gracia en abundancia, bajo el pacto nuevo, para poder vivir una vida victoriosa por encima del pecado. Tenemos la experiencia de volver a nacer, al Espíritu Santo, las Epístolas de los Apóstoles, el cuerpo y la sangre de Cristo, y los dones y ministerios del Espíritu, para ayudarnos a vencer el pecado. Además podemos acercarnos con valor al trono de gracia para recibir ayuda conforme nos esforzamos en contra del pecado.

Si no estamos luchando en contra de la mundanería, de las pasiones de nuestro cuerpo, y de nuestra voluntad propia entonces estamos descuidando nuestra salvación. El Apóstol Pablo sometió su cuerpo y lo volvió su esclavo. Si no nos negamos a nosotros mismos, si no tomamos nuestra cruz, si no seguimos a Jesús, si no permanecemos pacientemente en las prisiones en las que nos encontramos, esto es descuidar nuestra salvación. No escaparemos de sufrir castigo Divino si descuidamos nuestra salvación.

Si sembramos al cuerpo cosecharemos corrupción. Si no ponemos a morir los actos de nuestro cuerpo asesinaremos nuestra propia resurrección a la vida, en el Día del Señor. Existen muy severas consecuencias, a veces consecuencias eternas, cuando nosotros como Cristianos no tomamos nuestra cruz diariamente, cuando no presentamos nuestro cuerpo como sacrificio vivo a Dios, cuando no seguimos al Espíritu Santo en poner a morir las pasiones y los apetitos pecaminosos de nuestro cuerpo.

Me parece que cuando confesamos, renunciamos, y denunciamos nuestros pecados, logramos el dominio sobre ellos. Yo creo, en base a mi experiencia, que en algunos casos hay espíritus malos morando en nuestro cuerpo que son expulsados cuando los juzgamos y nos resistimos a ellos. Yo mismo he tenido algunas liberaciones dramáticas, liberaciones que pude sentir que estaban sucediendo. Sin embargo, por lo general, la liberación llega, tarde o temprano, conforme yo sigo caminando en la fe, haciendo lo que Dios me ha ordenado. Ésta ha sido mi experiencia.

Me atrevería a decir además que la segunda parte del Día del Perdón, la que tiene que ver con el macho cabrío vivo, ha comenzado y continuará durante la Era del Reinado de los mil años que seguirá a la aparición del Señor.

Yo creo que el Señor está listo para eliminar el pecado de Su Iglesia en preparación para Su venida. Cuando Él venga, y seamos resucitados y luego reunidos con Él en el aire, debemos estar listos para aparecer con Él, ayudando a establecer el Reino de Dios sobre la tierra.

Me parece razonable a mi que la eliminación del pecado de Su Iglesia, la redención o salvación predicha para los últimos días, sucederá antes de que seamos reunidos para encontrarnos con el Señor en el aire, antes de que recibamos nuestro cuerpo glorificado. Y no veo ninguna razón para que ésta misma eliminación no esté sucediendo entre los santos que se encuentran en el reino espiritual que están esperando regresar con Jesús en el Día del Señor. ¿Puedes ver alguna razón bíblica para que esto no esté sucediendo?

Estoy sugiriendo que hemos llegado a un gigantesco paso hacia delante en el desarrollo del Reino de Dios. Sabes, estos pasos gigantescos sí ocurren, como el cambio de Moisés a Josué o en el caso del nacimiento de Cristo en un pesebre. Parece ser que el pueblo de Dios no siempre está conciente cuando algunos de estos increíbles eventos suceden. ¡Quizá uno esté sucediendo en nuestro día! ¡Piensa en eso!

Tu siguiente paso deberá ser ir a Jesús en oración para ver que Te dice a ti. Si Dios está tratando contigo en alguna área de pecado en tu vida, ¿por qué no haces lo que sugerimos? Confiésaselo a Dios. Abiertamente y con todas tus fuerzas decláralo pecado y no merecedor de ser parte de un miembro del Cuerpo de Cristo. Pídele a Dios que te perdone y te purifique de toda iniquidad. Luego ve si lo hace. La Biblia dice que te perdonará y purificará de toda iniquidad.

Esto no significa que ahora ya eres perfecto. Pero sí significa que has avanzado un paso hacia la victoria sobre el pecado, y eso siempre es deseado.

Yo creo que si eres fiel en lograr la victoria sobre el pecado, conforme el Espíritu Santo te esté guiando, entonces, cuando el Señor regrese, Él eliminará los últimos vestigios de pecado y te revestirá con un manto de comportamiento justo que ha estado siendo tejido en el Cielo mientras que tú estabas obedeciendo a Dios en la tierra.

Por esto, el Espíritu de vida en Cristo Jesús puede lograr por nosotros lo que la Ley de Moisés nunca puede lograr. Por medio del perdón logrado por la sangre de la cruz nos libera totalmente de la culpabilidad que sentimos por el pecado. El Espíritu de vida nos liberará totalmente de la compulsión de pecar conforme seguimos el programa que las Escrituras delinean, el proceso de someter a juicio y de ser liberado que es conducido por el Espíritu de Dios. Conforme seguimos al Espíritu de Dios, nos es adjudicada a nosotros la justicia de Aquel que obedeció a la perfección la Ley de Moisés.

En efecto, la ley no pudo liberarnos porque la naturaleza pecaminosa anuló su poder; por eso Dios envió a su propio Hijo en condición semejante a nuestra condición de pecadores, para que se ofreciera en sacrificio por el pecado. Así condenó Dios al pecado en la naturaleza humana, a fin de que las justas demandas de la ley se cumplieran en nosotros, que no vivimos según la naturaleza pecaminosa sino según el Espíritu. (Romanos 8:3,4—NVI)

(“Cómo Somos Puestos En Libertad”, 4109-1)

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