EL TEMOR DEL SEÑOR
Tomado de: La Causa Principal
Frecuentemente en los creyentes Cristianos podemos observar una actitud insensata y ridícula. Se bromea demasiado y se toman las cosas a la ligera. Esta actitud alegre, este sentido falso de seguridad, que no es característico de un Cristianismo verdadero, ha surgido porque hay muy poco temor del Señor en las iglesias. Existe poco temor del Señor en las iglesias debido a que no entendemos la naturaleza de la redención Cristiana. Es hora de que la gente Cristiana se arrepienta de su negligencia, su pecado, y su egoísmo y despierte al comportamiento justo requerido por el Señor.
Contenido
El Arrepentimiento
Por qué el arrepentimiento no es predicado
Otro malentendido
El Papel del Juicio Divino en nuestra salvación
Juzgar el pecado
Juzgando a los vivos y muertos
El Beema
El Infierno y el Cielo como las únicas alternativas
Salvos como quien pasa por el fuego
Salvo con dificultad
La Primera Resurrección
Cómo logramos vencer
Pasos para la primera resurrección
El propósito de la primera resurrección
Lo que significa ser libre de la autoridad de la segunda muerte
La meta de Dios—gente que practica la justicia, que ama la misericordia, y que se humilla ante Dios
EL TEMOR DEL SEÑOR
Por lo tanto, como sabemos lo que es el temer al Señor, tratamos de persuadir a todos, aunque para Dios es evidente lo que somos, y espero que también lo sea para la conciencia de ustedes. (2 Corintios 5:11—NVI)
¿Qué le ha sucedido al temor del Señor? No vemos a los creyentes llevando a cabo su salvación con temor y temblor. ¿A qué se debe esto?
Así que, mis queridos hermanos, como han obedecido siempre—no sólo en mi presencia sino mucho más ahora en mi ausencia— llevan a cabo su salvación con temor y temblor, (Filipenses 2:12—NVI)
¿Están los creyentes de nuestra época llevando a cabo su salvación con temor y temblor o con estupidez y con un espíritu despreocupado debido a una seguridad falsa, la seguridad falsa que acompaña a las predicaciones de hoy en día? “Repite los cuatro pasos para la salvación y nunca podrás perder el favor y la bendición de Dios. Dios te ha salvado eternamente e incondicionalmente sin importar cómo te conduzcas. La sangre de Cristo es tu boleto al Paraíso cuando mueras.”
El Arrepentimiento
A nuestras predicaciones de hoy en día les falta un elemento vital—el llamado al arrepentimiento, a un cambio de comportamiento. Estamos predicando “otro evangelio”, un evangelio que no pone exigencias Divinas sobre el oyente.
Juan el Bautista predicó el arrepentimiento. El Señor Jesús predicó el arrepentimiento. Los Apóstoles del Cordero siempre predicaron el arrepentimiento. Ellos no predicaron permite que Jesús entre a tu corazón, ni tampoco que debes volver a nacer, ni que levantes la mano y aceptes a Jesús, ni nada por el estilo. El Libro de Hechos muestra a los Apóstoles predicando el arrepentimiento, y el bautismo en agua como una señal de que el creyente se ha alejado de la maldad y de lo malo del mundo.
Y en su nombre se predicarán el arrepentimiento y el perdón de pecados a todas las naciones, comenzando por Jerusalén. (Lucas 24:47—NVI)
El primer mensaje del Evangelio del Reino de Dios es el “arrepentimiento”.
“Arrepiéntase y bautícese cada uno de ustedes.” El Apóstol Pedro habló con los Judíos con respecto al Señorío de Cristo. Luego les ordenó que cambiaran su comportamiento y que fueran bautizados en agua para que sus pecados pudieran ser perdonados.
— Arrepiéntase y bautícese cada uno de ustedes en el nombre de Jesucristo para perdón de sus pecados—les contestó Pedro—, y recibirán el don del Espíritu Santo. (Hechos 2:38—NVI)
Por tanto, para que sean borrados sus pecados, arrepiéntanse y vuélvanse a Dios, a fin de que vengan tiempos de descanso de parte del Señor. (Hechos 3:19—NVI)
Cuando Dios resucitó a su siervo, lo envió primero a ustedes para darles la bendición de que cada uno se convierta de sus maldades. (Hechos 3:26—NVI)
“Arrepiéntanse y vuélvanse a Dios.” “Que cada uno se convierta de sus maldades.”
El mensaje del Libro de Hechos es, “¡Arrepiéntanse!”.
Al oír esto, se apaciguaron y alabaron a Dios diciendo:— ¡Así que también a los gentiles les ha concedido Dios el arrepentimiento para vida! (Hechos 11:18—NVI)
“¡El arrepentimiento para vida!” El arrepentimiento, el cambio de conducta, es lo que conduce a la vida eternal.
El arrepentimiento, el cambio de conducta, fue predicado por los primeros Apóstoles en vista de que Cristo regresaría para juzgar las acciones de la gente. Dios en Cristo juzgará al mundo “en justicia”. El concepto era (y sigue siendo) que si no cambias tu manera de vivir sufrirás a la venida del Señor. Este era el Evangelio original.
Pues bien, Dios pasó por alto aquellos tiempos de tal ignorancia, pero ahora manda a todos, en todas partes, que se arrepientan. Él ha fijado un día en que juzgará al mundo con justicia, por medio del hombre que ha designado. De ello ha dado pruebas a todos al levantarlo de entre los muertos. (Hechos 17:30,31—NVI)
Por qué el arrepentimiento no es predicado.
El arrepentimiento no es predicado hoy en día debido a un malentendido que tenemos sobre la naturaleza de la salvación Cristiana, un malentendido que ha estado con nosotros desde el primer siglo.
Desde el comienzo de la Era Cristiana algunos maestros del Evangelio han declarado que la gracia que predicó Pablo quería decir que Cristo nos salva sin importar nuestro comportamiento. El comportamiento inmoral e injusto es aceptable porque la redención fue cumplida sobre la cruz del Calvario.
El problema es que se han infiltrado entre ustedes ciertos individuos que desde hace mucho tiempo han estado señalados para condenación. Son impíos que cambian en libertinaje [inmoralidad] la gracia de nuestro Dios y niegan a Jesucristo, nuestro único Soberano y Señor. (Judas 1:4—NVI)
“Cambian en libertinaje (inmoralidad) la gracia de nuestro Dios.” Es posible cambiar la gracia de Dios en un pretexto para la lujuria animal.
La sangre de Jesús se vuelve entonces un boleto con el que podemos entrar al gozo eterno al morir sin importar nuestra conducta en la tierra.
Los protestantes frecuentemente definen la gracia Divina sólo como perdón. Algunos proclaman que somos considerados justos (nuestros pecados son perdonados y somos aceptables para Dios) sólo por la fe. Y esto a pesar de la enseñanza de Santiago de que la fe a solas, cuando no va acompañada de obras de justicia, está muerta.
Así también la fe por sí sola, si no tiene obras, está muerta. (Santiago 2:17—NVI)
“Somos salvos (queriendo decir que iremos al Cielo al morir) gracias a la fe por sí sola” es el entendimiento que prevalece en nuestro día sobre la salvación Cristiana. Los pastores y los maestros Cristianos insisten que los Cristianos deben vivir vidas santas, pero si no lo hacen de todos modos irán al Paraíso porque somos salvos por la gracia y no por las obras de justicia que hayamos hecho.
Es verdad que somos salvos por la gracia Divina, pero pensar que seremos llevados al Paraíso al morir en base a que hayamos “aceptado a Cristo”, aunque hayamos vivido una vida inmoral e impía, revela que malentendemos totalmente el programa de la redención, su meta, y la gracia Divina.
Los que practican el Judaísmo echan a un lado la necesidad del comportamiento justo poniendo énfasis en los ritos ceremoniales que exige la Ley de Moisés. Los Cristianos echan a un lado la necesidad del comportamiento justo al hacer énfasis en una profesión de creer en Cristo. En ambos casos los ritos religiosos han tomado el lugar de la justicia, la misericordia, y la fe.
Pocas fuerzas sobre la tierra son tan efectivas en destruir la integridad, la conciencia, y el sentido común como sucede con la religión.
En otro lado hemos mencionado que la Gran Comisión ha sido cambiada de hacer discípulos a construir iglesias. Si realmente creemos que la salvación Cristiana es un boleto al Cielo, que el comportamiento santo no es el propósito principal de la redención, y que nuestra meta es construir una iglesia grande y “exitosa”, entonces no vamos a enfatizar la necesidad del arrepentimiento.
En esta época no predicamos el arrepentimiento porque no creemos que un cambio de comportamiento sea absolutamente necesario—o siquiera posible, ¡en algunos casos! Además, si predicamos el arrepentimiento quizá alejemos de las iglesias a los “creyentes” de hoy (eso suponemos), y esto frustraría a los que ven el incremento en el número de personas como la evidencia del “éxito en el ministerio”.
Otro malentendido.
En el fondo, escondido en la mente de muchos Cristianos está el concepto de la “fe por sí sola”: es decir, aunque no haga el esfuerzo supremo necesario para alejarme del mundo y seguir al Señor de todos modos encontraré paz y gozo al morir. Esta es una esperanza falsa y alejada de las Escrituras.
“El justo por su fe vivirá” ha sido cambiado de ser una descripción de la manera en que el justo vive a ser una fórmula en la que la gente puede ignorar la necesidad del comportamiento justo a favor de una “declaración de fe”.
Escuchamos a Cristianos decir, “Mientras estemos en este mundo pecaremos. Nadie es perfecto. Debemos intentar ser buenos pero es imposible vencer el pecado.”
La idea de que el pecado no puede ser vencido en este mundo es compatible con el concepto de que la sangre de Jesús es un boleto que nos lleva al Paraíso vivamos o no una vida santa, y con la doctrina del “arrebato” de los creyentes antes de la tribulación.
La razón por la que los Cristianos no intentan vencer el pecado es porque creen que no es necesario ni posible hacerlo. ¿Qué luchador entraría a un cuadrilátero si supiera que no podía ganar? ¿Qué corredor agotaría hasta su último nervio si supiera que sin importar cuanto se esfuerce la victoria es imposible? De la misma manera, los creyentes Cristianos, intentando sobrevivir en un medio ambiente saturado de demonios, no hacen el esfuerzo necesario para vencer el pecado.
Existen por lo menos tres pasajes que uno podría utilizar para probar que el pecado no puede ser vencido mientras estamos en el mundo:
Así está escrito: “No hay un solo justo, ni siquiera uno; (Romanos 3:10—NVI)
No entiendo lo que me pasa, pues no hago lo que quiero, sino lo que aborrezco. (Romanos 7:15—NVI)
Si afirmamos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos y no tenemos la verdad. (1 Juan 1:8—NVI)
Las Escrituras están escritas de tal manera que si alguien desea desobedecer a Dios, él o ella puede defender sus acciones con las Escrituras. Dios trata con los rebeldes enviándoles un gran engaño.
Si alguien desea probar que es permisible para él pecar, ésta persona puede apoyar su deseo con versículos de la Biblia.
Lo cierto es que ninguno de los pasajes anteriores prueba que no podemos vencer el pecado por medio de Cristo mientras estamos vivos en el mundo.
Tomemos el primer pasaje. “No hay un solo justo, ni siquiera uno”. Esta es una cita de Salmos.
Pero todos se han descarriado, a una se han corrompido. No hay nadie que haga lo bueno; ¡no hay uno solo! (Salmo 14:3—NVI)
Este pasaje no indica que no haya gente justa en el mundo. Observa el versículo siguiente:
Allí los tienen, sobrecogidos de miedo, pero Dios está con los que son justos. (Salmo 14:5—NVI)
Existen en el mundo aquellos “que son justos”.
El concepto del Salmo 14 es que había gente malvada en Israel que no estaba clamando al Señor; pero Dios estaba entre los justos que realmente estaban confiando en el Señor. ¡Sí había gente justa en Israel en ese tiempo!
¿Acaso no decía Pablo que todos hemos pecado y estamos privados de la Gloria de Dios? Sí, sí lo hizo. Ningún individuo puede salvarse a sí mismo. Todos nacimos en pecado y tenemos una naturaleza pecaminosa. Pero el motivo de Pablo en decir esto no era para probar que es inútil intentar vivir con justicia sino para demostrar que debemos llegar al Señor Jesús para la salvación. Nosotros no podemos salvarnos a nosotros mismos por las obras de la Ley de Moisés ni practicando ningún otro código moral.
¿Qué hay del segundo versículo? “No entiendo lo que me pasa, pues no hago lo que quiero, sino lo que aborrezco.” ¿Qué no prueba esto que sin importar cuanto lo intente yo no puedo vencer el pecado? No, ciertamente no prueba nada por el estilo.
Pablo se esta dirigiendo a los maestros Judíos (“Les hablo como a quienes conocen la Ley”) que creían que podían lograr la justicia obedeciendo el Torah, la Ley de Moisés.
Pablo declara en Romanos, Capítulos Seis y Ocho que si el creyente sigue viviendo conforme a la naturaleza pecaminosa que morirá espiritualmente. Por ello, Pablo no está diciendo en el Capítulo Siete que es imposible vencer el comportamiento pecaminoso por medio de Cristo.
Porque la paga del pecado es muerte, mientras que la dádiva de Dios es vida eterna en Cristo Jesús, nuestro Señor. (Romanos 6:23—NVI)
Porque si ustedes viven conforme a ella [la naturaleza pecaminosa], morirán; pero si por medio del Espíritu dan muerte a los malos hábitos del cuerpo, vivirán. (Romanos 8:13—NVI)
Lo que Pablo quiso decir es que él mismo, como seguidor de la Ley de Moisés, se dio cuenta de que había una ley del pecado en su cuerpo que lo orillaba a desobedecer la Ley, una compulsión a pecar que le ocasionaba mucha angustia debido a su deseo de justicia y rectitud. Pablo estaba diciendo que la naturaleza de Adán no puede obedecer la Ley de Moisés, no que no pueda vencer el pecado por medio de Cristo.
Si queremos avanzar hasta la vida de resurrección debemos lograr la victoria sobre el pecado viviendo en el Espíritu de Dios.
¿Qué hay de este versículo? “Si afirmamos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos y no tenemos la verdad”. ¿Qué no prueba esto que mientras estemos en el mundo pecaremos? No, por supuesto que no.
El siguiente versículo nos informa que si confesamos nuestros pecados Dios nos perdonará y nos limpiará.
Si confesamos nuestros pecados, Dios, que es fiel y justo, nos los perdonará y nos limpiará de toda maldad. (1 Juan 1:9—NVI)
¡“De toda maldad”!
La Primera Carta de Juan en su totalidad es una advertencia a los Cristianos con respecto al comportamiento justo, advirtiéndoles que en Cristo, en la Vida eterna y Luz que estaba con el Padre desde el principio, no hay lugar para el pecado.
Todo el que permanece en él, no practica el pecado. Todo el que practica el pecado, no lo ha visto ni lo ha conocido. (1 Juan 3:6—NVI)
El Nuevo Testamento en su totalidad pone énfasis en un hecho: si nos acercamos arrepentidos al Señor Jesús y si cambiamos nuestra forma de vivir se nos perdonarán nuestros pecados anteriores y encontraremos sabiduría y fuerza para vivir ante Dios en santidad y justicia.
Dios lo ofreció como un sacrificio de expiación que se recibe por la fe en su sangre, para así demostrar su justicia. Anteriormente, en su paciencia, Dios había pasado por alto los pecados; (Romanos 3:25—NVI)
Nos concedió que fuéramos libres del temor, al rescatarnos del poder de nuestros enemigos, para que le sirviéramos con santidad y justicia, viviendo en su presencia todos nuestros días. (Lucas 1:74,75—NVI)
“Para que le sirviéramos con santidad y justicia, viviendo en su presencia.”
Desde Génesis hasta el Apocalipsis se nos enseña que el pecado trae consigo destrucción y muerte. En el Nuevo Testamento se nos instruye que quienes se acerquen a Cristo pueden encontrar en Él la sabiduría y el poder necesarios para vencer el pecado y así entrar a la vida eterna.
Pero ahora que han sido liberados del pecado y se han puesto al servicio de Dios, cosechan la santidad que conduce a la vida eterna. (Romanos 6:22—NVI)
Es tanto necesario como posible vencer el comportamiento pecaminoso por medio de la gracia del Señor Jesús. Grandes porciones del Nuevo Testamento son exhortaciones a los creyentes a que crucifiquen su carnalidad y vivan una vida santa, advirtiéndoles que si no muestran en sus personalidades el fruto de la imagen moral de Cristo caerán bajo el juicio de Dios.
Los capítulos segundo y tercero del Libro del Apocalipsis hablan sobre los que logran vencer, sobre los santos victoriosos. Las recompensas que ordinariamente asociamos con ser un Cristiano son asignados a quienes logren vencer los pecados y los problemas asociados con las iglesias.
Estos dos capítulos son un ejemplo perfecto de la importancia que tienen las obras en la redención Cristiana. El énfasis se encuentra en el comportamiento de los santos consagrados, no en la doctrina que creen.
¡Recuerda de dónde has caído! Arrepiéntete y vuelve a practicar las obras que hacías al principio. Si no te arrepientes, iré y quitaré de su lugar tu candelabro. (Apocalipsis 2:5—NVI)
“Vuelve a practicar las obras que hacías al principio.”
No tengas miedo de lo que estás por sufrir. Te advierto que a algunos de ustedes el diablo los meterá en la cárcel para ponerlos a prueba, y sufrirán persecución durante diez días. Sé fiel hasta la muerte, y yo te daré la corona de la vida. (Apocalipsis 2:10—NVI)
“Sé fiel hasta la muerte.”
Por eso la voy a postrar en un lecho de dolor, y a los que cometen adulterio con ella los haré sufrir terriblemente, a menos que se arrepientan de lo que aprendieron de ella. (Apocalipsis 2:22—NVI)
“A menos que se arrepientan de lo que aprendieron de ella.”
A los hijos de esa mujer los heriré de muerte. Así sabrán todas las iglesias que yo soy el que escudriña la mente y el corazón; y a cada uno de ustedes lo trataré de acuerdo con sus obras. (Apocalipsis 2:23—NVI)
“Y a cada uno de ustedes lo trataré de acuerdo con sus obras.” “De acuerdo con sus obras.” ¡”Sus obras”!
Existen muchos otros pasajes a través del Nuevo Testamento.
Un espíritu de ceguera ha caído sobre los creyentes Cristianos. No pueden ver lo que está claramente escrito. No tienen ojos para ver ni oídos para oír al Señor. El resultado de la enseñanza que dice que no estamos bajo la ley, sino bajo la gracia, y que dice que seremos “arrebatados” ha dado como resultado ceguera espiritual.
La enseñanza de la Gran Dispensa que afirma que estar “bajo la gracia” significa que Dios ya no insiste en que el creyente presente un comportamiento justo porque Dios ve al creyente sólo a través de la justicia de Cristo, hace que sea muy difícil para el estudiante percibir lo que está plenamente en las Escrituras.
Es necesario que mantengamos en mente, conforme estamos repasando las bases para la apostasía actual, que la salvación no es la residencia eterna en el Cielo. La salvación es ser libres de Satanás, es el cambio a la imagen moral de Jesús, y es llegar a ser Uno con Jesús y con el Padre. El propósito de esta liberación, de esta transformación y de esta unidad no es para que podamos vivir por siempre en el Cielo. Es para que podamos agradar al Padre y podamos efectuar la variedad de papeles y funciones que han sido asignados para el real sacerdocio. Hasta que el programa y la meta de la salvación estén claramente definidos en nuestra mente es muy difícil, si no es que imposible, comprender las Escrituras o la forma en que Dios trata al individuo.
El Papel del Juicio Divino en Nuestra Salvación
El capítulo cuarto de la Primera Carta de Pedro presenta el papel del juicio Divino en nuestra redención.
Juzgar el pecado.
Por tanto, ya que Cristo sufrió en el cuerpo, asuman también ustedes la misma actitud; porque el que ha sufrido en el cuerpo ha roto con el pecado. (1 Pedro 4:1—NVI)
“Ha roto con el pecado.”
El primer versículo prepara el escenario para discutir el papel que tiene el sufrimiento en la salvación Divina. El sufrimiento que nos llega juzga la maldad que mora en nuestro cuerpo para que dejemos de pecar.
Compara:
Todo esto prueba que el juicio de Dios es justo, y por tanto él los considera dignos de su reino, por el cual están sufriendo. (2 Tesalonicenses 1:5—NVI)
“Todo esto prueba que el juicio de Dios es justo.” “Dignos de su reino, por el cual están sufriendo.”
Las persecuciones y las tribulaciones que los Cristianos Tesalonicenses estaban soportando eran prueba que el juicio de Dios es justo—Dios juzga a los creyentes para que no sean condenados con el mundo.
Las expresiones “ha roto con el pecado” y “dignos de Su reino” revelan que tanto es posible como necesario que los Cristianos venzan el pecado mientras están viviendo en el mundo.
Para vivir el resto de su vida terrenal no satisfaciendo sus pasiones humanas sino cumpliendo la voluntad de Dios. (1 Pedro 4:2—NVI)
No es la voluntad de Dios que Su pueblo viva siguiendo las lujurias de su cuerpo así como vive la humanidad que no es salva. El propósito del pacto nuevo es hacer aquello que la Ley de Moisés no pudo lograr, es decir, producir adoradores que practicarán la justicia, amarán la misericordia, y vivirán humildemente ante Dios.
¿Cómo podrían las Escrituras ser más claras, más directas? ¿Acaso no hemos sido seriamente engañados con las enseñanzas de la gracia, del arrebato y de que Dios no ve nuestra conducta?
Pues ya basta con el tiempo que han desperdiciado haciendo lo que agrada a los incrédulos, entregados al desenfreno, a las pasiones, a las borracheras, a las orgías, a las parrandas y a las idolatrías abominables. (1 Pedro 4:3—NVI)
Aquí tenemos el concepto del arrepentimiento. Antes de que nos volviéramos Cristianos nos comportábamos de manera pecaminosa y vergonzosa. Pero ahora por medio de la gracia de nuestro Señor nos hemos alejado de las abominaciones practicadas por las naciones incrédulas.
A ellos les parece extraño que ustedes ya no corran con ellos en ese mismo desbordamiento de inmoralidad, y por eso los insultan. (1 Pedro 4:4—NVI)
El Cristiano verdadero se conduce de tal manera que el que no es salvo considera su comportamiento como raro, o inusual. El mundo no puede ver la justicia imputada (adjudicada), sólo puede ver la justicia verdadera de comportamiento. La justicia verdadera de comportamiento, la imagen moral del Señor Jesús, es la única luz del mundo.
Juzgando a los vivos y a los muertos.
Pero ellos tendrán que rendirle cuentas a aquel que está preparado para juzgar a los vivos y a los muertos. Por esto también se les predicó el evangelio aun a los muertos, para que, a pesar de haber sido juzgados según criterios humanos en lo que atañe al cuerpo, vivan conforme a Dios en lo que atañe al espíritu. (1 Pedro 4:5,6—NVI)
“Está preparado para juzgar a los vivos y a los muertos.”
Tenemos que considerar seriamente el hecho de que el Señor Jesús está listo para juzgar a los vivos y a los muertos. Nos damos cuenta más adelante en este capítulo (1 Pedro, Capítulo Cuatro) que el juicio Divino comienza por la familia de Dios. El juicio, que va a incluir sufrimiento siempre y cuando haya pecado y egoísmo en nuestra personalidad, llega por igual a la gente viva y a la muerta. Los muertos están vivos en el mundo espiritual pero son juzgados como si todavía estuvieran vivos en el cuerpo.
Se ha asumido que una vez que aceptamos al Señor Jesús que no tenemos que temer a la muerte. Que sin importar cómo los creyentes se comporten en la tierra, la muerte eliminará nuestro dolor y pesar y pasaremos a donde todo es gozo y seguridad.
Las Escrituras no apoyan este concepto.
Según nuestro entendimiento si no hay un arrepentimiento global en nuestra época, muchos creyentes, si no es que la mayoría, enfrentarán dolor y tormento después de morir. Experimentarán dolor y tormento porque no han obedecido el Evangelio. No se han arrepentido de su mundanería. No han presentado su cuerpo como sacrificio vivo. No se han negado a sí mismos, tomado su cruz, y seguido al Señor Jesús. No han perdonado a sus enemigos. No han crucificado su cuerpo junto con sus pasiones humanas y lujurias. No han sido diligentes en el uso de sus talentos.
Al morir, ellos serán juzgados y recompensados según su comportamiento. Es posible que muchos creyentes Cristianos en las naciones prósperas de nuestro día no estén preparados para presentarse ante Cristo. Ellos están confiando en ser salvados por un “arrebato antes de la tribulación” que no está en las Escrituras. Ellos están descuidando y siendo tibios en cuanto a las cosas de Cristo.
Ellos no han llevado a cabo su salvación con temor y temblor. Ellos no escucharán hiciste bien, siervo bueno y fiel. Ellos en ocasiones son personas insensatas, tontas, y espiritualmente flojas que han descuidado su salvación. Ellas se sentirán aterrorizadas al morir cuando se encuentren en las manos de Dios.
Debido al atemorizante prospecto de encontrarnos en las manos de Dios es que somos exhortados a que llevemos a cabo nuestra salvación con temor y temblor. Aunque quizá hayamos minimizado las exigencias de Dios, las exigencias de Dios en realidad no han cambiado. Por ellos, nosotros los Cristianos podemos anticipar que al morir experimentaremos el temor del Señor.
Somos como niños cuyos padres han sido indulgentes, tratando de lograr nuestra aprobación más que nuestro bienestar. Somos egocéntricos y egoístas, dispersamos a quienes son buenos, somos arrogantes y orgullosos, creemos que Dios está listo para complacer nuestro más mínimo deseo. ¡Qué poco entendemos al Fuego consumidor de Israel!
Cuando nos alejamos del pecado del mundo y recibimos al Señor Jesús somos salvos. ¿Qué significa ser salvo, en este sentido? Quiere decir que Cristo se ha vuelto responsable por nosotros. Él pagó el precio por todo el mundo; por lo tanto Él puede dar vida eterna a quien Él elija.
Ser salvo significa que el Señor Jesús trabajará con nosotros hasta que seamos el reflejo de su imagen moral y que estemos llenos con Su vida. Estar perdido significa que los procesos de redención que logramos gracias al cuerpo y a la sangre de Cristo y al Espíritu Santo ya no están disponibles para nosotros. Somos cortados de la Presencia de Dios para siempre. ¡Estamos perdidos!
Ser salvo significa que el Señor asume la responsabilidad por nosotros. Él castiga severamente a todo hijo a quien Él recibe. El castigo se describe en el cuarto capítulo de la Primera Carta de Pedro. El fuego de la prueba está diseñado a alejar el pecado y el egoísmo de nosotros, haciendo posible que la Semilla Divina crezca en nosotros, y que podamos entrar en unión con el Padre por medio del Señor Jesús.
Los castigos, el fuego de la prueba, las prisiones que soportamos y las tribulaciones son el juicio Divino sobre nuestra personalidad. El juicio Divino produce salvación: es decir, el sufrimiento nos separa de Satanás y de sus obras, hace posible la maduración de la Semilla Divina en nosotros, y nos lleva a depender en Cristo y a tener la unión con Él que Dios desea.
Quizá sea verdad que parte de este juicio y de este sufrimiento sucederán en el reino espiritual después de morir o a la venida del Señor.
Está establecido que los seres humanos mueran una sola vez, y que después venga el juicio. Sabemos que esto es verdad, pero ¿qué significa? ¿Serán juzgados los Cristianos? ¡Por supuesto! Cristo está listo para juzgar a los vivos y a los muertos. El fuego de la prueba que le llega a los vivos quizá les llegue a los muertos también, hasta donde nosotros sabemos. Dios juzga a los vivos y a los muertos ya sea que el individuo sea Cristiano o no.
Los golpes que se les darán a los siervos del Señor que hicieron obras malas merecedoras de golpes es muy probable que se les den después de la muerte.
El Beema.
Pensemos en el Tribunal de Cristo. Se ha esparcido un malentendido sobre el Tribunal de Cristo. El término Griego es beema. La palabra beema es usado en el Nuevo Testamento para indicar una corte donde deben aparecer criminales acusados.
Frecuentemente es enseñado que el Tribunal de Cristo es un tipo de banquete de premiación en el que a algunos Cristianos se les dará el primer lugar y a otros Cristianos premios menores. Pero que no hay nada que temer. A todos se les dará una recompensa y no hay absolutamente nada que el creyente deba temer cuando se encuentre ante el Tribunal de Cristo; no debe temer al Señor.
Esto es lo que se enseña a los Cristianos de nuestro día. ¿Puedes ver por qué Satanás desea que a los Cristianos se les enseñe que no teman el Tribunal de Cristo? No nos sorprende que el temor de Dios ya no se predique desde el púlpito y en su lugar se diga insensatez y media, tonterías y chistes. ¿Acaso estamos realmente listos para ser elevados en nuestra insensatez a la Presencia de Aquel cuyos ojos son una llama de fuego?
Veamos las Escrituras, la Palabra incambiable de Dios.
Porque es necesario que todos comparezcamos ante el tribunal de Cristo, para que cada uno reciba lo que le corresponda, según lo bueno o malo que haya hecho mientras vivió en el cuerpo. (2 Corintios 5:10—NVI)
Parece claro que:
Todos nosotros debemos comparecer ante Cristo.
Para la mayoría de los Cristianos este juicio sucederá en el reino espiritual después de morir o a la venida del Señor.
El creyente recibirá por la mano de Cristo las cosas que hizo mientras vivió en el cuerpo físico.
El creyente recibirá bien por las cosas buenas que ha hecho y maldad por las cosas malas que ha hecho.
El Tribunal de Cristo no está basado en nuestro credo sino en las cosas que hayamos hecho.
Algunos lectores quizá tengan dificultad para reconciliar este versículo con la enseñanza de Pablo sobre la gracia en la primera parte de Romanos. La dificultad se presenta por el hecho de que no comprendemos los primeros capítulos de Romanos. El mismo Apóstol que escribió sobre la gracia en los primeros capítulos del Libro de Romanos también escribió 2 de Corintios 5:10.
El beema de Cristo no es un banquete de premiación. Es una corte donde criminales acusados son llevados a juicio. Todo ser humano, Cristiano o no, será llevado allí. Somos una raza caída, rebelde e ingobernable.
Los Cristianos recibirán no sólo lo bueno sino también lo malo, dependiendo de las obras que hicieron mientras vivieron en el cuerpo.
No se asombren de esto, porque viene la hora en que todos los que están en los sepulcros oirán su voz, y saldrán de allí. Los que han hecho el bien resucitarán para tener vida, pero los que han practicado el mal resucitarán para ser juzgados. (Juan 5:28,29—NVI)
“Los que han hecho el bien…los que han practicado el mal.”
Se nos ha enseñado una doctrina equivocada por tanto tiempo que ya no podemos comprender las palabras claras y sencillas de las Escrituras.
La enseñanza actual es que el creyente no tiene que temer el Tribunal de Cristo.
Veamos si Pablo está de acuerdo.
Por tanto, como sabemos lo que es temer al Señor, tratamos de persuadir a todos, aunque para Dios es evidente lo que somos, y espero que también lo sea para la conciencia de ustedes. (2 Corintios 5:11—NVI)
“Por tanto, como sabemos lo que es temer al Señor, tratamos de persuadir a todos.”
¿Persuadir a quien?
Persuadir a todos, a toda la humanidad, incluyendo a los Cristianos.
¿De qué temor estamos hablando? El temor de recibir de las manos del Cristo resucitado lo malo que hayamos practicado.
El Tribunal de Cristo es una buena razón para que todo pecador se sienta aterrorizado sea o no creyente en Cristo.
Nosotros creemos que el Apóstol Pablo estaría de acuerdo con esto.
Hemos declarado que Cristo está listo para juzgar a quienes están vivos en el mundo y a quienes están muertos. Hemos sugerido que el juicio Divino llega por el fuego de la prueba, y que para la mayoría de nosotros, la mayor parte del juicio, de las pruebas, quizá sucedan en el reino espiritual después de que fallezcamos o a la venida del Señor.
Observa, por ejemplo, lo siguiente:
Pero ¡qué tal si ese siervo se pone a pensar: “Mi señor tarda en volver”, y luego comienza a golpear a los criados y a las criadas, y a comer y beber y emborracharse! El señor de ese siervo volverá el día en que el siervo menos lo espere y a la hora menos pensada. Entonces lo castigará severamente y le impondrá la condena que reciben los incrédulos. El siervo que conoce la voluntad de su señor, y no se prepara para cumplirla, recibirá muchos golpes. En cambio, el que no la conoce y hace algo que merezca castigo, recibirá pocos golpes. A todo el que se le ha dado mucho, se le exigirá mucho, y al que se le ha confiado mucho, se le pedirá aun más. (Lucas 12:45-48—NVI)
Estamos hablando de los siervos del Señor, no de quienes no son sus siervos. Los siervos del Señor claramente están en peligro de recibir la herencia de los incrédulos.
El problema no tiene que ver con no creer en la doctrina de la expiación sino en golpear a la gente y emborracharse.
La época descrita es a la venida del Señor a Su siervos (quizá no el regreso histórico en las nubes).
El siervo que se está portando mal será castigado severamente y se le impondrá la condena que reciben los incrédulos.
Nosotros debemos prepararnos haciendo la voluntad del Señor.
El siervo del Señor que entendió Su voluntad y no la hizo recibirá muchos golpes.
El siervo del Señor que no sabía la voluntad del Señor pero que hizo cosas merecedoras de castigo recibirá golpes menos severos.
Cómo alguien podrá ser castigado severamente y luego condenado con los incrédulos sólo puede ser explicado en el reino espiritual. Tendrá que suceder en los últimos días, en la época en la que los reinos espirituales y materiales converjan. Una vez que suceda la convergencia será posible echar al cuerpo físico al fuego espiritual, y también ser castigado severamente y luego ser condenado con los incrédulos.
¡Podríamos decir que el prospecto de ser castigado severamente y luego condenado con los incrédulos es aterrorizante de verdad! Pero este es el destino de los siervos del Señor que no lo han complacido con su conducta.
Se acostumbra hoy en día asignar pasajes como el anterior a los Judíos, diciendo que los Gentiles son salvos por la gracia y que nunca experimentarán dolor por la mano del Señor.
Si existe un argumento más abominable, más fuera de las Escrituras, más ilógico, y más indefendible que el de asignar todo dolor y juicio al pueblo escogido de Dios, no lo conocemos. Esta enseñanza anti-Semítica es el resultado de la conspiración destructiva de interpretación bíblica llamada “la Gran Dispensa”.
Hoy en día estamos en un caos doctrinal.
Los Reconstruccionistas revelan que Satanás se encuentra entre ellos por su odio del Judaísmo y su deseo de quitar el Reino de Jerusalén.
Los que no creen en el Reinado del Milenio demuestran su ignorancia de la intención Divina al cambiar la visión apocalíptica del regreso triunfante de Jesús a la cabeza de Sus ejércitos por la esperanza de un aumento gradual de la justicia conforme los creyentes tratan de ser mejores. A ellos les falta el hierro mismo, el fuego del Reino de Dios.
Los teólogos del Reemplazo, los que quieren quitar a Israel a favor de la Iglesia Cristiana con respecto a las promesas y bendiciones de Dios, aparentemente no se molestan en considerar las declaraciones claras del Apóstol Pablo en el capítulo onceavo del Libro de Romanos, ni los cientos de promesas al pueblo y a la tierra de Israel encontrados en el Antiguo Testamento.
Los maestros de la fe y la prosperidad no se están adhiriendo a los escritos de Pablo que nos advierten en contra de poner nuestro corazón en las riquezas.
Toda esta confusión está fundada en la mentira de que “aceptar a Cristo” nos libra de toda preocupación con respecto al Tribunal de Cristo.
La mentira original se sigue repitiendo: No es cierto, no van a morir.
El Infierno y el Cielo como las únicas alternativas.
Uno de los aspectos de la creencia actual que confunde nuestro pensamiento es la separación que hacemos entre el Infierno y el Cielo. Se cree que todos los que se pierden van al Infierno (algunas veces considerado como el Lago de Fuego, o Gehenna) por la eternidad y todos los salvos van inmediatamente al Paraíso. El Infierno y el Cielo. Perdido o salvo. La expresión las “tinieblas de afuera”, que es utilizado muchas veces en los Evangelios y que tiene que ver con los siervos infieles de Dios, con frecuencia es ignorada.
La cita de Lucas (anterior) habla sobre muchos golpes y pocos golpes. De ninguna manera puede esto aplicarse al Lago de Fuego. Los golpes son castigo con la expectativa de corrección y purificación. Uno generalmente no golpea a alguien para luego colgarlo.
El Lago de Fuego, la segunda muerte, es el aislamiento eterno en el lago que arde con fuego y azufre. No tiene nada que ver con muchos o pocos golpes o con un castigo con la expectativa de corrección.
Por la misma razón, el Nuevo Testamento frecuentemente habla sobre recompensas. El destino que un individuo salvo tiene después de morir con frecuencia puede abarcar desde ser salvo como quien pasa por el fuego hasta ser sentado en el trono con Cristo—y todo lo que se encuentra entre uno y el otro.
Salvo como quien pasa por el fuego.
Pero si su obra es consumida por las llamas, él sufrirá pérdida. Será salvo, pero como quien pasa por el fuego. (1 Corintios 3:15—NVI)
¿Qué significa esto? ¿Qué significa ser salvo “pero como quien pasa por el fuego”?
Ser salvo como quien pasa por el fuego significa que Cristo ha juzgado a la persona y merece que se le permita la entrada al reinado de la tierra nueva y del cielo nuevo, pero para ser aceptable para Dios esta persona debe soportar sufrimiento prolongado.
Debido al “evangelio” no-bíblico de hoy en día tenemos a creyentes que están diciendo que no importa cómo vivan porque serán salvos como quien pasa por el fuego. Ellos suponen que esto significa que no tendrán una mansión muy lujosa o que quizá se sentarán en un trono menor del que será cierto de otros creyentes más diligentes.
¿Acaso no tienen idea de lo atormentador que es el fuego de Dios? ¿Estarán concientes de que quizá pasen muchos años sufriendo terriblemente conforme la inmoralidad, los vicios, la mentira, la intriga, y la obstinación son quemados de su personalidad? ¿Crees que estén ansiosos de morir y pasar al reino espiritual en su desnudez, desprovistos de cualquier recompensa o herencia, para que puedan comenzar lo que podría ser mucho tiempo en las llamas de tormento espiritual—quizá para ser echados a las tinieblas de afuera donde podrán ver desde la distancia la luz y la gloria del Reino pero sin poder participar en ellos; donde podrán escuchar a los niños reír y cantar pero sin poder acercárseles; donde todo a su alrededor encontrarán tinieblas, desolación, penumbra, las caras de demonios, y llanto y rechinar de dientes por el remordimiento sobre las oportunidades que habrán perdido para siempre?
No existe sufrimiento tan intolerable como el sufrimiento espiritual. Una vez en las manos del Fuego consumidor quien es nuestro Dios ya no podremos desmayarnos, dormirnos, huir, o morir. Después de morir estaremos intensamente vivos, intensamente concientes de las oportunidades que perdimos mientras vivimos sobre la tierra. La insoportable agonía mental que experimentarán aquellos que no reconocieron el día de su visitación, que desperdiciaron sus dones y oportunidades Divinas, podría llevar a la locura a cualquier hombre sobre la tierra. Pero la locura no será posible allí. Simplemente no hay forma de escapar el fuego consumidor del Señor.
“Como sabemos lo que es el temer al Señor, tratamos de persuadir a todos.”
¿Cómo escaparemos nosotros si descuidamos una salvación tan grande? Esta salvación fue anunciada primeramente por el Señor, y los que la oyeron nos la confirmaron. (Hebreos 2:3—NVI)
“Si descuidamos.” Cuantos “creyentes” de esta época están descuidando su salvación. El descuido, el acercamiento casual, el no estar dispuesto a considerar el valor del Reino de Dios, prevalece entre nosotros. Estamos dispuestos a golpear las flechas tres veces y después nos detenemos por falta de interés (2 Reyes 13:18).
Les enseñamos a los descuidados, a los tibios, a los distraídos, que no tienen que tener temor a la muerte porque son salvos por la gracia. La serpiente nuevamente se escucha en el ministerio diciendo: “No es cierto, no vas a morir.” Esta es la razón por la que los Cristianos no están llevando a cabo su salvación con temor y temblor. Pero la Palabra de Dios declara: “No escaparás. ¡Has menospreciado la sangre de Mi Hijo!”
No teman a los que matan el cuerpo pero no pueden matar el alma. Teman más bien al que puede destruir alma y cuerpo en el infierno. (Mateo 10:28—NVI)
“Sí, pero hemos sido enseñados a no temerle a Dios, a sólo amarlo y tenerle reverencia. El amor perfecto echa fuera todo temor. Es verdad que no tenemos amor perfecto, pero Dios es bueno y nunca permitiría que sufriéramos.”
Así es como la gente piensa y habla a pesar de lo que vemos en la historia, a pesar del hecho de que hoy en día miles están sufriendo por el Evangelio. Se dice que más creyentes han sido martirizados en el siglo veinte que en cualquier siglo anterior y que en estos tiempos mil Cristianos están siendo martirizados cada día. ¡Están siendo martirizados!
Si después de recibir el conocimiento de la verdad pecamos obstinadamente, ya no hay sacrificio por los pecados. Sólo queda una terrible expectativa de juicio, el fuego ardiente que ha de devorar a los enemigos de Dios. (Hebreos 10:26,27—NVI)
¿Cuántos creyentes pecan obstinadamente después de recibir el conocimiento de la verdad? No existe un segundo “Calvario” que perdonará sus pecados. “Una terrible expectativa de juicio” es el resultado de tal conducta. Ellos, por sus acciones prueban ser los adversarios de Dios, prueban no merecer el Reino de Dios.
En cuanto a ser arrojado al Lago de Fuego para estar con Satanás y sus ángeles para siempre, éste es un destino tan incomprensiblemente horrible que la mente humana no puede ni imaginárselo.
Prosigamos en el cuarto capítulo de la Primera Carta de Pedro.
Queridos hermanos, no se extrañen del fuego de la prueba que están soportando, como si fuera algo insólito. (1 Pedro 4:12—NVI)
El versículo anterior nos recuerda el primer versículo en el cuarto capítulo, el cual nos exhorta a que asumamos la actitud de sufrimiento. La prueba ardiente es el juicio Divino—juicio diseñado a alejar el pecado y la voluntad propia de nosotros para hacernos partícipes de la santa Naturaleza de Dios.
Había en Israel tres grandes convocaciones:
Tres veces al año todos tus varones se presentarán ante el SEÑOR tu Dios, en el lugar que él elija, para celebrar las fiestas de los Panes sin levadura, de las Semanas y de las Enramadas. Nadie se presentará ante el SEÑOR con las manos vacías. (Deuteronomio 16:16—NVI)
La Fiesta de los Panes sin Levadura ejemplifica la experiencia de la salvación básica por medio de la sangre del Cordero.
La Fiesta de las Semanas representa la experiencia Pentecostés en la que aprendemos a caminar en santidad y en la que se nos da poder para dar testimonio de la muerte expiatoria, de la resurrección triunfante, y de la pronta venida del Señor Jesucristo.
La Fiesta de Enramadas o Tabernáculos es a la que nos estamos acercando ahora. Incluidas en la Fiesta de Enramadas están la Fiesta de las Trompetas y el Día solemne de la Expiación. Los diez días desde la Fiesta de las Trompetas hasta el Día de la Expiación son conocidos como Yomim Noroim (Días de Temor); ya que durante estos diez días, según la tradición Judía, Dios juzga al mundo.
Después de Pentecostés entramos a la época del fuego del juicio, el cual tiene como propósito reconciliarnos totalmente al Señor.
No es posible pasar directamente de Pentecostés a Enramadas. Debemos soportar los dolores y las prisiones del Día de la Expiación. Sólo entonces es posible para el Padre y el Hijo entrar plenamente a nosotros en el cumplimiento espiritual de la fiesta de las Enramadas.
Ya que Dios está listo ahora para juzgar a los vivos y a los muertos podemos asumir que algunas porciones de la familia de Dios en el reino espiritual quizá estén pasando por las pruebas del juicio del Señor para que los testigos de Dios de cada época puedan llegar a la perfección juntos. También debemos mantener en mente que numerosos santos del pasado soportaron pruebas severas mientras todavía estaban vivos sobre la tierra, como podemos observar en el cuarto capítulo de la Primera Carta de Pedro, y también en el onceavo capítulo del Libro de Hebreos.
Esto sucedió para que ellos no llegaran a la meta sin nosotros, pues Dios nos había preparado algo mejor. (Hebreos 11:40—NVI)
Pedro además dice:
Al contrario, alégrense de tener parte en los sufrimientos de Cristo, para que también sea inmensa su alegría cuando se revele la gloria de Cristo. (1 Pedro 4:13—NVI)
Al soportar pruebas difíciles estamos teniendo parte en los sufrimientos de Cristo.
Cristo sufrió por dos razones: primero, para proveer una expiación por los pecados del mundo; segundo, para volverse perfecto en obediencia al Padre.
Él fue traspasado por nuestras rebeliones, y molido por nuestras iniquidades; sobre él recayó el castigo, precio de nuestra paz, y gracias a sus heridas fuimos sanados. (Isaías 53:5—NVI)
En efecto, a fin de llevar a muchos hijos a la gloria, convenía que Dios, para quien y por medio de quien todo existe, perfeccionara mediante el sufrimiento al autor de la salvación de ellos. (Hebreos 2:10—NVI)
“Perfeccionara…al autor (al Señor Jesús) de la salvación de ellos.”
¿Acaso Cristo necesitó ser perfeccionado? El Señor Jesús fue perfeccionado en la obediencia al Padre. Desde el principio el Señor escogió obedecer al Padre, diciendo, “Me agrada, Dios mío, hacer tu voluntad.” Aun con esta actitud el Señor de todos modos aprendió la obediencia perfecta por medio de las cosas que sufrió.
Aunque era Hijo, mediante el sufrimiento aprendió a obedecer; (Hebreos 5:8—NVI)
Si Cristo aprendió a obedecer al Padre mediante el sufrimiento, ¿por qué tipo de fuego tendremos que pasar nosotros para prepararnos a morar con Quien es el Fuego consumidor?
Así que nosotros, que estamos recibiendo un reino inconmovible, seamos agradecidos. Inspirados por esta gratitud, adoremos a Dios como a él le agrada, con temor reverente, porque nuestro Dios es fuego consumidor. (Hebreos 12:28,28—NVI)
Aquí somos recordados que si no servimos a Dios como a Él le agrada, con temor reverente, caeremos en las manos del Fuego consumidor.
Debido a la desobediencia de los ángeles caídos, Adán y Eva fueron guiados a desobedecer. Quizá debido a la desobediencia de ellos, Abraham, el padre de todo creyente, fue probado tan duramente en el área de la obediencia.
Luego el Hijo de Dios, Cristo, fue probado a un grado que ningún ser humano jamás comprenderá—probado durante toda Su vida y finalmente en Getsemaní, en el área de la obediencia.
Ahora, nosotros que estamos siguiendo al Señor debemos ser probados rigurosamente en el área de la obediencia al Padre.
El pecado original fue la desobediencia—la rebelión que ocurrió entre los ángeles de Dios. Todo hijo de Dios debe ser probado al máximo hasta demostrar una obediencia total, estricta e inquebrantable al Padre.
Este fuego de la prueba que estamos soportando, la prueba de la obediencia, es el juicio Divino sobre nosotros—un juicio que obrará para nuestro bien si permanecemos fieles.
El espíritu de desobediencia a la voluntad del Padre todavía llena el universo. Se encuentra en los ángeles caídos y en los Cristianos. ¿A cuántos Cristianos conoces que estén dispuestos a hacer la voluntad de Dios sin hacer preguntas y sin importar qué se les pida? Cualquier creyente que no haga la voluntad de Dios sin hacer preguntas todavía se está rebelando en contra de Dios.
Después de mil años de un reino de justicia, Satanás todavía podrá reunir a personas de la tierra para guiarlos en rebelión en contra de Dios.
El remanente santo de nuestra época está siendo enseñado la obediencia al Padre. Aprender la obediencia es parte del cumplimiento espiritual del Día Levítico de la Expiación (Día de la Reconciliación). El Día de la Expiación continuará desde ahora y a través de la Era del Reino de los mil años (el Milenio). Luego todas las personas, excepto los miembros del real sacerdocio, serán resucitados de los muertos, se presentarán ante Dios, y serán juzgados según sus obras. Esta es la fase final del Tribunal de Cristo.
Después de eso habrá un cielo nuevo y una tierra nueva. La ciudad santa, Jerusalén, estará rodeada de una pared para mantener afuera a quienes no hacen la voluntad del Padre. Los santos gobernarán el nuevo mundo para evitar rebeliones futuras.
Porque es tiempo de que el juicio comience por la familia de Dios; y si comienza por nosotros, ¡cuál no será el fin de los que se rebelan contra el evangelio de Dios! (1 Pedro 4:17—NVI)
Primero aprendimos que Cristo está “listo para juzgar a los vivos y a los muertos”. Ahora vemos que el juicio Divino comienza con la familia de Dios.
El juicio Divino cae sobre nosotros en forma de sufrimiento—sufrimiento diseñado para purificarnos de la inmoralidad, la mundanería y especialmente del egoísmo y egocentrismo.
No podemos escapar el sufrimiento impuesto por Dios. No podemos escapar muriendo físicamente. Tarde o temprano, en un lugar u otro, la mundanería, la inmoralidad, y la voluntad propia en nuestra personalidad deben ser expulsadas de nosotros si esperamos andar de blanco con el Señor Jesús como miembros de su real sacerdocio.
Se sentará como fundidor y purificador de plata; purificará a los levitas y los refinará como se refinan el oro y la plata. Entonces traerán al SEÑOR ofrendas conforma a la justicia, (Malaquías 3:3—NVI)
Tiene el rastrillo en la mano y limpiará su era, recogiendo el trigo en su granero; la paja, en cambio, la quemará con fuego que nunca se apagará. (Mateo 3:12—NVI)
Salvo con dificultad.
Ahora llegamos a un versículo que no tiene ningún sentido dentro de la enseñanza actual. Pero tiene sentido a la luz de lo que hemos escrito en las páginas anteriores.
Si el justo a duras penas se salva, ¿qué será del impío y del pecador? (1 Pedro 4:18—NVI)
“Si el justo a duras penas se salva.”
¿A qué se debe que los justos a duras penas se salvan? ¿Para quién es difícil la tarea de la salvación del justo?
Si somos salvos por la sangre del Cordero al aceptar al Señor Jesús, ¿dónde se encuentra la dificultad?
Según la enseñanza moderna no hay dificultad. La obra fue cumplida hace dos mil años.
La verdad es que los justos están en el proceso de ser salvos y ésta es una tarea difícil. Es difícil para Dios, para Cristo, para el Espíritu Santo, para los ángeles elegidos, para el ministerio, para quien esté orando por nosotros, y para nosotros mismos.
Todos estos están sufriendo dolores de parto conforme luchamos con Dios en el proceso de cambiarnos de la naturaleza de Adán a un espíritu que da vida. El amor al mundo debe ser quemado de nosotros. Las lujurias de nuestro cuerpo deben ser quemadas de nosotros. Nuestro romanticismo e idealismo debe ser quemado de nosotros. Nuestra ambición de tener preeminencia debe ser quemada de nosotros. Nuestra voluntad propia y nuestro egocentrismo deben ser quemados de nosotros. La facilidad con la que codiciamos la herencia de otra persona o con la que buscamos suplantarlo debe ser quemado de nosotros.
Este es el programa de salvación. Estamos siendo salvados de Satanás y llevados plenamente a la persona de Dios por medio de toda la Virtud, Sustancia, sabiduría, y poder de Dios que nos han sido dados por medio de Cristo para salvarnos del mundo, de Satanás, de nuestras propias lujurias, y de nuestro egocentrismo obstinado.
Estamos en el proceso de ser salvos y es muy difícil para nosotros cooperar con el Espíritu Santo en cada detalle. Sí podemos lograr el éxito por medio de la gracia de Dios en Cristo, pero sólo conforme pongamos nuestra completa atención a ese programa. Muchos son los llamados pero pocos los elegidos. Los pocos elegidos luego son probados rigurosamente en el área de la fidelidad.
Aquellos que van a cabalgar con el Señor Jesús en aquel Día son Sus llamados, Sus escogidos, y Sus fieles.
La Primera Resurrección
Entonces vi tronos donde se sentaron los que recibieron autoridad para juzgar. Vi también las almas de los que habían sido decapitados por causa del testimonio de Jesús y por la palabra de Dios. No habían adorado a la bestia ni a su imagen, ni se habían dejado poner su marca en la frente ni en la mano. Volvieron a vivir y reinaron con Cristo mil años. Ésta es la primera resurrección; los demás muertos no volvieron a vivir hasta que se cumplieron los mil años. Dichosos y santos los que tienen parte en la primera resurrección. La segunda muerte no tiene poder sobre ellos, sino que serán sacerdotes de Dios y de Cristo, y reinarán con él mil años. (Apocalipsis 20:4-6—NVI)
La primera resurrección es la primera resurrección. No existe resurrección de los santos antes de la primera resurrección.
La primera resurrección no es la resurrección a ser salvo sino la resurrección del real sacerdocio, de aquellos que han alcanzado esta resurrección preliminar por haber aceptado ser crucificados para que Cristo pueda vivir en ellos. A los sacerdotes gobernantes se les darán nuevamente sus cuerpos para que puedan gobernar, junto con el Señor Jesús y desde la ciudad de Jerusalén, a las naciones de personas salvas.
La primera resurrección sólo es para los santos victoriosos—para los verdaderos testigos de Dios de todas las épocas de la historia.
Y tú, Torre de Rebaño, colina fortificada de la ciudad de Sión: a ti volverá tu antiguo poderío, la soberanía de la ciudad de Jerusalén. (Miqueas 4:8—NVI)
El reino anterior, el reino de David y Salomón, será entregado a la “Torre de Rebaño”.
Considera el siguiente versículo en el que los maduros de la Iglesia son comparados con las “hermanas” menos maduras.
Una muralla soy yo, y mis pechos, sus dos torres. Por eso a los ojos de mi amado soy como quien ha hallado la paz. (Cantares 8:10—NVI)
Los ejemplos que tipifican el regreso del Señor, como los eventos alrededor del ataque del ejército de 300 de Gedeón, muestran que el Señor Jesús gobernará primero con una pequeña parte de Sus elegidos. También hay otros ejemplos importantes que representan el mismo concepto, como la separación del Arca del Tabernáculo y las tres unciones del Rey David.
Los creyentes de hoy en día deben ser advertidos que la resurrección y la ascensión cuando el Señor Jesús regrese del Cielo son para los dichosos y santos miembros del real sacerdocio, y no para los miembros negligentes, tibios, descuidados, y espiritualmente flojos de las iglesias prósperas de nuestra época.
Las recompensas de reinar y estar cerca de Dios son para los santos victoriosos.
Cómo logramos vencer.
La vida victoriosa es la vida Cristiana normal. El santo que logra vencer no es un tipo de santo especial que ha podido elevarse por encima de los problemas diarios que la mayoría de nosotros experimentamos. Todas las promesas del Nuevo Testamento son para los que logren vencer, no para los vencidos. Dios espera que nosotros, por medio de Cristo, logremos la victoria sobre el mundo, sobre el pecado que habita en nosotros, y sobre nuestra obstinación y desobediencia.
Cada uno de los días que vivimos contiene una porción de maldad que debemos vencer. La maldad del día quizá nos llegue por sorpresa de algún lugar no previsto, o quizá sea parte de una circunstancia irritante y dolorosa que hemos estado soportando durante muchos años.
La maldad es una herramienta con la que podemos ser abatidos para que seamos cambiados a la imagen de Cristo y también para ser presionados a una unión con Él, aprendiendo a depender completamente en Él.
Existen varias maneras en las que podemos responder a la maldad del día.
Podemos ver la maldad como algo que viene de Satanás e intentar alejarla rechazándola con todas nuestras fuerzas usando nuestra propia fe de Adán.
Podemos volvernos amargados, ya que la maldad frecuentemente viene de un individuo—nuestro esposo o esposa, un miembro de la iglesia, nuestro jefe, o de alguna otra persona. “¡Si sólo ellos no fueran de esa manera!”
Podemos evadir la maldad rompiendo las leyes de Dios para asegurarnos de seguir siendo felices.
Ninguna de estas maneras de responder edificará a Cristo en nosotros ni lograrán llevarnos a una unión con Dios.
La manera correcta de responder a la maldad del día es ir a Dios en oración y preguntarle qué debemos hacer. Nosotros siempre debemos orar para que Dios quite esa maldad de nosotros. Si no lo hacemos quizá suframos innecesariamente.
Pero al orar siempre debemos someternos a la voluntad del Señor.
Algunas personas están enseñando que si decimos “Hágase Tu voluntad” que no obtendremos una respuesta. Que debemos intentar forzar una respuesta por medio de la “fe”.
Este concepto revela ignorancia sobre Dios y sobre Su forma de Ser. Nosotros siempre debemos orar que se haga Su voluntad.
Conforme buscamos en oración ferviente al Señor quizá Él nos dé la certeza de que la respuesta va a llegar rápidamente. O quizá nos dé la sabiduría y la fuerza para soportar la prueba.
Dios siempre escucha y contesta aunque la respuesta quizá no sea la que esperemos.
Conforme nosotros oramos, el Señor nos da de Su cuerpo y Su sangre, el “maná escondido”, para que podamos poseer suficiente virtud para perdonar a todos los que nos dañen; para dejar de preocuparnos y siempre pensar en aquello que es puro y hermoso; y para vencer cualquier otra fuerza de las tinieblas que intente jalarnos de nuestra posición en Cristo a la derecha del Padre. Cristo siempre nos ayuda conforme lo buscamos a Él.
Conforme vencemos la maldad del día volviéndonos al Señor, Cristo es formado en nosotros. Muere la naturaleza de Adán. Avanzamos en unión con Cristo.
Cuando vencemos la maldad del día somos vencedores y tenemos el derecho de recibir todas las promesas que son para el que salga vencedor.
Mañana es un nuevo reto para nuestra paz y debemos una vez más volvernos al Señor para que nos dé de Su Virtud, sabiduría, y fuerza.
El Cristiano que no está orando y venciendo de esta manera no es un santo victorioso. No recibirá las recompensas que son para el que salga vencedor. No merece andar de blanco con Cristo vestido con el manto del real sacerdocio.
Sin embargo, tienes en Sardis a unos cuantos que no se han manchado la ropa. Ellos, por ser dignos, andarán conmigo vestidos de blanco. (Apocalipsis 3:4—NVI)
¿Qué hay del resto de los creyentes de la iglesia de Sardis? ¿Acaso no están ellos enfrentando el temor del Señor?
Pasos para la primera resurrección.
Las recompensas que son para el que salga vencedor, según se mencionan en el Libro del Apocalipsis, son pasos para la lograr primera resurrección. Constituyen una carta de amor para la Esposa prometida conforme Cristo la llama a separarse de las iglesias Cristianas de la tierra.
Las recompensas comienzan con tener acceso al árbol de la vida y continúan hasta el trono de Dios y de Cristo, y finalmente hasta heredar todo lo que será incluido en el reinado de Cristo en la tierra nueva y el cielo nuevo.
El que salga vencedor heredará todo esto, y yo seré su Dios y él será mi hijo. (Apocalipsis 21:7—NVI)
Las recompensas de Apocalipsis, Capítulos Dos y Tres (los pasos para lograr la primera resurrección de entre los muertos) incluyen el poder de la vida incorruptible, coronas, autoridad, poder, liberación total de la autoridad del Lago del Fuego, establecimiento eterno como una columna en el Templo de Dios, y otras capacidades y papeles asociados con el sacerdocio que gobernará. Estas habilidades y papeles constituyen y resultarán en la manifestación de la primera resurrección de entre los muertos.
No hay promesas para el creyente derrotado, sólo la inferencia que se le impedirá el acceso al árbol de vida, que no reinará con el Señor, que quizá sea dañado por la segunda muerte, y—peor que todo—que quizá esté en peligro de tener su nombre removido del libro de la vida.
El que salga vencedor se vestirá de blanco. Jamás borraré su nombre del libro de la vida, sino que reconoceré su nombre delante de mi Padre y delante de sus ángeles. (Apocalipsis 3:5—NVI)
Se ha hecho costumbre el que pastores y maestros se apresuren a asegurarle a sus seguidores que no es posible que su nombre sea borrado del libro de la vida. Al hacer esto los líderes Cristianos han quitado palabras del Libro del Apocalipsis. A excepción de que ellos se arrepientan, Dios quitará su parte del árbol de la vida y no heredarán ninguna de las promesas del Libro del Apocalipsis. Experimentarán el temor del Señor cuando mueran.
Cuando el Dios del Cielo le da una revelación a Su Hijo y Heredero, a Cristo, y en esa revelación dice que el que salga vencedor jamás tendrá borrado su nombre del libro de la vida con la clara inferencia de que todos los demás están en peligro de este horrible destino, entonces existe razón para esta advertencia. De hecho, existe muy buena razón para esta advertencia porque Dios no es ni por tantito la persona que está siendo presentada por una gran parte del ministerio Cristiano de hoy en día.
Cuando los ministros del Evangelio quitan las advertencias Divinas ellos están jugando con fuego—con fuego Divino. El Señor se ha alejado de ellos debido a su falta de fidelidad, así que ellos les dicen a sus seguidores, “Toma tu factura, siéntate en seguida y escribe cincuenta”, por así decirlo. Aminoran las exigencias del Evangelio para poder tener “amigos”. El resultado son iglesias Cristianas llenas de creyentes con una falsa seguridad del favor de Dios. El Señor dice que estos ministros sin fe son astutos en hacer amigos de esta manera porque así tendrán alguien que los reciba cuando mueran (Lucas 16:1-12).
La vida de numerosos creyentes no ha producido el fruto de justicia. No se les ha enseñado que se arrepientan, que confiesen sus pecados, que vivan completamente abiertos ante Dios y el hombre. Ellos suponen que Dios les dirá, “Hiciste bien, siervo bueno y fiel”.
Lo cierto es que están enfrentando temor—el temor del Señor.
En cambio, cuando produce espinos y cardos, no vale nada; está a punto de ser maldecida, y acabará por ser quemada. (Hebreos 6:8—NVI)
¿Acaso la gente Cristiana supone que el versículo anterior fue escrito para el que no es salvo o para el Judío? El Libro de Hebreos es un libro de advertencia para los elegidos de Dios de que no es suficiente con solamente comenzar a caminar con Cristo. La misma confianza diaria en Dios debe conservarse hasta el último momento sobre la tierra. Si no lo logra, el creyente está en peligro de la ira ardiente de Dios. El Libro de Hebreos fue escrito para los Cristianos con experiencia que estaban comenzando a descuidar su fe.
Nosotros debemos buscar el “reposo de Dios” todos los días de nuestro discipulado. Debemos temer que después de habérsenos dado las maravillosas promesas de Dios que no alcancemos el reposo Divino. Debemos vencer todas las fuerzas que evitarían que reposemos en el centro de la voluntad del Señor. Si lo hacemos alcanzaremos la primera resurrección de entre los muertos.
Así espero alcanzar la resurrección de entre los muertos. (Filipenses 3:11—NVI)
El propósito de la primera resurrección.
El propósito de la primera resurrección de entre los muertos, la resurrección del real sacerdocio, es cambiar a los ocupantes de los tronos que se localizan en el aire sobre la tierra.
En los cuales andaban conforme a los poderes de este mundo. Se conducían según el que gobierna las tinieblas, según el espíritu que ahora ejerce su poder en los que viven en la desobediencia. (Efesios 2:2—NVI)
“El que gobierna las tinieblas.”
La razón por la que el real sacerdocio es arrebatado en el aire para encontrarse con el Señor es porque los sacerdotes de Dios, los hermanos de Cristo, van a ser sentados sobre los tronos que en la actualidad están ocupados por los dignatarios caídos de los cielos.
Luego los que estemos vivos, los que hayamos quedado, seremos arrebatados junto con ellos en las nubes para encontrarnos con el Señor en el aire. Y así estaremos con el Señor para siempre. (1 Tesalonicenses 4:17—NVI)
“Para encontrarse con el Señor en el aire.”
Las multitudes de la tierra serán obligadas a seguir en su libertinaje, en su agonía garrafal, hasta que los señores rebeldes de los cielos sean forzados a quitarse de sus tronos en el aire y lo santos victoriosos del Señor asuman esos tronos.
Entonces vi tronos donde se sentaron los que recibieron autoridad para juzgar. … (Apocalipsis 20:4—NVI)
Pero los santos del Altísimo recibirán el reino, y será suyo para siempre, ¡Para siempre jamás! (Daniel 7:18—NVI)
El propósito de la primera resurrección no es para que los santos puedan ir al Paraíso a vivir en hermosas mansiones sino para que los tronos que gobiernan la creación puedan ser ocupados por personas santas de la más alta integridad—santos que obedecen a Dios con gran firmeza y exactitud.
Estos son los únicos que serán resucitados en la siguiente venida del Señor. Decirle a los creyentes tibios de esta época que van a ser resucitados de los muertos, que van a recibir un cuerpo glorioso de supremo poder y habilidad, para luego ser arrebatados para encontrarse con el Comandante en Jefe en el Cielo para que puedan vivir en mansiones de oro es una promesa cruel y sin fundamento bíblico. Nada como esto sucederá. Una tremenda decepción, y en algunos casos un intenso terror, se encontrará en el futuro de los creyentes de hoy en día a excepción de que Dios envíe un avivamiento de arrepentimiento.
Debemos llevar a cabo nuestra propia salvación con temor y temblor, debemos con temblor rendirle alabanza, como nos ordenan las Escrituras.
Lo que significa ser libre de la autoridad de la segunda muerte.
Toda persona que es resucitada en la primera resurrección ya no está bajo la autoridad de la segunda muerte.
El que tenga oídos, que oiga lo que el Espíritu dice a las iglesias. El que salga vencedor no sufrirá daño alguno de la segunda muerte. (Apocalipsis 2:11—NVI)
Dichosos y santos los que tienen parte en la primera resurrección. La segunda muerte no tiene poder [autoridad] sobre ellos, sino que serán sacerdotes de Dios y de Cristo, y reinarán con él mil años. (Apocalipsis 20:6—NVI)
La segunda muerte no tiene poder sobre ellos.
La segunda muerte tiene autoridad sobre toda maldad. Mientras exista maldad en la personalidad del creyente, la segunda muerte tiene autoridad sobre esa parte de su personalidad.
Digamos por ejemplo que a pesar de ser Cristianos tenemos un espíritu que nos hace mentir. El Lago de Fuego, la segunda muerte, tiene autoridad sobre ese espíritu que nos hace mentir. Todos los mentirosos están destinados a tener parte en el lago que quema con fuego y azufre.
Si por medio del Señor Jesús podemos lograr la victoria total sobre mentir, recibiendo del Señor perdón y purificación de toda injusticia, entonces la segunda muerte ya no poseerá la autoridad sobre esa parte de nuestra personalidad.
Mientras exista en nosotros un comportamiento sobre el cual Dios le haya dado al Lago de Fuego autoridad, entonces podemos ser dañados por la segunda muerte.
Los miembros del real sacerdocio, aquellos que logran alcanzar la primera resurrección de entre los muertos, han logrado la victoria, por medio del Señor Jesús, sobre la maldad de sus personalidades. Por ello, tiene derecho a ser resucitados de los muertos, a ser revestidos en gloria, resucitados para encontrarse con el Señor en el aire y estar con Él por la eternidad, y regresar con Él a Jerusalén para gobernar a las naciones de personas salvas de la tierra.
Los creyentes que no han sido fieles en cooperar con el Espíritu Santo en la tarea de juzgar sus propias personalidades no tienen el derecho de ser resucitados de entre los muertos cuando el Señor aparezca, a ser revestidos en gloria, a ser resucitados para encontrarse con el Señor en el aire y estar con Él por la eternidad, o para regresar con Él a Jerusalén para gobernar a las naciones de personas salvas de la tierra. Es tan específico como esto.
Si estamos dispuestos a trabajar con el Espíritu Santo para juzgar nuestra personalidad, es posible terminar esa tarea mientras todavía estemos en nuestro cuerpo sobre la tierra. Entonces, cuando el Señor aparezca, nuestra sentencia será ser resucitados en gloria para estar con Él por la eternidad. Si no estamos dispuestos a cooperar con el Espíritu Santo en el proceso de ser juzgados, entonces seremos juzgados cuando Él aparezca y cuando llegue Su Reino. Recibiremos el bien que hayamos hecho y lo malo que hayamos hecho.
Para aquellos que han ignorado el llamado de Dios sobre sus vidas, que han dejado sus familias para casarse con otro, que han dañado al Reino con sus actitudes y acciones egoístas, amargadas y rebeldes, que han vivido una vida Cristiana tibia y a medias, la muerte física será más aterradora de lo que se pueden imaginar en la hora actual.
Quizá clamen e insistan que Dios los ama demasiado para permitirles que sufran, pero de nada les servirá. Quizá hoy se justifiquen a sí mismos, así como los Fariseos del tiempo de Jesús, pero cuando mueran ¡experimentarán temor! Se les mostrará lo que hubiera podido ser verdad si hubieran sido fieles, pero que ahora se les tiene que considerar como una pérdida eterna para ellos y para los que eran su responsabilidad.
Habrá llanto y rechinar de dientes, no sólo por parte del cielo sino por parte de los elegidos del Señor—un llanto sobre las oportunidades perdidas para siempre; agonizante debido a la gente que permanece en ignorancia del Evangelio y que hubieran podido ser buen fruto para la mesa del Señor si no hubiera sido por la flojera, el descuido, y la desobediencia del siervo del Señor.
A todo creyente se le mostrarán claramente y en detalle las oportunidades que tuvo y los resultados de sus elecciones. Esa será la época de regocijo más extravagante o el remordimiento y temor más desgarrador.
Pero su señor le contestó: “— ¡Siervo malo y perezoso! ¿Así que sabías que cosecho donde no he sembrado y recojo donde no he esparcido? Pues debías haber depositado mi dinero en el banco, para que a mi regreso lo hubiera recibido con intereses.” “Quítenle las mil monedas y dénselas al que tiene las diez mil. Porque a todo el que tiene, se le dará más, y tendrá en abundancia. Al que no tiene se le quitará hasta lo que tiene. Y a ese siervo inútil échenlo afuera, a la oscuridad, donde habrá llanto y rechinar de dientes.” (Mateo 25:26-30—NVI)
Estas palabras no están dirigidas a los que no son creyentes o a los Judíos sino a los siervos del Señor, a los Cristianos.
Si nos arrepentimos y buscamos al Señor, Él vendrá a nosotros y nos ayudará a regresar al camino que conduce a la vida eterna. Pero si no lo hacemos, y seguimos en nuestra apatía descuidada, presuntuosa y arrogante, estamos enfrentado el temor del Señor.
La Meta de Dios—Gente que Practica la Justicia, que Ama la Misericordia, y que Se Humilla ante Dios.
¡Ya se ha declarado lo que es bueno! Ya se ha dicho lo que de ti espera el SEÑOR: Practicar la justicia, amar la misericordia, y humillarte ante tu Dios. (Miqueas 6:8—NVI)
Tanto las religiones Judías como las Cristianas han preferido sus propias creencias y prácticas religiosas sobre los deseos del Señor, que son que la gente practique la justicia, ame la misericordia, y se humille ante Dios.
Siempre nos equivocamos en nuestro corazón.
Es hora de que el juicio comience con la familia de Dios. Después de que los santos mismos sean juzgados ellos juzgarán al resto de la creación de Dios.
¿Acaso no saben que los creyentes juzgarán al mundo? Y si ustedes han de juzgar al mundo, ¿cómo no van a ser capaces de juzgar casos insignificantes? ¿No saben que aun a los ángeles los juzgaremos? ¡Cuánto más los asunto de esta vida! (1 Corintios 6:2,3—NVI)
La ira de Dios está sobre nosotros debido al comportamiento del hombre. Dios desea que la gente sea cariñosa, amable, apacible, gozosa, paciente, gentil, buena, fiel, enseñable, y que tenga dominio propio. En lugar de eso, la gente es odiosa, carece de misericordia, es arrogante, causa problemas, es egoísta, amargada, impaciente, arrebatadora, severa, hacedora de maldad, infiel, de corazón duro, y dada a la lujuria, a la perversión y a la embriaguez.
Si somos odiosos hacia la gente sufriremos las consecuencias.
Si no tenemos misericordia sufriremos las consecuencias.
Si somos arrogantes sufriremos las consecuencias.
Si causamos problemas sufriremos por ello en el beema de Cristo.
Si somos egoístas sufriremos las consecuencias. El hombre rico entró al Infierno después de su muerte, no porque hubiera rechazado a Cristo o porque hubiera cometido adulterio sino porque fue egoísta.
Si somos amargados sufriremos las consecuencias.
Si somos impacientes sufriremos las consecuencias.
Si somos arrebatadores sufriremos las consecuencias.
Si somos severos, hacedores de maldad, si no tenemos fe, si carecemos de entusiasmo sufriremos las consecuencias.
Si somos dados a la lujuria, a la perversión, o a la embriaguez sufriremos las consecuencias.
Si por medio del Señor Cristo Jesús nos arrepentimos, confesamos nuestros pecados, y buscamos el perdón y el poder del Señor para vencer nuestro pecado, Dios es fiel y justo en perdonarnos nuestros pecados y purificarnos de toda injusticia. Entonces estaremos encaminados hacia la primera resurrección de los muertos.
Pero si escogemos creer el “evangelio” actual que enseña que escucharemos hiciste bien siervo bueno y fiel aunque no hayamos sido ni buenos ni fieles, y aunque no vivamos en confesión y arrepentimiento continuos según la guía del Espíritu Santo, entonces podremos enfrentar el fuego de Dios.
Quizá experimentemos el fuego Divino en esta vida. Quizá fallezcamos y enfrentemos el fuego en la siguiente vida.
Por eso hay entre ustedes muchos débiles y enfermos, e incluso varios han muerto. (1 Corintios 11:30—NVI)
Los pecados de algunos son evidentes aun antes de ser investigados, mientras que los pecados de otros se descubren después. (1 Timoteo 5:24—NVI)
La idea de que podemos vivir con Dios por alguna magia, es decir, que podemos seguir en nuestro estado sin ser transformados y que Dios nos verá sólo por medio de Cristo, no es verdad.
Esto es lo que se está enseñando. Pero ¿es realmente verdad que cuando un creyente fornica Dios ve sólo la pureza de Cristo? ¡Debemos considerar cuidadosamente lo que realmente creemos!
Es ya del dominio público que hay entre ustedes un caso de inmoralidad sexual que ni siquiera entre los paganos se tolera, a saber, que uno de ustedes tiene por mujer a la esposa de su padre. (1 Corintios 5:1—NVI)
Huyan de la inmoralidad sexual. Todos los demás pecados que una persona comete quedan fuera de su cuerpo; pero el que comete inmoralidades sexuales peca contra su propio cuerpo. (1 Corintios 6:18—NVI)
No cometamos inmoralidad sexual, como algunos lo hicieron, por lo que en un solo día perecieron veintitrés mil. (1 Corintios 10:8—NVI)
Temo que, al volver a visitarlos, mi Dios me humille delante de ustedes, y que yo tenga que llorar por muchos que han pecado desde hace algún tiempo pero no se han arrepentido de la impureza, de la inmoralidad sexual y de los vicios a que se han entregado. (2 Corintios 12:21—NVI)
Y muchos otros por el estilo.
Si este es el caso con la inmoralidad sexual, ¿no será verdad de todos los demás pecados? Y si es verdad que los Cristianos deben evitar la inmoralidad sexual y todos los demás pecados, ¿no será verdad que la doctrina actual de que Dios sólo nos ve por medio de Cristo es completamente falsa y moralmente destructiva? ¿Acaso ser salvos “sólo por la fe” quiere decir que si nos suscribimos a la doctrina correcta nuestro comportamiento realmente no importa? Pero si es el cambio en nuestra personalidad por medio de Cristo el que en sí es la salvación.
¿Nos arrepentiremos o seguiremos incitando el temor del Señor?
En ésta época, numerosas personas sinceras, valientes, y sin ningún interés personal han dejado la comodidad de sus hogares y viajado a áreas remotas para llevar el Evangelio del Reino de Dios a los paganos. El deseo de estos individuos abnegados es que los paganos al morir vayan al Cielo en lugar de ir al Infierno.
Pero las presiones y las expectativas actuales luego hacen que el misionero construya iglesias. Él o ella quizá intente hacer lo que sólo el Señor Jesús puede hacer correctamente, que es agregar a las iglesias los que deben ser salvos, y quizá no haga la verdadera responsabilidad del misionero que es hacer discípulos.
En lugar de edificar santos quizá se encuentre edificando iglesias. En lugar del comportamiento santo, el número de asistentes quizá se vuelva la medida del éxito.
En lugar de un llamado de arrepentimiento quizá haya una invitación a seguir una vida exitosa invitando a Jesús como compañero, para lograr Su asistencia conforme uno sigue sus propios intereses.
Quizá no siempre exista el cambio del odio al amor; de la amargura al gozo; de alborotador a hacedor de la paz.
Si la gente no es cambiada sino sólo agregada a la iglesia o a la denominación entonces no ha habido salvación del Infierno. El Infierno siempre reclama al odioso, al amargado y al alborotador
El evangelio actual en muchos casos no está produciendo el Reino de Dios sino sólo el imperio del hombre.
Existen severas advertencias en el Nuevo Testamento dirigidas hacia las asambleas Cristianas:
Porque de esto pueden estar seguros de que nadie que sea avaro (es decir, idólatra), inmoral o impuro tendrá herencia en el reino de Cristo y de Dios. (Efesios 5:5—NVI)
Porque el amor al dinero es la raíz de toda clase de males. Por codiciarlo, algunos se han desviado de la fe y se han causado muchísimos sinsabores. (1 Timoteo 6:10—NVI)
Observa que muchos individuos se habían “desviado de la fe,” es decir, en algún tiempo fueron creyentes pero luego comenzaron a codiciar el dinero—como Ananías y Safira.
Y recibirán el justo pago por sus injusticias. Su concepto de placer es entregarse a las pasiones desenfrenadas en pleno día. Son manchas y suciedad, que gozan de sus placeres mientras los acompañan a ustedes en sus comidas. Tienen los ojos llenos de adulterio y son insaciables en el pecar; seducen a las personas inconstantes; son expertos en la avaricia, ¡hijos de maldición! (2 Pedro 2:13,14—NVI)
Lo anterior se está refiriendo a las personas que se estaban uniendo a las actividades de los santos. Algunas veces los comentaristas, en su esfuerzo por probar que ningún Cristiano debe temer el temor del Señor, dicen que tales pecadores nunca fueron verdaderos Cristianos. ¿En qué se basan estos comentaristas para sacar sus conclusiones? Los comentaristas juzgan a estas personas que asisten a la iglesia según su comportamiento. Por ello, los comentaristas confirman nuestra tesis de que el verdadero Cristianismo consiste de obras de justicia, y donde existe el comportamiento injusto no hay evidencia de la salvación.
¡Ay de los que siguieron el camino de Caín! Por ganar dinero se entregaron al error de Balaam y perecieron en la rebelión de Coré. (Judas 1:11—NVI)
Judas se estaba refiriendo a “ciertos individuos” que se habían infiltrado en la asamblea de los santos, gente que buscaba cambiar la gracia de Dios en lujuria animal.
Ellos están enfrentando—¡EL TEMOR DEL SEÑOR!
(“El Temor Del Señor”, 4106-1)